Kalman Verebélyi
Foto: Vianey Tax
La Jornada Maya

San Francisco de Campeche
Miércoles 13 de diciembre, 2017

Pocos saben que Chemblás es un pueblo de pescadores. Lo es también de productores del rábano y cilantro que llega para su venta al mercado Sáinz de Baranda de Campeche, después de un tortuoso viaje en camión urbano que a las tres y media de la mañana llega a la comunidad ya cargado de las cajas de los competidores de Bethania.

Chemblás es pueblo de pescadores gracias al ¿río?, ¿corriente temporal? que lleva las aguas escurridas de las laderas de las montañas de Hopelchén, el líquido sobrante del valle de Edzná hasta el río Verde, cerca de Hampolol.

Ya hubo dinero destinado en el Ramo 33; hubo proyectos para meter las aguas en un canal, con diques, compuertas y todo lo que una obra hidráulica necesita para su buen aprovechamiento; pero el campesino, si no ve su beneficio inmediato, no accede; hace que no cambie el curso de las aguas, de la historia, cuyo testigo es el puente de Carlota, que empezó a construirse en el siglo XVI como parte del Camino Real. El paisaje, las aguas siguen igual desde tiempos que se pierden en la memoria. Sólo el puente fue mejorado, acondicionado según las circunstancias.

Las aguas de este río anónimo aparecen en la carretera estatal entre Cayal y Tikinmul, acumulándose en un valle, formando enorme represa, en la temporada de lluvias. Luego el vasto caudal se apacigua, se convierte en arroyo.

Donde se requiere la obra hidráulica es en Chemblás, que ha llegado a inundarse. Pero sólo en cuando ha habido huracanes, como Roxana y otros, pero las aguas han llegado a cubrir hasta tres metros el parque principal y las casas aledañas, no por haber rebasado la altura del montículo que rodea al pueblo, sino por la presión del agua, que se infiltra por debajo de la tierra.

Ni decir que hasta en temporada de lluvias el acceso al pueblo es como el paso de los mojados por el río Bravo. A escasos 500 metros de las primeras casas, la corriente del agua atraviesa la carretera. El camión no entra, la actividad económica se paraliza, los escolares se quedan en casa.

Y es eso lo que lo pescadores de Chemblás esperan. Tiran sus redes para atrapar la mojarra, que abunda en estas aguas limpias, de corriente rápida. Hay que lanzar la red un promedio de cien veces, hasta que una mojarra queda prisionera de ella. Vale la pena el esfuerzo. El pescado se vende a 50 pesos, aunque los de Hampolol, quienes también gustan de la pesca, le ponen diez pesos más a la pieza. Es por el traslado. El camión cobra esta cantidad por un viaje entre los dos pueblos.


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