Verónica Camacho Chávez
La Jornada Maya
22 de julio, 2015
La cohesión social de los pueblos mayas les ha permitido enfrentar crisis como las causadas por catástrofes naturales y sobrevivir con una identidad propia, de acuerdo con los hallazgos de la antropóloga Claudia Paola Peniche Moreno, ganadora del Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias 2014.
Entrevistada por La Jornada Maya, la doctora Peniche explicó que ha trabajado en temáticas diferentes, enfocadas a comprender la sociedad regional y cómo se han construido los mecanismos de convivencia intercultural. “Cómo hemos llegado a ser lo que somos, dando especial énfasis a los pueblos mayas.
“Me he enfocado mucho en la época colonial y cómo la participación de los mayas con su resistencia activa, velada, negociada, contribuyó a generar una sociedad específica, es decir, no vistos los pueblos indígenas como víctimas de las estructuras hegemónicas del Estado o del colonialismo, sino como activos constructores de su historia, de su presente, y cómo han dejado una huella tan importante que hoy aquí están los herederos del pasado maya, con una forma específica de entender el mundo y su lugar en esta sociedad, con su religiosidad particular y lengua propia, una cultura en todos los sentidos”, dijo.
Señaló que ha trabajado temas relativos a la organización social de la población maya, particularmente con linajes y familias, para entender cómo es el sistema de parentesco y cómo en la época colonial las redes de ayuda mutua y colaboración fueron un recurso social mediante el cual se pudieron reproducir física y culturalmente durante muchas generaciones, y cómo esta organización tan importante sirvió para afrontar las múltiples calamidades a las que se enfrentaron.
“En el siglo XIX, la época colonial es conocida, desde el punto de vista demográfico, como una sociedad de antiguo régimen. No había control de la natalidad ni de la mortalidad; las curvas demográficas son muy sensibles a cualquier variación económica o a una epidemia, que diezmaban la población. En ocasiones, hambruna y epidemias venían de la mano formando ciclos muy complejos que llevaban a crisis.”
[h1]Hambrunas y epidemias[/h1]
La investigadora encontró que para enfrentar estas calamidades los mayas fortalecían sus lazos sociales y sus formas de organización social. Particularmente trabajó sobre el siglo XVIII: una epidemia de sarampión combinada con una gran hambruna en 1726, así como otra hambruna en 1770; los problemas empezaron en 1765, a raíz de cambios climáticos importantes. Hubo huracanes y una plaga de langosta que cubrió toda Centroamérica y llegó a Chiapas, Tabasco y la península de Yucatán, combinada con sequías. Todo ello ocasionó una de las peores crisis habidas en Yucatán, que se prolongó 10 años ininterrumpidos, hasta 1775.
“Los mayas enfrentaron esas crisis y sus respuestas contribuyeron a generar cambios importantes en el régimen colonial de la época. Por ejemplo, en ese tiempo apenas se estaban desarrollando las haciendas agroganaderas; antes eran estancias ganaderas. Esa crisis, al ocasionar gran mortandad, también generó gran movilidad de la población, que salió en busca de alimento. Muchos salieron de sus pueblos para ir a vivir a esas haciendas, porque los hacendados guardaban maíz para especular y en tiempos de crisis ofrecían alimento a cambio de que trabajaran gratis. Así, en sólo 10 años reunieron a la población, a los trabajadores estables que necesitarían en el siglo XIX para despuntar como las grandes empresas agroganaderas que llegaron a ser”, señaló.
Otras crisis importantes fueron la pandemia de cólera que se extendió por el mundo en 1833 y entró en México por Campeche, y la de 1853, que entró por el sur, por los asentamientos ingleses en Belice. En la época colonial se atribuían enfermedades y hambrunas al juicio que hacía Dios de un pueblo pecador, por lo que eran castigos. Pero en el siglo XIX ya se vinculaba a la naturaleza con estos fenómenos. “Me pregunté qué conocimientos había en Yucatán respecto del cólera y en la práctica médica, y cómo se llevaba a los pueblos o hasta qué punto el conocimiento de la herbolaria maya sirvió para combatir estas enfermedades. El último trabajo que hice fue sobre la medicina científica en el siglo XIX, vinculada al cólera y la salud pública; qué hizo el Estado para combatir estas enfermedades y para proteger la salud de la población. El cólera es muy interesante porque se asocia con la suciedad, la pobreza y el hacinamiento; los mayas adaptan la alimentación, la hamaca para el enfermo e incorporaron los conocimientos locales, como el uso del chile habanero para tratar el vómito. Se da una mezcla del conocimiento de la herbolaria maya con lo que venía de fuera”.
[h1]Migración[/h1]
La doctora Peniche señaló que también ha estudiado el fenómeno de la migración. Los mayas migraron desde la época prehispánica. En el siglo XVII emigraban de la zona colonizada controlada por los españoles, como mecanismo de resistencia al sistema que los explotaba, y se iban a la selva del sur, zona que los españoles no podían controlar. A ellos los conocían como los mayas de la montaña.
“Esa red de parentesco de los mayas es para sobrevivir y para migrar, pero podemos ver continuidades importantes; esto ha permitido que se conserven como mayas. Se han adaptado, se han transformado y ahora es importante reconocer sus particularidades y generar formas de convivencia con respeto a esa cultura, pero accediendo a mecanismos de equidad, de justicia, cada uno desde su particularidad, reconociendo las diferencias. Este es el enfoque que he tratado de ver a largo plazo: reconocer las diferencias y entender la contribución de cada grupo a la construcción de algo más grande, no sólo esa visión de que viene el Estado y los aplasta y ellos son víctimas, porque de haber sido así los mayas no existirían; ya no habría la lengua maya ni una forma especifica de ver el mundo”, comentó.
[h1]Premio a la contribución científica[/h1]
Claudia Paola Peniche Moreno es investigadora de tiempo completo, doctora en antropología, integrante del Sistema Nacional de Investigadores, de la Academia Mexicana de Ciencias y Premio de Investigación AMC en Humanidades 2014, entregado en abril pasado en Palacio Nacional por el presidente Enrique Peña Nieto.
“El premio es otorgado por la Academia Mexicana de Ciencias”, explicó. “Yo tengo 38 años, y no es una investigación en específico, sino se trata de una contribución al conocimiento que haces en tu carrera.”
–¿Cómo una mujer joven y con familia logra realizar este trabajo que la ha llevado a un premio nacional de ciencia?
–Reconozco a mi esposo, Gabriel Angelotti. Él también es antropólogo investigador de la Universidad Autónoma de Yucatán. Somos colegas, nos leemos, nos criticamos y nos apoyamos en el trabajo y en el hogar.
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