Paul Antoine Matos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

19 de enero, 2016

El selvático[i] New Age[/i] peninsular retumbó en los adentros del centro de Mérida. María Moctezuma presentó el sábado su sonido [i]raizoso[/i] acústico, una mezcla del espiritualismo gestado por los [i]hippies[/i] de los sesenta, prolongado durante los setenta, con los ritmos de las culturas indígenas de México, con gritos de protesta hacia el capitalismo y la podredumbre del mundo.

Nacida en Tabasco, María Moctezuma inició con rítmicas melodías ancestrales la noche del Skhole Teatro, que con el juego del montaje asemejaba un cenote, cuya profunda oscuridad no impedía ver la vegetación que adornaba el escenario.

Vestida con un [i]strapple[/i] negro, [i]pants[/i] verde reggae; luciendo un tatuaje del astro rey en su tobillo derecho, el pelo revuelto, rapado por un perfil, nos brindó “Me voy al campo” y un aroma del incienso que se utiliza en las celebraciones del 2 de noviembre pobló la atmósfera.

Su talante feminista, anticapitalista y de lucha social se expresaba con gruesa voz, su modulación y entonación exploraban variantes, de acuerdo a la canción. Son cantos de [i]Liberté, égalité, fraternité[/i] que pronunciaron los revolucionarios franceses del siglo XVIII, pero adaptados a los problemas del siglo XXI, enfocados al México actual; lo mismo denuncia a los plaguicidas que al machismo o señala el sufrimiento de los migrantes ilegales. Una especie de Víctor Jara peninsular.

De pronto algo que parece hecho ex profeso sorprende a la concurrencia: en una esquina del espacio, un hombre con un paliacate cubriéndole el rostro enciende un fuego al tiempo en que María Moctezuma canta sobre la pobreza del campo. Parece parte de espectáculo, pero no. El hombre enciende algo que podría ser un cigarro de marihuana o un puro; parece lo primero.

Una canción de flamenco rockero da paso a un jazz “macabro” que habla sobre un gato rojo, cuyos pelos son rastas. Posteriormente, un viaje alucinógeno inicia con el soplar del caracol y los ruidos de la selva tropical, que se unen en un bucle musical. Se trata de[i] Luces humanas[/i], canción salida de una buena dosis de LSD, cuya inspiración para la autor fue descubrir un día que todos los [i]homo sapiens[/i] somos seres de luz con un aura que los alumbra, misma que hay que buscar y alcanzar.

Termina esa canción psicodélica y reflexiva para atender las raíces mexicanas con [i]Mujer Maíz[/i], que recuerda que los nacimientos están relacionados tanto con las mujeres,como con el maíz y el mismo Universo. Sus tonos son de un chamán azteca o maya moderno.

Después del nacimiento y la vida, llega la muerte. Fue un homenaje a la tradición yucateca del [i]Hanal Pixán[/i], la letra habla de un [i]pib[/i] cuyo sabor se agota; así el concierto y el espectáculo.


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