Paul Antoine Matos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Flamboyanes, Progreso
6 de abril, 2016

“En [i]Flambo[/i] tenemos todo para salir adelante”, afirma la sicóloga argentina Renata Barrionuevo cuando se refiere a la comisaría de Flamboyanes, perteneciente al municipio de Progreso y que cuenta con 7 mil habitantes, repartidos en 2 mil viviendas.

Sin embargo, es una comunidad pequeña con grandes problemas. La precaria situación social, de migración y carencias económicas, provocó que Flamboyanes se convirtiera en un foco rojo por la inseguridad y facilitó la presencia del crimen organizado.

Las pandillas, originarias de California, Sur 13, o sureños, pertenecientes a la Mafia Mexicana, y Norte 14, o norteños, se establecieron hace unos años en Flamboyanes. La violencia llegó con ellos. El narcomenudeo y los enfrentamientos provocaron temor en los ciudadanos, mismo que un día dijeron “hasta aquí”. Recurrieron al ojo por ojo.

“Son banditas integradas por jóvenes, pero la organización detrás de ellos no es casual, están muy bien estructurados”, expresó Barrionuevo.

Hace un año, la comunidad se unió pacíficamente y el pandillerismo se redujo. En enero de 2015, la Fundación del Empresariado Yucateco (FEYAC) acudió a Flamboyanes para trabajar en el poblado. Renata Barrionuevo es la coordinadora del Programa de Intervención Comunitaria, Participativa e Integral, que ha fortalecido el entorno social involucrando directamente a los habitantes.

“Lamentablemente el crimen organizado siempre está un paso adelante de nosotros, que llegamos tarde para solucionar”, manifestó en entrevista con [i]La Jornada Maya[/i].

[b]Raíces[/b]

Para entender la presencia de las pandillas es necesario retroceder cuatro décadas.

En 1977 se creó el proyecto del Fraccionamiento Flamboyanes, calculado para convertirse en una colonia residencial estilo campestre. Entonces la zona aún pertenecía al municipio de Mérida. Ese proyecto incluyó espacios para agua potable y tratamiento de aguas residuales de gran calidad.

El proyecto quebró y pasó a manos de instituciones públicas de vivienda. El 23 de agosto de 1983, cinco familias se instalaron. En 1988, tras el paso del huracán Gilberto, se creó la colonia Damnificados para reubicar a los habitantes de todo el estado que perdieron su patrimonio. Poco después, por falta de espacio para edificar en Progreso, se construyeron viviendas para el personal naval en la colonia Las Palmas.

A mediados de 1990, ante el crecimiento demográfico, Flamboyanes se convirtió en comisaría de Progreso. Hace seis años, durante la administración de Ivonne Ortega Pacheco, el Instituto de Vivienda de Yucatán (IVEY) creó otros 641 hogares para igual número de familias que antes vivían en la ciénaga de Progreso. Sin embargo, Flamboyanes no contaba con la infraestructura social para que se establecieran.

Demográficamente creció 353 por ciento en 25 años. En 2010, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la población era de cuatro mil habitantes. Sin embargo, la llegada de las familias provenientes de la ciénaga significó un incremento superior al 25 por ciento de la población de un día para otro. No se crearon aulas nuevas en las escuelas, tampoco existían actividades deportivas. El Hábitat –perteneciente a la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu)–, un espacio para desarrollar la cultura, recibía poca promoción, tenía cupos limitados y su disponibilidad estaba reducida en tiempo; eso con un presupuesto federal y estatal de un millón 300 mil pesos, en 2015.

En Flamboyanes, el ingreso medio familiar es de mil 535 pesos semanales, incluso tomando en cuenta a quienes pertenecen a la Marina y ganan aproximadamente 10 mil pesos mensuales. Es decir, la mayor parte de las familias viven con un poco más de un salario mínimo. La comisaría es una ciudad-dormitorio, ya que los trabajadores laboran en la costa, en alguna actividad relacionada a la pesca. La paga que reciben se gasta en cantinas y la cantidad que llega a los hogares disminuye.

La investigadora expresó que la comisaría presenta una mala planificación, sin la estructura acorde a la cantidad que gente que vive. Los parques no tienen nombre, la recolección de basura presenta carencias, hay poca iluminación, las calles están en mal estado.

En los hogares aún se cocina con leña y el drenaje es rebasado en ocasiones, lo que provoca condiciones propicias para la aparición de enfermedades respiratorias e intestinales, así como lugares en donde se puede desarrollar el mosquito Aedes Aegypti, transmisor de los virus dengue, chikungunya y zika.

Existen seis expendios de cerveza y apenas un centro médico y una farmacia. 35 por ciento de los adultos no concluyó la educación primaria. También se practican siete religiones diferentes, tres de ellas con su propio templo. Incluso hay uno dedicado a la Santa Muerte.

El 50 por ciento de la población de Flamboyanes es menor de 25 años. El 84 por ciento de las personas en edad escolar son excluidas de la educación. Sólo hay dos escuelas primarias, dos estancias infantiles –con capacidad para 80 niños, aunque hay más de 500–, un kínder y una telesecundaria. Debido al ambiente hostil, los maestros rotan cada par de años.

A lo largo de 33 años, Flamboyanes se ha convertido en una comunidad heterogénea a la que, por diversas razones, las personas han tenido que migrar forzosamente. Ya sea por un huracán, falta de espacios para la construcción en Progreso, reubicados por el gobierno, por tener una vivienda accesible o por una exigencia laboral, los habitantes de la comisaría son de diversas partes de la entidad y del sureste, como Veracruz, Tabasco y Campeche.

Con esta problemática se generó un caldo de cultivo para que el crimen organizado ubicara en los jóvenes la materia prima para establecer su estructura, a través de pandillas.

[b]Surgen las pandillas[/b]

Según la hipótesis de Renata Barrionuevo, la principal razón de los jóvenes para integrarse a las pandillas es la falta de identidad. Por tanto, al conocer a los Sureños o los Norteños, se identifican y encuentran en los símbolos, los códigos, los números, los graffitis y los colores que manejan las bandas un sentido de pertenencia.

“Nos reuníamos en el parque unos 40 chavos como yo, después de la escuela, a estar ahí nomás. Los padres no estaban o éramos madreados siempre en casa, y un día vino un 13 de Progreso a decirnos de formar una banda, nos dijo cómo era y que lo pensáramos, nos dio a elegir. Lo pensamos y dijimos que sí como 30”, son las declaraciones de los jóvenes entrevistados, miembros de las bandas Sur 13 y Norte 14, recabadas en el Informe de Diagnóstico Comunitario Participativo, de la FEYAC.

Esos 40 adolescentes tenían entre 11 y 13 años. “Vino un bato de Monterrey que nos dijo cómo era la cosa, a huevo, y hasta nos ofrecieron armas cuando los 13 se pusieron más mamones”.

“Lo elegimos porque no íbamos a estar solos y sin protección, los 13 somos una familia que nos protegemos en cualquier lado… yo me puedo ir a dónde sea y otros treces me van a proteger… hay que cumplir las reglas y defender el territorio, nada más”, indica otro joven.

Unos meses después, Flamboyanes se volvió un lugar de pandillas, diferenciado no sólo por su composición demográfica, sino también por la pertenencia de los jóvenes a estos grupos.


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