Jorge Miguel Cocom Pech
Ilstración: Chakz Armada
La Jornada Maya

13 de agosto, 2015

Bajo oscuros nubarrones en el atardecer del lunes 8 de junio, una festiva manifestación transitó por la calle principal de Calkiní para festejar el triunfo político de su candidato a la presidencia municipal, Emiliano Canul Ak’e, y de Diana Avilés Avilés, candidata a la diputación por el distrito 17 del Congreso del Estado.

Hacía mucho tiempo que no se había visto una genuina celebración política desfilar por las estrechas calles del centro histórico de la legendaria Atenas del Camino Real. Ciudad que, como las poblaciones circunvecinas de la capital calkiniense, Nunk’íni, Becal y Tepakán, presenció la llegada de Francisco de Montejo, [i]El Adelantado[/i], así como también de Francisco de Montejo [i]El Mozo[/i], su hijo, uno de los más crueles capitanes españoles que consumaron violentamente la conquista del cacicazgo Ahcanul.

Según el [i]Códice de Calkiní[/i], uno de los cuatro documentos más importantes de su historia, Francisco de Montejo, [i]El Mozo[/i], al destituir del batabilado a un descendiente del linaje Canul –salido de los intramuros de Mayapán en 1441–, impuso como batab a Nabatun Canché, procedente del linaje de los Canché, de origen maya itzá, con lo que se inició el dominio español del cacicazgo a través de la suplantación del liderazgo ahcanulense.

Ahora, los habitantes de los pueblos y comunidades del municipio calkiniense, transcurridos poco más de 500 años, pudieron elegir a Emiliano Canul Ak’e, legítimo maya, candidato del pueblo que hizo suyo lo que dice el Artículo 39 de la Constitución Mexicana: “La soberanía nacional reside en el pueblo (nosotros los pueblos mayas somos una nación escindida y dominada por más de 70 años por el priato). Todo poder público dimana del pueblo y se constituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar su forma de gobierno”.

Cinco siglos después de haber gobernado el Calkiní, que testificaron los acompañantes de Francisco de Montejo [i]El Adelantado[/i] y [i]El Mozo[/i], Emiliano Canul Ak’e, uno de sus más preclaros descendientes, volvía al gobierno con el voto mayoritario de un pueblo cansado de la prepotencia, la impunidad del PRI-gobierno y del PAN, éste, un partido simulador, aliado al partido oficialista. Ese atardecer del lunes 8 de junio, esa romería, en la que participaban más pobladores mayas que gente ladina, había salido de una de las principales calles del populoso barrio de Kilakán, en el que, según relata Aldo Baroni en su libro Yucatán, tuvo lugar el diálogo del presidente Lázaro Cárdenas con más de 500 pobladores con velas de cera encendidas en las manos en 1937, cuando el grito de éstos logró que el tren presidencial retrocediera a una indicación del presidente.

Esta vez… con dignidad, los pobladores de este y otros barrios de Calkiní salieron a las calles a vitorear a uno de sus hijos más valientes y preclaros: Emiliano Canul Ak’e, y a la compañera de campaña política, Diana Avilés, forjadora, al igual que Emiliano, de la victoria del pueblo.

¿Qué festejaban?
Además de los triunfos ya citados, también el de Layda Sansores, candidata al gobierno del estado de Campeche, y la presidencia de la junta municipal de Dzitbalché. Sí, era una victoria largamente esperada, como la que ocurrió el siglo pasado, el día en que los campechanos pobres y humildes celebramos el triunfo de Carlos Sansores Pérez, el popular [i]Negro[/i], querido y apreciado por los campesinos y los trabajadores de distintos oficios de las ciudades y pueblos del Camino Real. (Recordamos que, por mucho tiempo, a un costado de la escuela primaria del barrio de Kilakán, en Calkiní, había un letrero con letra manuscrita que decía [i]¡Viva Sansores![/i] Por cierto, barrio y escuela ubicados no muy lejos de la casa de Emiliano Canul, Ak’e, el candidato triunfante en los comicios pasados.)
El sábado 6, cuando por la noche lo entrevisté, Emiliano, aún candidato, vestía una camiseta blanca y ya había cerrado las puertas de su casa; no obstante la hora, me recibió. Al final de la breve entrevista me dijo que estaba seguro de su triunfo y el de demás los candidatos de Morena, tanto para gobernador como para diputada local, así como el de una junta municipal. “Lo que teníamos que hacer ya lo hicimos. El pueblo va a votar por nosotros. Nos han dado su palabra. Yo creo en la palabra del pueblo”.

Eso me dijo Emiliano Canul Ak’e la noche del 6 de junio, y muy contento y satisfecho me fui a casa. De pronto oí a mis espaldas el estruendo del motor de una sospechosa camioneta oscura con vidrios polarizados transitando apresuradamente por la calle 27, pero nada anormal en ese ambiente previo al inicio de las votaciones. Ese día de las votaciones, y pasando un poco de las 18 horas, después de acreditarme como periodista de [i]La Jornada Maya[/i], estuve presente en la entrega recepción de los paquetes electorales procedentes de las casillas instaladas en indistintos locales del municipio. La primera en llegar fue la que se instaló en la comisaría de K’akoch y, desde luego, el triunfo era para todos los candidatos del partido oficial. El presidente de la junta distrital gritaba el resultado de los paquetes: “PAN, dos votos, PRI, 78…” y los partidos restantes cero. Todavía percibí, cuando pasó el portador de los paquetes electorales, el olor de la cebolla y a cochinita pibil. Sí, suculento agasajo tradicional con el que el partido del gobierno suele agradecer a los habitantes que son “invitados”, previa entrega de sus credenciales de elector a los brigadistas de ese partido, para que voten por sus siglas y el color de la bandera.

Más tarde, y luego de una larga y cansada espera, al fin llegaron los paquetes de Chunhuás y San Nicolás, con resultado parecidos al primer paquete. Triunfo contundente del PRI. Sin duda, la mano compradora de votos había resultado. Jorge Puch, representante priísta en esa sesión, no salía de su contento. A su lado –no sé por qué otros partidos políticos no gozaban de ese privilegio– estaba su suplente. Frente a él, el representante de Alianza, único representante que orondo llevó su computadora para contabilizar de inmediato los datos que iban llegando. Pero cuando llegó la primera casilla de la ciudad de Calkiní, la cara alegre de Puch se alargó. “Estamos perdiendo en las demás”, dijo. “¿En dónde?”, pregunté. Y se quedó callado, mientras sus dedos apresuradamente escribían en su celular alguna respuesta o alguna indicación para el exterior. ¿En dónde?, insistí. “En todas las de Calkiní, Dzitbalché, Bacabchén y Tepakán…” ¿Y en Becal?, preguntó el de Alianza. Jorge Puch sólo expresó una mueca de disgusto… en tanto, fuera del local, la gente aplaudía y empezamos a oír a los lejos el tronido de los voladores… Pasaban más de las tres de la madrugada…

Esa madrugada, a Emiliano Canul Ak’e, ya no lo alcancé en su casa en el barrio de Kilakán. Su hermano, el doctor Guadalupe Canul, con el que estudié los primeros seis grados de primaria en la escuela Mateo Reyes, me informó que ya estaban por la calles celebrando el triunfo de su hermano y de la diputada local.

La segunda celebración se dio ese mismo día. Fue en la tarde. Nadie acarreó a nadie. Los que fueron lo hicieron con sus gastos. Nada de torta ni del billetazo. A un pueblo libre, cuando genuinamente lucha por su independencia política, le salen sobrando los subsidios, las dádivas. Las revoluciones no las hacen hombres con salario; por eso, con frecuencia los soldados o los militares las pierden.

“¡Emiliano! ¡Emiliano! ¡Emiliano!”, gritaba la gente, teniendo como telón de fondo las tenebrosas nubes anunciando un fuerte aguacero, que, por cierto, no cayó. Pero la gente del campo no le corre a la lluvia. El agua de lluvia es su aliada. Tierra, semilla y agua hacen producir nuestras tierras. Y allí, sin temor alguno, Emiliano y Diana siguen en la marcha, escuchando su victoria para que la oigan los cielos, que también la difunden en otras latitudes con las luces y la sonoridad de los truenos. “Señor, hasta que, esta vez, estuviste de parte de los pobres”, leí en una mampara grande, cuando fui de visita a la capital de Nicaragua en los años 90 del siglo pasado. Y esta vez, como en Nicaragua, el Señor (voto) estuvo de parte de los pobres… que deciden liberarse de sus opresores.
“¡Emiliano! ¡Emiliano! ¡Emiliano!” A todos los veo pasar. La mayoría, rostros como el mío: indios mayas.

Y allá va adelante Emiliano Canul en la compañía de Diana Avilés. Victoriosos. Felices como el pueblo, que alguna vez, como ésta, mereció y merece disfrutar la felicidad de su triunfo. Al cabo, no la compró con despensas, ni las consabidas latas de cochinita pibil.
Sí, Calkiní, mi pueblo, que no tuvo que vender su voto; porque algunos todavía creemos que el voto expresa la soberana y sagrada voluntad de las mujeres y de los hombres que han elegido vivir en libertad de elegir sin coacción alguna.


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