Paul Antoine Matos
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Teabo, Yucatán
27 de abril, 2016

Como una herida abierta, como siete agujeros de bala que aún no cierran. El reencuentro con Luis Demetrio Góngora Pat, después de 15 años de su primera partida, estuvo marcado por la tristeza y el luto.

El municipio de Teabo tuvo ayer una jornada de despedida, por la segunda –y última partida de Luis, en la que se congregaron sus amigos y familiares. Hace 15 años migró hacia San Francisco, California, pero el siete de abril fue asesinado por dos elementos de la policía de dicha ciudad.

El colorido de los banderines que adornan la plaza principal de Teabo, con motivo de la fiesta tradicional que iniciará este fin de semana, contrastaban con el ambiente de dolor de las más de 80 personas que conocieron a Luis Góngora y acudieron a decirle adiós.

En la iglesia, el sermón del sacerdote abordó la vida de Luis en los Estados Unidos, enfatizó en la dignidad y el respeto que merecen todos los seres vivos. La oración del Padrenuestro fue ofrecida por quienes sufren violencia y las familias que han sido separadas.

El ataúd en que se depositó el cuerpo de Luis, adornado con imágenes de la Virgen de Guadalupe, fue conducido por seis hombres, tres de ellos policías municipales, hacia una patrulla. El cuerpo arribó al aeropuerto de Mérida, desde San Francisco, el lunes por la noche en el vuelo 754 de Volaris, tras 24 horas de viaje, comentó el presidente municipal de Teabo, Fabián Puc Naal.

El féretro fue rodeado por quienes convivieron con Luis, en una procesión que duró 15 minutos hacia el cementerio, la cual fue observada por los vecinos que construyen el tablado, que en unos cuantos días será sede de las corridas tradicionales.

Las mujeres –una gran mayoría- se cubrían con sombrillas del calor, mientras que los hombres hacían lo propio con gorras, signo de experiencia migratoria o de la presencia de un pariente en California; los Gigantes de San Francisco y los Padres de San Diego, dos de los equipos de béisbol con más tradición en la costa este de Estados Unidos, protegían del sol a las caras marcadas por la tristeza y el dolor.

El panteón de Teabo se encuentra sobre una colina, acaso una coincidencia con el momento bíblico en que Jesús irradia su Gloria divina, suceso que dio origen al Cristo de la Transfiguración, a quien se dedica la fiesta municipal.

En esta temporada de sequía ya se registró un incendio, a menos de 50 metros del cementerio. Algunas cenizas caían sobre los presentes, al tiempo que los familiares entraban al mausoleo para despedirse de Luis. Allí estaba Carmen May, la viuda, acompañada por Estela Pat, la madre de Luis.

El silencio sólo era roto por el sonido del viento, que zumbaba en los oídos, y el canto de los gallos. Afuera del mausoleo, los sollozos de dolor del interior retumbaron en las paredes, provocando un eco de sufrimiento en el panteón.

Dianey Euán Góngora, prima del migrante, acompañó a Estela. Recordaron que Luis era una persona muy vaciladora y cariñosa, que jugaba al béisbol. Para su madre, era alguien trabajador y luchón, dijo en maya.

Su hermano, Roque Góngora Pat, mencionó que en las llamadas que se hacían, Luis –sexto de ocho hermanos- no tenía en mente regresar a Yucatán, porque en San Francisco encontró un buen trabajo como lavaplatos. Pero desde hace más de un año no conversaban, un momento cercano a cuando se habría quedado sin empleo y se viera obligado a vivir en la indigencia, en una casa de campaña sobre la calle Shotwell, en el distrito Mission.

Uno de sus mejores amigos en Teabo, Juan Bautista May Vera, comentó que se la pasaban andando por las calles del municipio, también montaban a caballo. “Mucho cotorreo, hablaba mucho y de todo”, mencionó.

La familia busca justicia por la muerte a manos del sargento Nate Stefer y el oficial Michael Mellone, de la policía de San Francisco.

En el entierro se colocaron coronas de flores, mientras una niña, nieta de Luis, observaba sin entender mucho de lo que sucedía a su alrededor. Sin comprender por qué nunca platicaría con el abuelo que jamás conoció. Los cantos se despedían, repitiendo “más allá del sol, yo tengo mi hogar más allá del sol”, mientras las últimas lágrimas se evaporaban en quienes convivieron con Luis Góngora.


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