Fabrizio León Diez
LaJornada Maya

18 de septiembre de 2015

Hoy se celebra el 31 aniversario del nacimiento del periódico La Jornada y mañana los 30 años de los terremotos que azotaron a la ciudad de México.

La noche del 18 de septiembre de 1984 se editaban las páginas de un nuevo diario impreso con fecha 19 de septiembre y, un año después, en esas mismas páginas, el mismo día, se caía en la cuenta de la devastación de una ciudad, con miles de muertos y heridos bajo sus escombros. Se había quebrado la vida cotidiana y el alma de cientos de familias, entre ellas la de La Jornada, pues había muerto Manuel Altamira, uno de sus mejores reporteros.

En la víspera del primer terremoto de 7.9 grados, varios periodistas celebrábamos nuestro primer aniversario jornalero. La fiesta se prolongó para muchos, otros llegaron temprano a sus casas. De pronto, a las 7.19 horas, entre aullidos de perros, terribles tronidos y sacudidas, la ciudad toda se movió, la ciudad toda se conmovió; llantos y lamentos, segundos de pánico que se hicieron eternos, instantes que ya no desaparecieron.

Al silencio y al pavor les siguió la zozobra y el rescate. La mirada fue sustituida por el tacto y miles se volcaron a buscar a otros tantos ciudadanos atrapados entre los escombros de sus edificios, fábricas, oficinas y casas. El ulular de las ambulancias fue la base del nuevo paisaje sonoro. El grito para indicar que se encontró a un sobreviviente, era la señal que renovaba la energía para continuar la búsqueda.

Los rostros descompuestos y el polvo, formaban una pasta que sólo podía ser removida con más lágrimas; pero el miedo nos sumió en la miseria cuando en la noche del día 20 de septiembre la tierra se sacudió otra vez. Volvió a temblar. Crujió el suelo y la luz se apagó. Silencio y rezos. Gritos de ayuda y las manos volvieron a guiar las sensaciones de sobrevivencia. Cientos de personas salieron aterradas de los túneles subterráneos del Metro.

Y vino de nuevo el dolor y el olor. Llegó la identificación y las maldiciones, la rabia y los entierros, las ausencias. El olor de una ciudad descompuesta, rota, que 30 años después vuelve con su impronta; es el sello en la memoria que recuerda aquel temblor que nos cambió y que a muchos desapareció; entre ellos, a aquel reportero que era esperado para escribir su crónica de primera plana, en el número del primer aniversario de La Jornada; nunca llegó, murió en el desplome de su edificio.

Cuenta un amigo periodista que vivía con él, que el reportero pudo salir del departamento, pero que se regresó al percatarse de que no había tomado su libreta. De algún modo ese hecho fue la crónica que no se publicó.


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