La Jornada Maya
Editorial
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17 de julio, 2015

A escasas semanas de que concluyeron las campañas electorales, entregadas las constancias de mayoría respectivas y en espera de que cada candidato electo asuma el cargo para realizar su trabajo, por lo menos con el mismo entusiasmo que mostró al plantear sus compromisos para conseguir el voto, el panorama en muchos rubros no es alentador. La gran ausente del discurso de todos los contendientes, tanto los que buscaron puestos en el Legislativo como aquellos que hicieron lo propio por las presidencias municipales, fue y sigue siendo la política cultural. Esto no es responsabilidad de los candidatos o de los partidos que los postularon, sino síntoma de lo que ocurre en el ámbito nacional.

Cuando faltan menos de dos meses para que Mauricio Vila tome posesión como alcalde, y después de revisar y comprobar que en ninguno de sus recorridos por la ciudad y en ninguno de sus discursos abordó el tema, resulta pertinente cuestionar cómo concibe el próximo presidente municipal a Mérida, la tantas veces citada y presumida como “capital de la cultura”.

Si consideramos que la capital yucateca es desde hace tiempo el centro socioeconómico más importante de la península, será una exigencia, por lo mismo, que el presidente electo de esta ciudad le otorgue la investidura cultural del sur-sureste de México.

De los más de 2 mil millones de pesos de presupuesto que ejerce el municipio meridano, sólo dos por ciento se destina a cultura. A todas luces, la cantidad es insuficiente y más cuando gran parte del dinero se gasta en la realización de festivales que ponderan el espectáculo como único eje de promoción cultural. Esto no es necesariamente un yerro; sin embargo, hay que considerar que la cultura, más allá del folclorismo gratuito, incluye la forma de ser de la gente, sus costumbres y tradiciones, además de los gustos y preferencias populares, y todas las expresiones del arte. Además, no hay que olvidar la ciencia y la tecnología.

En el contexto de la inauguración del Festival Internacional de la Cultura Maya, debemos hacer extensivas estas consideraciones a los gobiernos estatal y federal. ¿Qué podemos esperar en los ejes de extensión y proyección de la cultura? ¿Cómo se piensa acercar los bienes culturales a los municipios y a otras latitudes fuera del estado y del país? ¿Qué pueden esperar los habitantes del sur meridano y otras zonas deprimidas económicamente del interior de Yucatán? ¿Cómo se visualizan la equidad de género o la diversidad sexual? ¿Qué hay con las llamadas culturas emergentes? ¿Cómo integrar a los migrantes al esquema de una política pública de cultura?

Los festivales concentrados en un espacio restringido, sean los bajos del palacio municipal, el Centro Cultural Olimpo, el Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI o el Gran Museo del Mundo Maya, logran reunir a un número importante de personas, pero después de que concluyen se observa que sus logros son limitados. ¿Han cumplido con el propósito de ser factores de atracción para el turismo? ¿Se cuenta con instrumentos para medir el aumento de lectores? ¿Encuentran espacio los artistas emergentes?

Es necesario considerar también que no debe ser el gobierno local, exclusivamente, el que tenga esa responsabilidad. Puede ser por conducto de promotores culturales de empresas privadas que, en coordinación con las instituciones públicas, sumen esfuerzos en este sentido.

Los relevos gubernamentales siempre generan espacios propicios para la reflexión, las propuestas y la movilización de la conciencia social. Se requiere de voluntad política para enmendar lo que se hizo mal o se omitió, y construir puentes de comunicación entre las próximas autoridades y la sociedad.

En tanto, corresponde a los medios de comunicación insistir en el cuestionamiento de cuál es la postura de la autoridad acerca de promover el derecho a la cultura para todos y no sólo para unos cuantos, una cultura democratizada, con la finalidad de que Mérida pueda ser nombrada con justeza capital de la cultura.


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