Luna Nueva
La Jornada Maya

29 de junio, 2015

Ésta será una columna semanal en La Jornada Maya que relate el recorrido de quien debe internarse como enfermo en el enmarañado universo médico, tratando de descifrar su lenguaje y una maquinaria que es desconocida para el ciudadano común. El único y forzoso compañero de viaje será nuestra sustancia elemental: el cuerpo.

En ese mundo de batas blancas y laboratorios falta la perspectiva del paciente, el verdadero objeto final del multimillonario esfuerzo al que se dirige el empeño de curar. Aquí hablaremos quienes hemos entrado consciente o inconscientemente, por un presentimiento o por obligación, en el complicado estatus de “enfermo”. Hablaremos de los doctores, las medicinas y los sanadores que nos abordan a quienes perseguimos la difícil meta de curarnos.

De todas las formas con que nos llaman en el hospital a los enfermos y enfermas, hay algunas con las que, personalmente, me siento humillada. Entre las que más me repugnan está cuando los médicos o los enfermeros nos definen simplemente como un “caso” porque me hace sentir un ente abstracto, sin historia, sin pensamientos propios, sin emociones, así como cuando se refieren a nosotros con el número de nuestro expediente médico. Tampoco me gusta que nos llamen como si fuéramos solamente una parte del cuerpo: “aquí tenemos un cáncer de colon”, o “el edema pulmonar será dado de alta hoy”. En la exclusividad de los hospitales privados nos enaltecen con el número de habitación que ocupamos, que tampoco somos, o del número de la póliza del Seguro, que dura poco.

De entre todos esos motes, el de ser “paciente” me acerca más a quienes padecen, como yo, algo que no esperábamos sufrir. Está reconocido como la persona que recibe tratamiento médico y engloba a todos, hombres y mujeres, niños, niñas y viejos. Solamente me rebela esa parte de la palabra “paciente” que supone que practicamos por inercia la virtud de la paciencia y no preguntamos, no opinamos nunca. Así, se escogió para esta columna la apelación del “enfermo” o “enferma” porque es el escalafón en que nos posicionan los estudios de laboratorio, los doctores y, sobre todo, las manifestaciones de los cambios en nuestro propio cuerpo. Está enfermo o enferma quien sobrelleva una enfermedad de difícil pronunciación, con la que aprenderemos a vivir… o a morir.

A los enfermos nos han impuesto, culturalmente, un estigma, la limitación instantánea para continuar con nuestra vida, para salir solo, para caminar, para comer, para opinar, pensar y hasta para hablar. Gracias a la educación centenaria de Roberto Gavaldón en las películas mexicanas y a la moderna enseñanza de las telenovelas, los enfermos pasamos como víctimas al escenario de la compasión y de la caridad. Aquí en el Diario del Enfermo de La Jornada Maya, escaparemos aunque sea unos minutos, de esa figura que significa “estar enfermo”, para darle voz a los que a pesar de esta condición, tenemos mucho qué decir y qué contar. Pasaremos de ser objetos de estudio a sujetos activos.

El pseudónimo sirve para abarcar una demografía mayor sin comprometer la intimidad del que narra su experiencia, muchos de los cuales todavía temen represalias en el trato hospitalario. Las mujeres de cualquier edad hablarán como Luna Nueva, sin importar el robo que hizo una malísima zaga de cine respecto del hermoso fenómeno celeste. La órbita de la Luna, antigua aliada de la naturaleza femenina, recuerda el principio y el fin de los ciclos. El novilunio ocurre cuando, sin verse, el satélite sigue ahí y pronto ha de mostrarse otra vez con una sonrisa. Es un augurio imponente del cambio y la reaparición.


Los hombres podrán hablar como Armando Eloy, porque la historia clínica de cada uno de nosotros es un entramado de alternativas que se eligieron y otras que se desecharon, desde hacer un largo viaje a consultar a una eminencia, hasta seguir los consejos del vecino contra una diarrea. Cada dilema podría poner en juego nuestra vida y, por primera vez, dirigimos su curso sabiendo que sólo podemos intervenir en un fragmento de ese recorrido: el presente, el hoy.

Contaremos, desde cualquier lugar de México, todo aquello que nos importa decir respecto a nuestra enfermedad, hablando de los hospitales, los doctores y doctoras que nos han tratado unos, como si fuéramos un número más y, otros, con la sensibilidad y profesionalismo que esperamos de cualquier experto de la Salud. Todo aquello que no es importante para los doctores o para nuestras familias porque ya se cansaron de oír lo mismo, será importante en este Diario del Enfermo en La Jornada Maya.

Está dedicado a los que entendemos con o sin religión, con o sin dinero, que la enfermedad cambiará definitivamente nuestras vidas. A quienes padecemos cáncer u otro daño degenerativo que nos mantendrá en este trajín durante varios años. Está dedicado a los incansables buscadores de alternativas para sobrellevar nuestro mal con dignidad, sobre todo aquí en la Península de Yucatán; a la querida Dolores, que tuvo que abandonar su país por no encontrar trabajo al curarse, en un calvario similar o peor al que vivió durante el cáncer que logró superar. A muchos enfermos que la enfermedad se ha llevado, Dalila, Juanito, Liz, Gina y otros tantos que siguen aquí, bregando. Está dedicada a don David Aranda, que agonizó haciendo lo que más le gustaba y murió cantando. Don David nunca tuvo miedo y nos mostró cómo seguir vivo a pesar de los años, a pesar de la vejez, la enfermedad y a pesar, incluso, de la muerte.

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