Juan Manuel Contreras
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 14 de diciembre, 2018

Su nombre es María de Jesús Bacab Brito. Ella nació en 1986 en el municipio yucateco de Tekantó, es madre de dos hijos y a su cargo está también su padre enfermo. Le gusta la música de banda y sueña con conocer París. Una vez estuvo casada, pero ya no. Las novelas de Televisa le parecen “siempre de lo mismo” y su comida favorita es el puchero de tres carnes.

De lunes a viernes, María de Jesús se limita únicamente a ser Mary. Cuando despierta a las cinco y media de la madrugada, debe cruzar un enorme jardín, rodear una piscina de más de un metro y medio de profundidad e ir directo a la cocina. Hot cakes, huevos revueltos, fruta. Ya casi es hora del desayuno y los niños no pueden llegar tarde. Luego no los dejan entrar.

Mary se ha vuelto una experta en el manejo de los modernos artefactos que pueblan la cocina de la familia para la que trabaja como empleada doméstica. Es aún más diestra a la hora de servir el café y preparar el famoso brazo de reina que tanto halagan las amigas de doña Martha, su empleadora.

“Me he ganado mi lugar”, comenta con orgullo mientras limpia los frijoles que se servirán en el almuerzo. Por casi dos décadas, ella se ha encargado de los quehaceres del hogar, prácticamente ha criado a los niños y su sazón es la envidia de las amistades de su patrona, quien con igual dosis de vanidad presume: “¿sabes cuántas veces me la han querido robar?”.

En México existen cerca de 2.4 millones de empleadas -y empleados- domésticos, de los cuales 99 por ciento no dispone de un contrato laboral que cumpla con la normativa vigente en la Ley Federal de Trabajo. Dichas cifras corresponden a una encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía en 2017.

El 95 por ciento son mujeres; lo que equivale al 10 por ciento de las 19.8 millones de mexicanas económicamente activas. Según datos de 2016, estas labores aportaron el 24.2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) del país.

Llegada la hora del almuerzo, la familia ocupa sus lugares. El desconocimiento del protocolo me lleva a tomar el lugar de María, “ahí va Mary” asevera el más pequeño; y con un gesto su madre me indica que no hay problema. Insisto y me siento en otra silla. Bistec con papas, frijoles y tortillas integran el menú del día.

La escena recuerda aquella polémica suscitada hace un par de años cuando, tras la publicación de una entrevista con la antropóloga Eugenia Iturriaga Acevedo en un periódico local en la que hacía mención del racismo que impera en Mérida, una mujer perteneciente a la llamada casta divina se justificaba diciendo que apreciaban tanto a su servidumbre que “hasta se sentaban a comer con ellos”.

La conversación fluye en torno a lo cotidiano. Las asignaturas escolares, el servicio de recolección de basura, esa nueva plaza que abrieron, y por supuesto, mi labor de investigación, que a fin de cuentas es lo que me llevó a esa mesa. Luego del almuerzo -el cual pude confirmar que fue excepcional- todos se levantan para continuar con su día.

¿Y cómo está tu papá?, le pregunto.

Pues ahí va, este fin de semana debo ir al pueblo a verlo.

Don Justo Bacab rebasa los 70 años y está relegado a una silla de ruedas. Tiene dos hijas y cinco nietos, quienes la mayoría del tiempo lo están cuidando. Los fines de semana, las hijas -ambas empleadas domésticas- lo acompañan en su agonía, pues la salida de sus respectivas “casas” ocurre dos veces al mes.

“Lo bueno es que yo nunca me enfermo”, celebró María, mientras cambiaba el garrafón de agua purificada. En las pocas veces que ha contraído algún mal, son sus empleadores quienes se encargan de los cuidados y las medicinas necesarias para su reposición; ya que su condición de empleada doméstica no le permite acceder a ningún tipo de seguridad social.

[b]Trabajo duro[/b]

Ser empleada del hogar es un trabajo duro en México, pues significa no contar con horarios, seguro médico, vacaciones y otras prestaciones de ley. Pese a los esfuerzos que organizaciones han hecho para modificar las leyes y así respaldar los derechos de estas trabajadoras, el gobierno históricamente ha hecho caso omiso de sus necesidades.

Según datos recabados por la Federación Internacional de Trabajadoras del Hogar, el salario promedio que reciben oscila entre 2 mil 500 y 5 mil pesos al mes. Es decir, poco más del salario mínimo establecido para México en 2018, que es de 2 mil 686 pesos mensuales. A estas condiciones hay que sumarle que normalmente no cuentan con seguridad social ni prestaciones.

Sólo 17 por ciento tiene acceso al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS); 41 por ciento acude al Centro de Salud pública y 21 por ciento paga consultas particulares en farmacias o establecimientos de bajo costo. Tampoco tienen prestaciones como vacaciones o aguinaldos; ni pueden acceder a préstamos para trabajadores. No pueden jubilarse ni pensionarse, dado que nadie lleva cuenta de su antigüedad laboral.

En Yucatán, la paga que perciben las que trabajan en viviendas particulares varía en función del tamaño de la casa y las actividades que realicen. Por la limpieza de una vivienda de seis piezas (lo que les toma de 5 a 6 horas), cobran un aproximado de 300 pesos. Si hay que lavar, se estima un incremento de 100 pesos; y para planchar, alrededor de seis pesos por prenda. Esto de dos a tres veces por semana.

Si el “contrato” requiere de otro tipo de labores que exijan la permanencia de la trabajadora en el hogar, como cuidar a los niños por ejemplo, ambas partes involucradas suelen llegar a un consenso en cuanto al salario, que no suele superar los mil 500 pesos semanales, tomando en cuenta que los empleadores le proporcionan las tres comidas y una habitación propia, en la mayoría de los casos.

En la actualidad, Mary labora de lunes a viernes por un período de ocho horas, lo que le retribuye 850 pesos semanales; esto sin el goce de seguridad social antes mencionado. En su trabajo anterior, el sueldo ascendía a mil 400 pesos y le otorgaban prestaciones; sin embargo, decidió abandonar su puesto debido a la constante discriminación que sufría por parte de sus superiores.

¿Y desde qué edad trabajas con la familia?

Uuuh, desde los 15 años, Manuelito.

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[b]Difícil situación[/b]

La difícil situación que se vive al interior del estado de Yucatán obliga a los habitantes de los municipios a trasladarse a centros urbanos con actividades económicas mejor remuneradas. Los hombres usualmente terminan como albañiles, mientras que las mujeres se dedican -en su mayoría- al servicio doméstico.

Una de cada cinco mujeres que realiza labores domésticas comenzó su actividad entre los 10 y 15 años, edad en la que trabajar es ilegal. De acuerdo con estudios del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), la mayoría lo hizo “por necesidad económica y por factores asociados a la marginalidad y la pobreza”, tales como la imposibilidad de asistir a la escuela o las condiciones familiares adversas.

Existe otro esquema bajo el que las trabajadoras domésticas pueden ganarse la vida. Empresas del ramo privado las contratan; y en muchas ocasiones les ofrecen seguridad social: Infonavit, seguro médico y vacaciones una vez al año. Aunque no siempre es así.

[b]Discriminación[/b]

Tal es el caso de Vicky, una mujer transexual que tras una difícil vida en su natal Tabasco, migró a Yucatán en busca de mejores oportunidades. Luego de probar suerte en diversos trabajos, terminó en la empresa actual, un consorcio que ofrece servicios de limpieza; y que a la fecha, no ha cumplido con el compromiso de brindarle las prestaciones estipuladas en su contrato.

Las largas uñas que adornan las manos trabajadoras de Vicky no son impedimento para llevar a cabo su labor de manera satisfactoria. Ella se ha dedicado desde los 18 años al trabajo doméstico y comenta que, pese a ciertas situaciones que han acontecido en su vida, ella se siente a gusto con su oficio.

A lo largo de los ocho meses en los que se ha desempeñado como empleada de dicha empresa, no le han sido otorgadas prestaciones que garanticen su seguridad social y le permitan terminar de pagar su vivienda ubicada en el municipio de Kanasín, “si no me resuelven esta semana, pues me quito porque no me conviene”, sentenció.

En su caso, existe otro factor que acentúa la discriminación de la que son objeto las trabajadoras domésticas: su orientación sexual. Comentó que sus compañeras de trabajo gozan de estos beneficios, no obstante, dijo sentirse víctima de marginación.

“Mi jefe me rechaza porque piensa que le voy a pegar algo. Eso no se pega, así se nace. Son ignorantes los que piensan lo contrario”, detalló Vicky mientras platicábamos durante su hora de comida en el establecimiento donde actualmente ofrece sus servicios.

La primera vez que se reunieron las trabajadoras del hogar para determinar cuáles debían ser sus funciones y sus derechos laborales fue en 1988 en la ciudad de Bogotá, Colombia. En ese congreso se instituyó la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar y se determinó el 30 de marzo como Día Internacional para reconocer y reivindicar este tipo de labor.

En México, tomó más tiempo. En la historia del país, el primer Sindicato de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (Sinactraho) se conformó hace apenas dos años, el cual elaboró un contrato colectivo en el que se incluyen elementos como seguridad social, salario con base en horas laboradas, vacaciones y aguinaldo.

Finalmente, el cinco de diciembre pasado, las trabajadoras domésticas salieron avante de una larga batalla, pues desde el primer semestre del año entrante, el IMSS implantará un programa piloto que tiene como fin el diseño y ejecución de un régimen especial de seguridad social para las trabajadoras del hogar.

[b]Inconstitucional[/b]

El proyecto, iniciativa del ministro Alberto Álvarez Dayán y aprobado por la segunda sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), determina que es inconstitucional que los patrones no estén obligados a inscribir a las empleadas domésticas ante el IMSS.

“Dejar fuera el trabajo doméstico del régimen obligatorio del IMSS afecta de manera desproporcionada a la mujer, pues estadísticamente la labor del hogar es realizada preponderadamente por ellas”, reza el comunicado emitido por la SCJN en el que informan del fallo a favor de la nueva ley.

Ante este panorama, el presidente Andrés Manuel López Obrador informó en su conferencia de prensa del 7 de diciembre, que ratificará ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el Convenio 189 para garantizar derechos laborales a las trabajadoras domésticas.

Son 13 los países que han firmado el convenio 189 el cual otorga plenamente derechos laborales a este tipo de empleadas: Uruguay, Filipinas, Islas Mauricio, Nicaragua, Italia, Bolivia, Paraguay, Sudáfrica, Guyana, Alemania, Ecuador, Costa Rica y Argentina.

“No somos como de la familia”, aclararon las integrantes del Sinactraho en su cuenta de Twitter luego del fallo positivo de la iniciativa; y por esta misma vía le otorgaron el beneficio de la duda, “¿el Estado saldará esta deuda con nosotras?”.

Mientras existan trabajadoras domésticas en situaciones vulnerables, de discriminación y sin goce de derechos, y otras que levanten la voz exigiendo mejores condiciones laborales y justicia para que su trabajo sea reconocido, la historia continuará escribiéndose.


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