En contraste con la explosión inmobiliaria y demográfica -el boom- que se ha atestiguado en la capital yucateca durante los últimos 15 años, hay otro éxodo considerablemente menos mediático que ocurre dentro de su periferia.
En contadas ocasiones se menciona a la Mérida que “no existe”, que es invisible; y es en esos confines de la urbe en donde miles de familias buscan entre las piedras, literalmente, su derecho a una vida digna, un espacio en donde vivir; y oportunidades para crecer a sus hijas e hijos.
El acceso a El Roble Unión es accidentado. No hay transporte público, y paralelos a las carreteras se tejen los sinuosos caminos que ellos mismos construyeron. Fue un grupo de 12 mujeres, madres todas, el que se organizó y edificó los cimientos de lo que en un futuro será el patrimonio de su descendencia. O por lo menos, aún guardan esa esperanza.
La tierra rojiza de las improvisadas arterias se levanta con cada paso, ensuciando los tendederos que pueblan las 11 manzanas que comprenden este asentamiento irregular. A las puertas de las viviendas, mujeres y hombres realizan labores cotidianas: lavan la ropa; los platos; atienden a sus hijos, y en algunas ocasiones, también los reprenden por su comportamiento.
No es sencillo llegar a El Roble Unión, por ninguna vía. Ni las herramientas más populares de navegación lo contemplan su lista de sitios a visitar. Las brújulas parecen descomponerse cuando se está inmerso en el complejo, a pesar de que se encuentra dentro de la periferia meridana. En las nuevas aplicaciones no figura su existencia.
Según el censo efectuado por la agrupación civil Apoyo Mutuo Mérida, son 745 personas las que habitan este asentamiento, de las cuales, 276 tienen menos de 18 años. Dichas cifras se hacen evidentes cuando niñas y niños corretean entre las casas de cartón y lona. Cuando las mujeres salen con sus vástagos en brazos a recibir a los visitantes.
Al igual que sus veredas, el camino que las y los colonos de El Roble Unión han recorrido ha sido tortuoso. A lo largo de casi un año, tuvieron que lidiar con desalojos, intervenciones policiales y algunos desencuentros con quienes al igual que a ellos, la necesidad los orilló a buscarse el futuro entre las piedras y ramas del profundo sur de Mérida.
Ha sido un proceso relativamente corto, pero en ese lapso, las y los colonos de El Roble Unión han logrado estructurar una forma de organización que les procura, además de un techo para sus familias, la seguridad que caracteriza a la metrópoli yucateca; y que sus autoridades promocionan a bombo y platillo.
Esa misma certeza es la que ha traído a las familias a buscar la codiciada dignidad que emana de El Roble Unión.
Un boom inmobiliario que no distingue entre el norte y el sur; sino que se despliega por toda la urbe; y que como mencionó uno de los entrevistados, “tiene un sol que sale para todos”. Eso lo dijo mientras el astro rey deslumbra su mirada, y trata -sin éxito- de cubrir sus rayos con sus manos llanas.
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Edición: Laura Espejo
Gobernanza y Sociedad
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