Jhonny Brea
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán.
Ilustración: Chakz Armada

Mérida, Yucatán. 22 abrol 2015. Estaba ocupado en las labores propias de mi sexo (lavar la estufa, que ¡cómo agarra polvo en estos días de calor!), meditando al mismo tiempo cómo hacerme de algunos pesos cuando llegó la iluminación: hay que hacer un negocio ahora que está abierta la llave del presupuesto de los partidos políticos.

Ya luego empecé el diálogo interno, porque, ¿qué les puede ofrecer a los partidos un simple mortal? ¿El voto? No; todavía faltan varias semanas para la elección. Además, luego el valor del sufragio tiene variaciones, según vayan apareciendo las encuestas, así que la cotización está por ahora a la baja. Mejor otra cosa.

Como no se me ocurría nada, decidí salir a caminar para inspirarme. Cinco cuadras y ocho minutos bastaron para conseguir un golpe de calor. No llegué ni al Oxxo.

Dos litros de agua y una caguama después, por aquello de la pérdida de sales minerales con la sudoración. Es un remedio que me enseñó mi chichí, pero ya me estoy distrayendo. En fin, ya era hora de ir por la Cutusa a la academia de ballet y se pone muy sensible cuando llego tarde. No ha faltado la ocasión en que la encuentro llorando a moco tendido y reclamándole a las mamás de sus compañeras que por qué no llego. Por supuesto, cuando hago mi entrada, recibo miradas asesinas. El otro día me pareció escuchar que me llamaban padre desnaturalizado a mis espaldas.

En fin, tomé el auto y en esta ocasión no hubo incidentes. Ya con la Cutusa en el asiento trasero enfilé hacia la casa, pero en el crucero de El Cohete encontré la oportunidad que buscaba desde la mañana. “¡Los panuchos!”, exclamé mientras veía a un grupo de adolescentes ondeando banderas de Acción Nacional y repartiendo volantes.





-¿Eso vamos a cenar, papá? –Preguntó la Cutusa.
-No, hija, son estos chavos. A ver, deja abro la ventanilla.
-¿Un volante, señor? –Preguntó un muchacho, de quien tomé el papel ofrecido, agradeciéndole porque al fin tengo las intenciones de Mauricio Vila.
-¿Me deja ponerle un quitasol en el vidrio trasero? –Volvió a preguntar amablemente mientras me mostraba una enorme calca con el rostro del candidato panista a la alcaldía de Mérida, y aquí titubeé.
-Por la módica cantidad de $2,000 puedes hacerlo –alcancé a decir luego de calcular mentalmente cuánto sería bueno cobrar por convertir mi auto en un anuncio ambulante.
-No, señor, no compramos.
-A ver, nené, ¿quién te dijo que es venta? Es una oferta de renta de espacio publicitario.

Ya no pude decirle más porque el semáforo cambió a verde. Obviamente no era la persona a quien debía dirigirme. Pero eso sí, la idea ahí estaba: rentar mi auto y la reja de la casa al mejor postor.

Ya andaba feliz por haber encontrado la solución al problema monetario cuando vi a otra cuadrilla instalando mantas del PRI en cuatro casas de la misma cuadra, por el rumbo de Itzimná. Me detuve a preguntar cuánto pagaban por anunciarse y me miraron como si fuera un estúpido: “Nada, son simpatizantes voluntarios.”

Me retiré pensando que esto es como el sexoservicio: mientras haya quien lo dé gratis, los y las profesionales ven disminuir sus ingresos.


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