Gloria Serrano
La Jornada Maya

Kankabal
18 de mayo, 2015

Se topan, se observan, se tocan, se hablan, se escuchan, pelean. Se miran, se piensan, se perciben, se disfrutan, se experimentan, se proyectan, crean. Se padecen, se destruyen, se reconstruyen, se precipitan, se salvan, juegan. Se reflejan, se reconocen, se hermanan, se comunican, se comparten y, finalmente, se encuentran. Quizás esta sería la manera en que el poeta argentino Oliverio Girondo, describiría lo que sucede cuando 11 artistas de diversas disciplinas, con equipajes contextuales diferentes y trayectorias profesionales tan disímiles como las de Joaquín Sabina y Taylor Swift, son seleccionados para convertirse, durante un mes, en los únicos pobladores de una longeva ex hacienda henequenera en vías de recuperar el esplendor de otros tiempos.

Una residencia artística, un proyecto inmobiliario sustentable, una intervención respetuosa y un proceso de restauración en marcha, son los elementos en yuxtaposición que definen Kankabal, la innovadora y visionaria propuesta del Arq. Sergio Vallejos Ortiz, propietario de la Galería de Arte y Diseño Noox, quien el fin de semana pasado se trasladó de la Ciudad de México a Yucatán, el estado de la República Mexicana que no se parece a ningún otro, para apreciar las creaciones del primer grupo de artistas que tuvieron la oportunidad de plasmar sus talentos, despojados de la tecnología actual y sumergidos en un ambiente excepcional, en espacios específicos de esta hacienda ubicada a pocos kilómetros del pueblo mágico de Izamal.

Dentro de un par de meses habrán pasado por aquí 32 jóvenes creadores, hombres y mujeres provenientes de distintos lugares dentro y fuera de nuestro país. En esta ocasión, correspondió a Antonio Morales, Francisco Mex, Irving A. Santini, Gabriel Santiago, Guillermo S. Quintana, Miguel Gómez, Mónica Castillo, Pablo Tut, Sol Natividad, Raúl Godínez y Rodrigo Díaz, ser los pioneros en transformar este paisaje mestizo y llenar con sus voces el vacío sepulcral de las villas, patios, corredores y jardines que por treinta días les dieron abrigo. Aunque si se ha de ser justo, después de escuchar la valoración que ellos mismos hacen de este laboratorio de creación, parece ser que quienes sufrieron una tremenda acometida emocional, un satori, fueron los propios protagonistas.

Quizás fue el aire que respiraron, quizás la hondura de sus particulares precipicios, quizás fue mirar la veleta en medio del árbol junto a la casa principal, quizás fueron las horas juntos, coladas como por reloj de arena. Quizás fue sentir su piel brillando al mediodía, quizás fueron esas noches de pavorosa belleza, estrelladas y abiertas. Quizás no fue nada de eso, o fue todo eso y algo más lo que golpeó sus pulmones, templó su espíritu y llenó su mente de creatividad desbordada, tal como lo muestra la complejidad simbólica pero comprensible de sus obras, las piezas que a Luciano, ayudante de albañil originario del diminuto poblado de Sudzal (agua donde está el árbol suudz, en maya), le generan una espontánea sonrisa y le parecen “muy bonitas”.

De esta forma, un muro en blanco sirvió de base para metaforizar la labor del campo, la brega de los peones como en aquella época cuando el henequén era considerado el oro verde o como sucede ahora con los jornaleros en San Quintín o los “oaxaquitas” en el valle de Culiacán. Los restos de una albarrada fueron el lienzo sobre el cual quedó estampado el rostro, chorreado de una sustancia negra y viscosa como chapopote, de un joven que simboliza el daño provocado por las sociedades contemporáneas, colapsadas por la violencia, en los individuos que las conforman. A una vieja torre de vigilancia se le asignó un significado y se convirtió en el vertiginoso y colorido sendero que lleva al autoconocimiento. Y donde no había nada, ahora se ubica una típica ventana campechana por la que se cuelan, con exactitud y linealidad, los rayos del sol.

“Fue un conversatorio artístico, un renacer. Por momentos sentí que regresamos a los ochentas”, dice entusiasmado Guillermo S. Quintana, el irreverente creativo transdisciplinario que encabezó el recorrido y mostró orgulloso cada uno de los esfuerzos de sus compañeros. Lo cierto es que estos productores de arte se aferraron al objetivo y creyeron en sus capacidades. Con el respaldo de la Lic. en Comunicación Salma Akele, del equipo de Galería Noox, aprovecharon intuitivamente cuanto recurso encontraron y todo lo desechable tuvo de nuevo sentido, recobró valor más allá de su función original. Son los que miraron de cerca un mundo y tomaron distancia de otro; cada expresión artística es el resultado de sumergirse en un ecosistema donde siempre fueron forasteros. Son los que llegaron, pero también los que dejan un testimonio personal, un registro visual, un pedazo de sí y un fragmento de historia.


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