Rodrigo Medina Montero
La Jornada Maya

22 de octubre, 2015

Fui durante un tiempo al penal de Mérida a dar talleres de lectura. Un amigo, por el cual empecé a ir, y quien llevaba más de 10 años asistiendo cada sábado, me indicaba los detalles de su funcionamiento, lo que hasta cierto punto podía ser evidente allí dentro. Cuando le dije que quería participar en la recolecta de libros para armar una biblioteca en uno de los módulos, me advirtió que íbamos de parte de una institución religiosa. Me importó muy poco aquello, sabía que bajo su control podíamos hacer varias cosas. Morbosa y egoístamente, me entusiasmó participar del proyecto. Buscaba escuchar y ver esos rostros, pensaba en cómo sería platicar con un supuesto asesino o secuestrador; de qué manera, un tipo que ha hecho algo horrible, puede responder con un “buenos días”. Pensaba en estas posibilidades antes de mi primera incursión, casi como un turista que imagina ingenuamente, antes de llegar, la forma de una ciudad.

Todos especulamos cómo puede ser la realidad de una cárcel gracias a los discursos cinematográficos o por lo que se cuenta. Pero nada de esto se acerca a la realidad estricta en cuanto se cierran las compuertas, cuando caen los candados y la noche avanza.

Cuando entré al módulo de castigo en el que íbamos a trabajar, mi amigo sólo me dio información de un solo reo. Era una norma sabida no preguntarles los motivos de su encarcelamiento. A veces uno que otro, con la confianza que genera la plática, nos explicaba por qué estaba allí. Nunca escuché de viva voz decir a alguien: “estoy por asesinato”. Sucedió hasta mucho tiempo después, fuera de la cárcel, en el mercado Lucas de Gálvez, cuando me encontré a un recluso que acababa de salir, a quien apodaban [i]el Diablo[/i].

Ese hombre que ves ahí, me dijo mi amigo, aquél viejito sentado en esa mesa de cemento que come junto a su esposa, ése es el peor reo del que he escuchado hablar. Era muy raro que nos confesara algo así, menos de esa manera, se suponía que no era la forma para referirnos a ellos. Por eso, supe que si se atrevió fue para compartir algo terrible. ¿Por qué me contó?, le pregunté. Así como lo ves, tenía un bar en su propia casa, dejaba a sus amigos beber y él estaba a cargo de su nieta a quien prostituía. La niña tenía once años. ¿Lo puedes creer? Yo veía al hombre comer sentado al lado de su esposa, de espaldas a nosotros y al módulo, con la vista en dirección a la pared. Vi el rostro de su esposa, una señora de más de 70 años. Podía creer que hubiera hecho algo espantoso, podía creer que estuviera allí sentado desayunando una torta de cochinita. Lo que no podía creer era lo que sus ojos habían permitido. La frialdad y muerte en contra de su sangre. ¿A qué le sabía todo lo que pasaba por su paladar? ¿Qué clase de brillo podía contener sus ojos? No vi aquél rostro hasta unos meses después.

Un veinticuatro de diciembre llevamos despensa a diversos módulos para la Navidad; bolsas con cepillos de dientes, jabones, papel de baño, detergente para ropa y rastrillos, entre otras cosas. Uno de los internos pasaba lista en voz alta, mientras alguien completaba el llamado con el apodo respectivo. Yo entregaba las bolsas y los reos decían gracias o cualquier otra cosa. Eran más de noventa. Se hacía una larga cola, siempre veía caras recién llegadas o nuevas porque jamás me había percatado de ellas, debido quizá a que no salían de su celda o porque no querían integrarse a las actividades que realizábamos. Después de decenas, tuve frente a mí a un hombre bastante mayor, quizá el de más edad en todo el módulo. Supe quién era. Entonces vi sus ojos e incluso apreté un poquito la bolsa entre mis dedos, sólo lo suficiente para sentir la fuerza que utilizaría para llevársela de mi mano. Pese a lo que había imaginado, su rostro era de tez áspera, producto de años de trabajo en el sol, supuse. Tenía pelo abundante para su edad y sus ojos, que era lo que quería ver con profundidad, contenían el brillo de todos los ojos de los hombres vivos. A los de él, las nubes de carne que traen los años, le aportaban un aura gris. Tomó la bolsa de mis manos lentamente y se alejó para dar paso al siguiente. De todos esos rostros, nada más el suyo me pareció fuera de lugar. Un hombre asustado y reducido, con los ojos de cualquier otro viejo. Mi amigo tenía razón, era imposible de creer. ¿Qué esperaba ver, entonces, en aquél hombre? ¿Era posible avistar algo ahí? Me pasa, ahora, cuando veo mi rostro en el espejo: me hago la misma pregunta.

[email protected]


Lo más reciente

Diputados ratifican en Comisiones aval a Fondo de Pensiones

El dictamen fue enviado de nuevo al Pleno del órgano legislativo, donde será votado el lunes

La Jornada

Diputados ratifican en Comisiones aval a Fondo de Pensiones

Morena acusa prácticas ilegales de sus adversarios para promover el voto en Yucatán

Asegura haber documentado entrega de programas gubernamentales durante veda electoral

Astrid Sánchez

Morena acusa prácticas ilegales de sus adversarios para promover el voto en Yucatán

Cecilia Patrón presenta estrategia cero baches y 300 kilómetros de repavimentación en Mérida

Señaló que su propuesta es darle respuesta oportuna a cada reporte, en menos de 72 horas

La Jornada Maya

Cecilia Patrón presenta estrategia cero baches y 300 kilómetros de repavimentación en Mérida

Más de 40 empresas de Carmen participan en Foro Portuario

La compañías locales tienen oportunidad de desarrollar 'networking' y generar alianzas

Gabriel Graniel Herrera

Más de 40 empresas de Carmen participan en Foro Portuario