Eduardo Lliteras Sentíes
Foto: Comunicación/ Gobierno de Yucatán
La Jornada Maya

Mérida
4 de marzo, 2016

[i]Luis custodiet ipsos custodes?[/i], reflexionaba el poeta romano Juvenal en una de sus sátiras. Es decir, ¿quién vigilará a los vigilantes? ¿Quién vigilará a quienes nos vigilan con la justificación del terrorismo, de la delincuencia, de la inseguridad?

El tema está al centro de nuestras sociedades, asediadas por actos terroristas y bandas del crimen organizado que están logrando exterminar las libertades y derechos de las sociedades occidentales.

El miedo a ser asaltado, robado, el terror a morir en un atentado, provocan, entre los ciudadanos la aceptación, sin cuestionamiento, de medidas que en otras circunstancias nos habrían parecido inaceptables: videovigilancia, cateos y revisiones, retenes, escuchas telefónicas, espionaje: el fin de nuestra privacidad. Es decir, estamos ante la justificación del Estado Vigilante permanente que escucha nuestras llamadas, espía nuestras computadoras, fotografía nuestros rostros y autos en las calles, que conoce nuestros movimientos cotidianos, todo por nuestra seguridad, se nos dice.

Esa seguridad, que hemos perdido, precisamente, por omisiones y corruptelas de ese mismo Estado, de esos mismos gobiernos que hoy se presentan como los salvadores de la ciudadanía con medidas de seguridad que nos convierten en Estados policiacos, en estados orwellianos.

Lo que parecía ser una situación excepcional se va convirtiendo en una situación permanente. Ahora, a través de Escudo Yucatán, por ejemplo, se habla de sentar las bases de la seguridad de las futuras generaciones, de los años por venir.

En Francia, el gobierno de François Hollande ha buscado perpetuar el estado de excepción, declarado tras los criminales atentados del año pasado.

En Estados Unidos fueron las Actas Patriota I y II y ahora en México son la Ley Atenco y las reformas al artículo 29 de la Constitución para declarar el estado de excepción, y legitimar, inclusive, el uso de armas de fuego contra manifestantes por parte de los policías.

Se nos anuncian nuevas medidas de seguridad, más videocámaras por todo Mérida y sistemas de videovigilancia de nueva generación –que tienen la capacidad de diferenciar los rasgos de un ciudadano entre millones- pero no se ha aclarado el contrato con la empresa italiana Hacking Team, y el uso gubernamental en Yucatán de sus programas maliciosos para espiar a la ciudadanía, a los opositores políticos.

Vale la pena traer a colación las reflexiones que hace el periodista estadounidense Trevor Paglen,sobre el Estado Vigilante. Trevor ha dedicado gran parte de su vida profesional a rastrear el mundo oscuro del Pentágono, sus ultra secretos programas militares de espionaje, sus bases aisladas en desiertos y lugares alejados de la geografía estadunidense y de cualquier supervisión ciudadana, como sus cárceles alrededor del planeta para el [i]Rendition program[/i] (programa de desapariciones), o Guantánamo.

Paglen sostiene que “la vigilancia masiva es una mala idea porque una sociedad vigilada es una en la que la gente entiende que está siendo monitoreada constantemente”.

Y explica que “cuando la gente entiende que es constantemente monitoreada se vuelve más conformista, menos propensa a adoptar posturas controversiales y esa clase de conformismo es incompatible con la democracia”.

Quizá es precisamente éste el objetivo político del Escudo Yucatán y de las medidas de vigilancia implementadas [i]urbi et orbi[/i] con el pretexto del terrorismo, de la inseguridad. Quizá caminamos de la mano de nuestros miedos a algo peor, sin cabalmente darnos cuenta, conducidos por intereses a los que nunca les han gustado mucho las libertades de expresión y pensamiento, de crítica, la protesta social. El cuestionamiento a quienes rigen y dirigen los destinos del planeta.

Los ciudadanos pedimos seguridad, sí, claro, pero también pedimos respeto a nuestros derechos humanos, a nuestra privacidad. Y rechazamos el uso político y de control social de programas y tecnologías cada día más justificadas para someter la inconformidad, el malestar contra ese sistema que, como una hidra, tiene muchas cabezas. La delincuencia, la inseguridad y el terrorismo son algunas de ellas. A fin de cuentas, ¿a qué oscuros propósitos y a quiénes sirven? Vale la pena reflexionar.

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