Fernando del Moral
Foto: Efraín Garza Flores
La Jornada Maya

Martes 18 de abril, 2017


El agua fluye y las imágenes también. En un tiempo lejano cuando una cámara fotográfica era un instrumento de reciente creación con el que se podía tomar y fijar una imagen en una superficie sólida que se revelaría después a los ojos de quien la había captado, como el instante que ahí podía quedarse para la posteridad, estuvo acaso una de las primeras miradas de los que vieron el río Candelaria, caminaron junto a él, viajaron impulsados por su corriente, o se establecieron cerca de sus orillas.

Eso lo imaginamos probablemente, porque la fotografía, inventada en 1839 en Francia, llegó enseguida a México por Veracruz para empezar a extenderse, gradualmente, a diferentes ciudades, pese a la inestabilidad social en el país en aquellos años. Del norteamericano Henry Pauling, quien compró la hacienda Candelaria en 1845 y extendió sus propiedades años después por el rumbo del río –de lo cual ha escrito el cronista Álvaro López Zapata-, no conocemos ninguna fotografía de él o sus posesiones en esa época.

Como se documenta en la revista Blanco y Negro. Candelaria. Imágenes (Centro INAH Campeche, Instituto de Cultura de Campeche, Universidad Autónoma de Campeche, número seis, diciembre 2004), para el buscador de imágenes, la historia de esa mirada puede empezar con la de una joven que posa parada junto a un barandal de madera con su vestido, collar y brazaletes, de blanco contraste con su rostro sereno de rasgos afrodescendientes, en cuyo pie de foto se lee: “Caridad Beberaje, habitante de Candelaria. Principios de siglo XX”.

Aunque no sabemos quién es el autor de este retrato, es una significativa foto por cuanto destaca a una personalidad femenina, ataviada con las mejores galas a su alcance y realzada en su vestido de algodón, que ha trascendido hasta nuestros días. No parece una imagen antigua, pero sí una representación tradicional que, por lo mismo, va más allá de un tiempo acotado, como quizás podríamos ver ahora una mujer así.

Años después, como refiere detalladamente el cronista López Zapata en sus artículos “La chiclería en la zona de Candelaria” y “La finca chiclera de San Rafael”, hubo el auge de la explotación del árbol del chicozapote, también llamado del chicle, cuya cotizada materia prima provocó su creciente demanda hasta 1946, cuando decayó. El autor nos muestra fotografías de algunos establecimientos, fincas o haciendas relacionadas con la lucrativa actividad chiclera.

De la principal de ellas, San Rafael, perteneciente a la Mexican Gulf Land and Lumber Company, es posible conocer una serie de imágenes con letreros manuscritos sobre ellas que identifican diferentes áreas de trabajo de la finca en 1936. La mirada es con una perspectiva panorámica que tiene una finalidad descriptiva, para destacar las construcciones de la empresa: encuadres distantes en las que el elemento humano está circunstancialmente disminuido, casi ausente o deliberadamente omitido.

[b]Colonos en imágenes[/b]

No sucede así con las fotografías que documentan el viaje de los colonos norteños, su llegada y presencia en Candelaria, que sirven de soporte al testimonio Diez meses antes y tiempos después, de su promotor Francisco López Serrano, que evoca esa experiencia transcurridos 40 años de aquel viaje de 1963; imágenes que ilustran, asimismo, los valiosos y sinceros testimonios de María Antonia Reyna Ibarra y Andrés Hernández Salas, colonos de Candelaria, incluidos bajo el título “Del desierto a la selva”.

Las fotografías de los colonos campesinos y sus familias están plenas de calor humano, de la expectativa de una vida ante un tiempo promisorio. Sus miradas al nuevo entorno al que llegan son muchas, como numerosas las miradas que, a su vez, están sobre ellos como los protagonistas de una historia sin paralelo en Candelaria. En ese momento no lo saben todavía, pero son el parteaguas en esa parte del país, que los transformó para siempre en campechanos tras pisar su tierra. El río en el que van a viajar una y otra vez, y a lo largo del cual vivirán con el reflejo del sol en sus aguas, les dio su bienvenida en paz.

En estas fotografías los protagonistas no se identifican individualmente como personas con sus nombres. Se distinguen en sus imágenes como un ente colectivo, en el sentido de una comunidad. El significado es plural y sin exclusión: “Quienes estamos aquí somos nosotros”.

Este despliegue de imágenes ya históricas de Candelaria y sus colonos configura también un discurso fotográfico en paralelo con el libro testimonial de Francisco López Serrano, Del desierto a la selva (1984), que precede en 20 años a la publicación campechana citada anteriormente. Sin embargo, las 32 fotos que esta publicación incluye no son las mismas del libro de López Serrano y son 94, con características similares por cuanto a sus protagonistas colectivos, con excepción de dos de estas últimas, que identifican la presencia de algunos funcionarios agrarios, entre ellos el propio autor del libro.

A propósito de estas fotografías, bueno sería saber quién es el autor o los autores de las mismas, porque es una información que nos hace falta. Al tratarse de una fotografía documental, en tanto aporta el testimonio de sus imágenes al proceso social que registra y del que forma parte importante, nuestro conocimiento no sería el mismo sin ella, así como la percepción de los acontecimientos. Vale decir que hubo más fotografías de esta historia que se reflejó en publicaciones a nivel nacional e internacional.

Por supuesto, si el momento de una mirada para muchos es efímero e irrepetible, por paradójico que parezca no está agotado en tanto la mirada siga buscando aquellas imágenes que vayan ampliando su visión. Más aún cuando de la imagen de la fotografía fija se pasa, paralelamente, a la sucesión de imágenes en movimiento propias de la cinematografía, como el río y su corriente, con la misma temática de Candelaria y su historia.


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