Elena Poniatowska
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 11 de julio, 2016

[h2]Primera parte[/h2]

Claro que todos los mexicanos nacimos el día en que lo conocimos, querido lector, y ahora pensamos en él al apagar la luz porque no sabemos vivir sin pensar que somos sus novios. El próximo 17 de septiembre Armando Manzanero (ese chiquitito que no le hace al cuento, le hace a la canción) será nombrado Embajador de la Cultura Yucateca para el mundo entero y el 18 en la Ciudad de México en la Hacienda Los Morales. Entonces se echará unas rolas con el trío yucateco Los Juglares. Lo apadrina Carolina Cárdenas, quien a su vez apoyó al extraordinario Teatro Campesino de María Alicia Martínez Medrano. No cabe duda, Manzanero es un alux que viene del sur de Mérida y cuyo abuelo en Ticul nunca habló español. Un alux es un duende que hace travesuras. Llama a la lluvia y la ve caer aunque no estemos con él. Sentado al piano, canta y ha beneficiado a todo Yucatán. Es uno de los seres fantásticos que favorece a su península al construirle un altar de canciones que bien podrían titularse la casa del alux. Vuela al mundo entero y cosecha para México aplausos que son una milpa, un cenote, un Paseo Montejo, una larga hilera de henequenes, un terno blanco recién planchado con almidón, un agua de horchata que limpia el alma.

[h2]Nuevas y mejores emociones[/h2]

Con él aprendimos que existen nuevas y mejores emociones y que la semana tiene más de siete días. Vimos llover, vimos gente correr y confirmamos que paso a pasito la felicidad puede encontrarse hoy mismo con sólo desearlo porque basta llamarla felicidad hoy te vuelvo a encontrar. También pudimos cantar a voz en cuello adoro la calle en que nos vimos y aterrarnos con su no rotundo, porque tus errores me tienen cansado, porque tus reproches me dan amargura, no aunque me juraras que mucho has cambiado.

A Sara Poot Herrera, su paisana, a Carmen Beatriz López Portillo y a mí, Manzanero nos invitó a comer a un restaurante muy suntuoso. No nos preguntó qué queríamos comer; con su capacidad de mando pidió lo mismo para los cuatro. Nos regaló en una bolsita muy cuquita tres discos: Manzanero, Big Band Jazz de México; desArmando a Tania, con Tania Libertad, su intérprete favorita, y Mosaico mexicano, con la Orquesta Sinfónica de Jalapa Tlen Huicani.

Armando, yucateco de hueso colorado, ha cubierto de gloria a Mérida, la más limpia, ordenada y segura de toda la república. Soy muy músico, dice para confirmar que en 2014 fue el primer mexicano en recibir un premio Grammy. Hoy, a los 82 años es el mayor compositor de nuestro atribulado país, el que lleva nuestra voz al mundo entero.
“Me gusta mucho el puesto de embajador de la cultura yucateca. Tengo muchos años y cinco matrimonios. Me hubiera gustado tener uno, con la que yo estoy casado ahora pero, lamentablemente, a veces uno recapacita tarde. La gente como yo no debe de estar casada, porque tengo un instinto de libertad empedernido. Soy de los que nada más ven un avión y quieren estar dentro de él, ven una ave volar y quieren ser parte de ella.

[h2]Las madres de mis hijos[/h2]

“Agradezco mucho a las cinco madres de mis hijos que los hayan educado tan maravillosamente bien. En total tengo seis hijos. En primer lugar a mi hijo Armando, luego a Marianela, luego a Marta, luego a Diego, luego a Juan Pablo y luego a Marinca. Los de la primera camada viven en Mérida, los de la segunda, Marinca y Juan Pablo viven en la ciudad de México. Yo nací para ser el mejor padre del mundo, pero para marido dejo mucho que desear, no porque ande en busca de relajos, sino porque la música es la única pasión que he conocido.

“Finalmente he logrado hacer lo que he querido. No me quedé sin un deseo sin cumplir. Soy un señor inmensamente privilegiado y tocado por la mano de Dios, porque cuando era yo niño y escuchaba pegado a mi radio a la W, adiviné que algún día todos los grandes cantantes convivirían conmigo y grabarían mis canciones.

“El primero que me ayudó fue Luis Demetrio. El día en que no le llegó su pianista a Mérida, me fue a buscar a donde me estaban cortando el pelo debajo de una mata de zapote: ‘Necesito que me acompañes porque mi pianista no llegó’. Ese mismo fin de semana me ofreció: ‘El día que quieras vivir en México, yo te doy trabajo’. Estudié música desde los ocho años porque la tía abuela de mi madre era la directora de Bellas Artes de Mérida. Para los yucatecos, la cultura musical es como la sopa de lima. A Mérida llegaban grandes cantantes, grandes compañías de ópera, la Sinfónica. Estamos hablando del año 42. Quise tocar violín, pero de la Casa Veerkampf a ese Yucatán tan lejano llegó un violín sin arco y el arco no llegó nunca. En ese ínter mi mamá encontró un piano desvencijado y cambió su máquina de coser por él. Empecé a tocar piano.

[h2]Las clases de mi padre[/h2]

“Mi padre también vivió de cantar y dar clases de guitarra y yo traté a los mejores trovadores de la época romántica de Yucatán. Mi padre se llamaba Santiago Manzanero y mi madre Juana Canché, sobrina nieta de un famoso musicólogo, Jerónimo Baqueiro Foster, autor de un solfeo. Todos en la familia tenemos la música por dentro.

“Toqué por primera vez en la emisora de Manuel Araujo, a un ladito del teatro Peón Contreras. A las nueve de la mañana, los domingos, cantaban los niños y yo los acompañaba al piano. En ese entonces tenía 10 años. Me pagaban con un vale para una lata de Nido, estaban promocionándolo porque, curiosamente, los yucatecos nunca bebíamos leche, porque no había vacas en Yucatán, ¿verdad? Tomábamos chocolate con agua. Mi primera canción la compuse en 1950 y se llama Nunca en el mundo, que más tarde grabó Fernando de la Mora.”[h2][/h2]


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