Procedente del vecino Campeche, Aracely Hernández arribó a Yucatán luchando. La mujer llegó a la entidad librando una batalla contra el cáncer, hace 14 años. Fue esa enfermedad la que la orilló a migrar a estas tierras, pues sólo aquí ofrecían la quimioterapia que necesitaba para sobrevivir.
El tiempo que llevaba en Mérida -hasta hace un año- lo dedicó a peregrinar por diferentes lugares de alquiler. Un día pasó por El Roble Unión y se percató que había gente que chapeaba la maleza. Les preguntó cómo le hacían para obtener el terreno y le explicaron el esquema.
“Les pregunté si podía entrar a chapear para que me quedara con mi terrenito, y me invitaron. Así fue como luego del chapeo, construí mi casita de madera y me quedé porque no me alcanzaba para pagar una renta”, compartió.
Fue en aquellos meses cuando se sobrevino la pandemia del COVID-19. Su pequeño negocio de comida se truncó y ya no le fue posible su propia manutención. Para ella fueron épocas muy difíciles, pero la cooperación entre vecinos siempre estuvo de su lado y su destreza en la cocina fue bien recibida en la comunidad.
Poco después de eso, el equipo de Apoyo Mutuo apareció en escena y comenzaron a trabajar con la cocina comunitaria que encabeza doña Aracely. Gracias a eso han podido procurar alimentos dos veces por semana a quienes habitan El Roble Unión.
“Aquí hay muchas historias tristes, con nuestras casas de cartón y lona; el frío de estas épocas ‘cala los huesos’, no contamos con pisos, solo de tierra. Todos estamos aquí porque de plano no tenemos para pagar una renta”, lamentó.
A 14 años de que Aracely Hernández venciera el cáncer de matriz, hoy asegura estar dispuesta a salir adelante. Lo menos que pide es sentirse tranquila en su vivienda. Lo único que critica de su “terrenito” es que tanto éste; como los de sus coterráneos, sean invisibles para el gobierno.
“Es cierto que estamos aquí de ‘ilegales’ como quien dice, pero es por necesidad, porque no tenemos en donde vivir”, reiteró.
“Ojalá y el gobierno se apiade de nosotros y nos lo venda, porque tengo entendido que eso puede suceder. Nosotros no nos negamos a pagarlos, estamos dispuestos a contribuir y ojalá seamos tomados en cuenta, porque no hay trabajo; y si nos sacan, ¿a dónde vamos a ir?”, cuestionó.
Ella vive con su hijo de 17 años Él está estudiando la preparatoria para darle a su madre una vida mejor. Con su carrera de ingeniería en sistemas planea hacerlo, y a su progenitora le dice: “cuando me reciba y trabaje, yo te voy a comprar tu casa”. Es su máxima ilusión.
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