Enrique Martín Briceño
La Jornada Maya

14 de agosto, 2015

"Habla muy aporreado” se dice familiarmente en Yucatán de alguien que habla con fuerte acento regional; en tanto que de alguien que habla con dejo del centro de México se dice que “habla cantado”. ¿En qué consiste ese hablar aporreado que –se asegura– permite reconocer de inmediato a un yucateco en cualquier parte del mundo? ¿Se deriva ese acento, como es creencia generalizada, del maya yucateco, la lengua autóctona? ¿Qué tiene de feo ese tonillo para que se avergüencen de él los locutores, los meseros, las secretarias y las señoritas que anuncian ofertas en los supermercados? Las respuestas a las preguntas anteriores sólo pueden ser por ahora provisionales o incompletas, pues no existen estudios descriptivos en torno a la entonación del español regional ni sobre la del maya, ni mucho menos trabajos que enfoquen el fenómeno desde la óptica de la sociolingüística.”

Con las palabras anteriores comienza mi artículo Breve incursión en la entonación interrogativa del español de Yucatán, incluido en el libro Identidades sociales en Yucatán (María Cecilia Lara Cebada, comp., Mérida, Fcauady, 1997). En él describo las características de los enunciados interrogativos, entre los cuales los llamados absolutos (aquellos que esperan como respuesta un sí o un no) terminados en sílaba átona permitirían identificar mejor a nuestro dialecto (nuestra variante del español). En ellos la curva melódica “describirá al final un movimiento circunflejo: partiendo del punto más bajo del cuerpo del enunciado, la curva asciende y culmina sobre la vocal tónica (…) y luego desciende sobre la(s) sílaba(s) átonas hasta una altura similar a la de partida”. Para entender mejor esto, compárese la entonación local con la del centro de México en la pregunta “¿Quieres ir al cine?”.

Esta mínima aportación al conocimiento de un elemento del español yucateco fue uno de los contados frutos que produje como investigador en el campo lingüístico. Sin embargo, ha habido después un par de estudiosos que han hecho incursiones mucho más amplias en el terreno de la entonación del español de Yucatán: Jim Michnowicz, de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, varios de cuyos trabajos pueden encontrarse en internet, y una joven lingüista japonesa cuyo nombre escapa a mi memoria (la conocí circunstancialmente hace un par de años), que escribió su tesis doctoral –en japonés, claro–, sobre el tema.

Se trata, sí, de trabajos especializados quizá inaccesibles para la mayoría de los mortales, pero que toman como objeto de estudio un aspecto de una expresión emblemática de la cultura regional que ha recibido poca atención –en comparación con otras como la música, el teatro o la cocina. Es verdad que, en el campo del léxico, sobre todo, ha habido significativas contribuciones, entre las que cabe destacar los libros de Víctor M. Suárez Molina, Jesús Amaro Gamboa y el indispensable Diccionario del español yucateco de Miguel Güémez Pineda. También es cierto que este último y Roldán Peniche Barrera realizan una valiosa labor de divulgación de las expresiones propias del dialecto local a través de sendas columnas en diarios locales. Pero me parece que hace falta más investigación sobre el asunto y más acciones encaminadas a su conocimiento y valoración, pues, aunque no puede decirse que el español yucateco –y su acento peculiar– se encuentre en riesgo de extinción, hay ciertas tendencias que apuntan hacia su pérdida en algunos ámbitos.

En los medios electrónicos, por ejemplo, a los locutores, lectores de noticias, animadores, etcétera, se les obliga a dejar su acento propio para adoptar el del centro de México, como si éste fuera mejor que aquél. Aún se les reprime cuando se les escapa el dejo característico. Este solamente es admitido en programas cómicos regionales, donde el acento se exagera y es un factor para provocar la risa (lo mismo que las voces mayas y los mayismos). Unas pocas excepciones (el programa de TV Reintensos, el programa de radio Guitarras troveras) sirven para confirmar la regla. Algo semejante puede decirse de los meseros o de los cajeros en los supermercados “¿Encontró todo lo que buscába?”, a quienes supongo que sus jefes los fuerzan a hablar como si hubieran nacido en Tepito.

Entre los hogares de clase media, donde la nana maya ha sido sustituida por la niñera televisión, es frecuente escuchar a niñas y niños que hablan con el acento que impera en sus programas favoritos. Y es en este mismo estrato social donde se está abandonando el acento local debido a una actitud pequeñoburguesa que considera como signo de estatus superior la entonación del centro del país. He podido observar esta tendencia entre algunos maestros y médicos y sobre todo entre los profesionales del sector turístico.

Algunos pensarán que algo tendrá que ver la invasión huacha que ha sufrido la región en años recientes. Tal vez, pero el acento se pega sólo si uno vive en la ciudad de México o en alguna otra localidad cercana durante algún tiempo (aunque tenemos casos como el de Manzanero, que nunca ha dejado de hablar como yucateco). Más bien, la causa es el centralismo cultural fomentado principalmente por la radio, el cine y la televisión. Así, en nuestro país los acentos regionales cargan con una serie de connotaciones negativas, pues, además de indicar la procedencia del hablante, llevan asociadas las ideas de “provincianidad”, “atraso”, “rusticidad”, “pocas luces”… Y nadie quiere que lo identifiquen como tonto, rústico o provinciano. En otras naciones los políticos, los artistas y demás personajes públicos no abandonan su dejo regional, aunque se vayan a vivir a la capital. Aquí en México sí ocurre esto, con lo que se menoscaba el prestigio de las entonaciones y los dialectos regionales y se abre el camino hacia la estandarización –que es igual a empobrecimiento– de ese aspecto de nuestro patrimonio.

Acciones por hacer: realizar grabaciones del habla regional que puedan servir a estudiosos del presente y el futuro; fomentar el uso del dialecto regional en los medios masivos de comunicación; incluirlo como tema de estudio en las escuelas; crear conciencia entre los prestadores de servicios turísticos sobre su valor…, y, con orgullo, seguir hablando como siempre lo hemos hecho.

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