Gloria Serrano
La Jornada Maya

Baca
13 de junio, 2015

»Parece que cuánta más información tenemos sobre la paz de espíritu menos sosiego sentimos, tal vez porque deseamos algo que no existe: una existencia sin contratiempos«. Elvira Lindo

30 años viviendo en México, 16 despertando con el incesante golpeteo de los pájaros carpinteros con los que comparte la Hacienda San José, en el municipio de Baca, a escasos 20 minutos de la capital del estado de Yucatán. Hijo de padre católico y madre protestante. Vehemente empresario dedicado a la comercialización del limón persa, un filántropo que abrió las puertas de su hogar a la colectividad yucateca y las de su corazón al mundo entero. Nació en el país africano de Argelia; se creció física y emocionalmente en un país europeo, Francia. Actualmente vive en el continente de las venas abiertas, América, y toda su potente energía la obtiene de la milenaria sabiduría que reside en Medio Oriente.

Conocerlo no pudo ser más oportuno. Hace unos días falleció, a causa de un cáncer de páncreas, Pedro Zerolo (1960-2015), el abogado y militante que dedicó su vida a reivindicar los derechos humanos de las minorías en España, el extraordinario ser humano que vivió consciente de la rotunda transformación que se produce cuando una persona aprende a convivir con la enfermedad y con la muerte. Pienso en Zerolo e inevitablemente me viene a la mente la deliciosa charla que sostuve con nuestro personaje, un llegado más a la península de Yucatán y un hombre que, como Zerolo, tiene la fortaleza del que sólo está cierto de algo: la imposibilidad de permanecer; somos un suspiro y todos, algún día, habremos de morir.

Se trata de Laurent Chabres, un hombre que cruzó no las fronteras geográficas, sino las que uno mismo se impone para aprender el arte de saber morir un poco, cada día. Quizás su provecto aparato de difusión electromagnética con el que brinda terapia a enfermos de cáncer, sea sólo la punta del iceberg, el mecanismo visible de una filosofía aún más profunda que lo llevó a crear la Fundación para el Bienestar Natural, A.C. (Fundebien), organización sin fines de lucro que tiene como lema «la mejor terapia… la paz interior», la cual sustenta su trabajo cotidiano en mirar hacia la causa del padecimiento más que en sus consecuencias, aprovechando el conocimiento extraído de los estudios que realizó el científico Georges Lakhovsky hacia 1920. El tratamiento que ofrece se complementa con la práctica del Chi Kung, técnica curativa de origen oriental, así como asesoría nutricional y psicológica.

Y ahora, derivado del ímpetu de este tozudo guerrero, es que se llevará a cabo el 1er Festival de Loto aquí, en Baca, los días 19, 20 y 21 de junio; un evento excepcional pero sobre todo, una gran celebración que incluirá música, danza, yoga, espectáculos de Chi Kung, meditación sufi, ceremonias budistas, venta de artesanía y plantas, talleres de manualidades y la oportunidad de disfrutar del peculiar sabor de la gastronomía tailandesa en el restaurante anexo «La Casa de los lotos». Lo anterior es lo evidente, lo que se ve a simple vista; sin embargo, lo fundamental, es lo que nos dijo el propio Laurent, tres veces sobreviviente de cáncer, en entrevista exclusiva para La Jornada Maya:

«Antes me decían [i]El brujo de Baca[/i], pero no hay nada de eso. Lo mío sencillamente fue un atrevimiento. Me atreví a dar la espalda a todo eso que me causaba malestar e insatisfacción, me atreví a bajar el switch. Me atreví a darme la importancia que merezco».Un asunto nada fácil. Tratando de evitar la locura que produce el no encontrarse, Laurent realizó una proeza personal: se entrometió, hurgó en sus adentros para primero reconocerse y, luego, aceptarse. Por contradictorio que parezca, el dolor físico le proveyó sanación emocional. De esta forma aprendió rotundas lecciones que hoy se traducen en singulares aforismos que gustoso comparte:

»Podemos diferir en el pensar, pero siempre habremos de coincidir en el sentir«.
«La inteligencia es hacer propias las experiencias ajenas y, a partir de ahí, tener un aprendizaje».
»Para acercarte a lo esencial, primero es necesario alejarte de lo superficial«.

Y de nuevo viene a mi mente, impetuoso y de una pieza, Pedro Zerolo acompañado por una de las frases con las que Elvira Lindo resalta las cualidades de este luchador que «nunca perdió la sonrisa»:

«Habría que observar con más detenimiento la mirada de las personas enfermas. Si uno se fija, se dará cuenta de que miran a los sanos como diciendo, no entendéis nada».

Laurent también lo sabe y lo percibe con intensidad, es una idea que constantemente recorre milimétricamente cada parte de su piel, en especial cuando recibe a cada uno de los más de 4 mil pacientes, pedazos de realidad que han llegado hasta la Hacienda San José,en espera de encontrar no el remedio para el temible cáncer, sino para la peor dolencia hoy en día a la alza, ese estremecedor desasosiego de quienes deseamos una existencia sin contratiempos porque no hemos comprendido aquello de »no hay rosas sin espinas«. Por eso insiste, enfático: «Los sanos son los enfermos. Estamos inmersos en una cultura de la prevención, nos aterra lo que pueda suceder, pero en realidad no sabemos nada. Yo evoluciono en la duda y vivo en el error. Que me disculpe Descartes, pero yo siento y luego existo«.

Habla, valeroso y en primera persona, quien desafió al cuerpo y le perdió el miedo a la muerte; escuchamos, tal vez escépticos, al que le aterra una vida desperdiciada y estamos, sin más, en presencia de alguien que murió y volvió a nacer para contar una historia diferente. El cáncer de colón que arremetió contra Laurent hace 18 años, fue el catalizador de una experiencia única que ahora comparte con su comunidad más cercana y con todo aquel que desee aproximarse para conocer esta otra forma de entender nuestro paso por la tierra. Un pensar que ha trastocado la vida de más de 20 mil personas, si contamos a los 60 pacientes que cada sábado practican el Chi Kung y a los familiares de aquellos que han vuelto al lugar donde mejor se refugian: su interior.

Con total serenidad, Laurent recorre y muestra orgulloso, mas no ensoberbecido, esta hacienda; las 40 hectáreas de terreno que, escalonadamente, ha ido modelando con la misma capacidad imaginativa de arquitectos como Gaudi o Niemeyer, aunque no deja de aclarar que nunca se trató de un proyecto como tal; más bien, de algo que él define como »un mega eructo«, una liberación incontrolable, fuerte y sonora, salida de sus entrañas. Este regüeldo fue, sin duda, la poderosa simiente que hará posible la realización del 1er Festival del Loto, el cual contará con la asistencia de distinguidos invitados como el Embajador de Tailandia en México y reconocidos especialistas, sembradores de paz, observadores y a su vez participantes, que exploran y redefinen el vivir dentro de las sociedades contemporáneas.

A un lado del sendero por el que cruzamos, se encuentra un elegante árbol de bambú negro. Más adelante hacemos una pausa para contemplar el símbolo del Yin y el Yang, plasmado en el centro del salón al aire libre donde se practica el Chi Kung (Chi, mantenerse vivo; Kung, trabajo) y un poco más a la distancia, se ve una escultura con la silueta de Buda que se encuentra del lado derecho, al fondo de este ecléctico y monástico espacio destinado para la calma. Es en este momento cuando Laurent suelta, lenta, una nueva máxima: «Lo que más actúa en nosotros, es lo que menos se ve».

Ahora nos encontramos en la zona destinada a realizar los tratamientos que el doctor David Chamorro se encarga de documentar y registrar. Laurent aprovecha cualquier ocasión para sorprender con una original sentencia: »La salud no es cuestión de masas, sino de individuos«. El recorrido continúa. Pasamos a los jardines y estanques que resguardan la flor de Loto, cuyas semillas primigenias llegaron hace 16 años hasta este místico sitio, provenientes de Tailandia. Entonces Laurent hace un alto para enseñar la impermeabilidad de las grandes hojas que rodean el delicado capullo de loto, ejemplo del «no ego» y de la sutil belleza que radica en lo efímero. »Somos agua, como el loto. El nuestro es un eterno fluir, como el agua«, comenta.

Y avanzando, llegamos hasta el laberinto que simboliza la ruta para llegar a la espiritualidad, donde cada pasadizo es una metáfora de la andadura del hombre, del aprender y del eterno caminar rumbo al autoconocimiento. Incomprensión, ira, frustración y llanto, senderos que, finalmente, conducen a la paz. »El camino es la meta, por ello hay que disfrutar el camino«, señala Laurent tan entusiasmado como si fuese la primera vez que sus pasos transitan por estas veredas rodeadas de matorrales y custodiadas por infinidad de libélulas. El trayecto concluye pero el éxtasis de este hombre por conversar y, así de llano, por tan solo «ser y estar», nunca termina:

»Soy un espíritu revolucionario que no tiene necesidad de utilizar bombas«.

«Hay que descubrir cuál es nuestro disfrute supremo y compartirlo con quienes nos rodean. Cuando uno hace lo que le gusta, a los demás también les gusta».

»Lo más importante, es aceptar el hecho ineludible de que la vida existe a pesar de nosotros«.

Me despido de Laurent, del que sus días transcurren como si fuesen una enorme acuarela que continuamente se moja y se vuelve a pintar. Lo miro marcharse sonriente para continuar con sus labores diarias y pienso que quizás aquella última y corta oración, sea su mejor trazo, el que lo define, su auténtica rúbrica: «la vida existe a pesar de nosotros».


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