Óscar Muñoz
Foto Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Mérida
7 de octubre, 2015

Al parecer, con la transformación institucional del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes a la Secretaría de Cultura, que fue anunciada por el presidente Peña Nieto, ahora a los políticos, funcionarios y agentes relacionados con la gestión cultural y artística sólo les interesan algunos aspectos, todos de carácter administrativo y presupuestario, pero no de índole esencial, sustantivo y básico de la cultura ni tampoco les importan sus beneficiarios; es decir, los ciudadanos. Todos los intereses están en el presupuesto y las inversiones; pura visión burocrática sobre la nueva creatura; eso parece.

Las declaraciones de estos funcionarios y gente relacionada con el medio cultural yucateco distan mucho de ser precisas. ¿Qué puede significar que, con su creación, se le da “una estatura de consideración política a la cultura, en general”, según el titular de la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán? ¿Acaso la cultura en general tiene estatura (respecto de qué)? ¿O las culturas, por principio, tendrían estatura? ¿Y si la tuvieran, las habría chaparras o altas? Y, lo peor, ¿hay estatura de consideración política? ¿Qué es eso? Ni como metáfora.

En otras expresiones a la prensa, Ivonne Ortega señala que, con esta secretaría, los mexicanos recobraríamos el sentido de identidad y pertenencia. ¿Acaso perdimos identidad como mexicanos y pertenencia a la nación? ¿Cuándo sucedió y cómo sucedió? Y si ocurrió, ¿dónde estaban los gobernantes? También se ha señalado que la cultura resolvería los problemas de la delincuencia. Es decir, ¿Cultura estará cubriendo las funciones de Seguridad? Y la perla de las declaraciones: “la inversión que se realiza en la Secretaría de Cultura se defenderá en la Cámara de Diputados”. ¿De qué será defendida, de quién, por qué? ¿De si osare un extraño enemigo profanar con su planta la cultura?

Lo más lamentable es que nadie ha indicado nada respecto de los dos componentes básicos del proceso cultural: los creadores, por un lado, y los públicos, por el otro. Algunos, sí, han señalado la importancia de apoyar a los artistas, y no está mal. Pero ¿cuáles artistas? ¿Los novatos, los que afortunadamente han evolucionado o los que ya son los grandes artistas con proyección universal?

Acerca de los públicos, éstos parecen no existir en la visión de los funcionarios y promotores que han hecho declaraciones ante el surgimiento de la Secretaría de Cultura. Ni siquiera hay propuestas de hacer algo para formar públicos. Si bien los artistas podrían verse beneficiados con apoyos en su quehacer creativo, de nada servirán las inversiones, porque no habrá quienes admiren las obras, quienes las valoren, quienes las critiquen. Sin públicos no hay creadores.

Por otra parte, parece que los declarantes prefieren públicos extraños y ajenos, extranjeros y turistas, más que a los propios conciudadanos. ¿No es una necedad centrar la gestión cultural en el turismo cultural? Esta modalidad debería ser simplemente un plus. Si los públicos nacionales son beneficiarios directos de la gestión cultural, seguro habría resonancia más allá de las fronteras.

Otro aspecto esencial ausente en las declaraciones de estos funcionarios ha sido la diversidad cultural. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha señalado que “La diversidad cultural es una fuerza motriz del desarrollo, no sólo en lo que respecta al crecimiento económico, sino como medio de tener una vida intelectual, afectiva, moral y espiritual más enriquecedora”. Más allá del poder social de la diversidad cultural, ni siquiera ha sido reconocida la existencia de diversas culturas en el estado. La más desconocida, por cierto, la cultura maya, cuando conviene, la sacan a la luz como en un escaparate, sólo para dar brillo a otros asuntos, pero nunca para promoverla ni proyectarla como visión del mundo en todas partes del país y otras naciones.

También se les ha olvidado considerar todo lo que está en la cultura. No sólo hay arte y artesanía, también hay lenguajes, comidas, bebidas, atuendos, modos de mirar, de caminar, de dormir, de soñar. Sin olvidar, claro, las aportaciones de la ciencia y la tecnología, ni tampoco las creencias y los ritos ni la historia y el pensamiento filosófico. No todos los intereses de los funcionarios deben estar concentrados en los presupuestos. Hacen voltear hacia ellos al abogado del diablo. Su concentración debe estar en todo lo que engloba la cultura, en la diversidad cultural, en el proceso que incluye a los creadores y a los públicos, en la formación de nuevos públicos y nuevos creadores, en el desarrollo de una vida intelectual, afectiva, moral y espiritual. Si no es tan difícil.

oscarmuñ[email protected]


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