Hubert Carrera Palí
Foto: Cuartoscuro / archivo
La Jornada Maya

San Francisco de Campeche
Martes 7 de marzo, 2017

El campo campechano puede ser unos de los principales productores de granos del país si no persistieran la desorganización, el desorden y las prácticas añejas tradicionalistas por parte de quienes lo trabajan: por lo general campesinos ya de avanzada edad. Tal es el panorama que percibe Alejandro Azar García, presidente de la Fundación Produce en el estado.

Para Azar García, el cambio es una realidad que no se puede soslayar y obliga a la transformación, a buscar nuevas tecnologías y sobre todo, a trabajar el campo responsablemente.

En amena charla con [i]La Jornada Maya[/i], al interior de su oficina, el empresario recuerda los orígenes de la Fundación, en 1996, sustentados en la investigación y la transferencia de tecnología, apoyados por el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap) en materia agrícola, pecuaria, pesca y acuacultura.

“Gestionamos recursos para llevar a cabo, junto con instituciones como los Tecnológicos, proyectos para hacer el campo más rentable y más diversificado, tratando siempre de ya no depender de los mismos esquemas del ayer que están muy arraigados.

“Lamentablemente los tiempos han cambiado, el medio ambiente también y eso nos obliga a establecer nuevas formas de trabajo, con lo que cual Campeche sería autosuficiente y apoyaría de manera importante la producción nacional, sin afectar nuestro medio ambiente”.

[b]Campo experimental[/b]

Fundación Produce cuenta con un campo experimental en la comunidad de Cayal, municipio de Campeche, donde en 85 hectáreas se dirigen estudios que tienen como finalidad buscar alternativas para que los hombres y mujeres de campo logren mejores niveles de producción con semillas y granos mejorados y de excelente calidad. Una de sus más recientes y exitosas osadías fue sembrar en 2015 soya huasteca en una superficie de nueve hectáreas en el ciclo verano- otoño, obteniendo una producción de 13 toneladas que acabaron vendidas en el mercado nacional.

Lo interesante de este experimento fue hacerlo en un período que los expertos consideran inapropiado porque el producto pierde calidad a falta de buena temperatura, sin embargo los resultados se dieron y bien.

Pero también habría que destacar y valorar en mucho que gracias a esa unión de esfuerzos, el estado de Campeche junto con Yucatán y Quintana Roo crearon un cordón sanitario que ha permitido que actividades como la avicultura y la porcicultura sean todo un éxito y que gran parte de esa producción abastezca al mercado nacional.

[b]El campo, una herencia[/b]

Por tradición, la familia de Alejandro Azar está dedicada al campo. Su abuelo contaba con las principales y más importantes superficies ganaderas de Palizada y Candelaria. “Yo ya tenía como ocho años cuando arriábamos el ganado a pie entre surcos y veredas de un municipio a otro. En Palizada nacían las crías, destetaban y de allí, arriadas hasta Candelaria para engorda y venta al vecino estado de Tabasco”.

Su familia se dedicó también, por mucho tiempo, a la explotación maderera en la rica zona sur del estado; “la experiencia me enseñó que para tener lo que se quiere hay que trabajarlo, ser constante y permanente y sobre todo organizado, puesto que ese es el éxito de cualquier trabajo”.

[b]Importaciones[/b]

“Si todos en el campo estuviéramos unidos, organizados y conscientes de nuestras responsabilidades no fuera necesario importar tantos granos. ¿Transgénicos o no?, no lo sé. Eso es lo de menos, porque la mayor parte de lo que se siembra y consumimos a diario son semillas modificadas. Es lo que cotidianamente se adquiere en los súper para consumo humano”, indica el entrevistado.

Asegura que el campo campechano no necesita ampliar su frontera agrícola para producir más y ser autosuficiente. Con lo que tiene le basta pero lamentablemente no existe infraestructura; los productores, en su mayoría ya mayores de edad, no planifican, no admiten que los temporales se han modificado como consecuencia del cambio climático, siguen preservando las prácticas antiguas; cada quien siembra por su lado y no respeta normas y leyes para cuidado del medio ambiente y de los recursos naturales.

Subraya que es imposible acabar con las selvas del estado, ya que más del 40 por ciento de la superficie presenta un estatus de protección. Campeche es la entidad del país con más reservas protegidas.

De acuerdo a datos oficiales, Campeche produce entre 380 mil y 500 mil toneladas de maíz en una superficie de 160 mil hectáreas, en tanto que de soya pasó de 3 mil a 80 mil toneladas en poco más de 31 mil hectáreas; de sorgo, la producción pasó de 6 mil a 8 mil toneladas.

Sin embargo, el rendimiento es efímero, de acuerdo a los indicadores y estándares que debe arrojar cada hectárea del grano o de la oleaginosa. Lo mismo sucede con la miel, porque la producción por colmena debe obtenerse entre 40 y 60 kilos, cuando el rendimiento es de apenas de 18. Si se hacen cuentas, la producción real debería superar las 10 mil toneladas, de acuerdo a los mismos estudios de investigación.
Otro dato que resulta importante es que en 2015 la producción de soya arrojó ganancias por 328 millones 873 mil pesos. México tiene grave déficit en la producción de la oleaginosa, pese a que en ese mismo año se logró cosechar un millón 978 mil 239 toneladas en los 13 estados productores
Paradójicamente, precisamente debido a esos incipientes niveles de producción, la Administración Portuaria de Progreso, Yucatán, reportó que durante el año pasado el movimiento de las importaciones fueron de 504 mil 345 toneladas de soya, 5 mil de pasta de soya, 1 millón 370 mil toneladas de maíz y 141 mil 638 toneladas de trigo.
Asegura Alejandro Azar al respecto que Campeche con la superficie que cuenta puede producir eso y más. “Si nos pusiéramos a trabajar, seriamos un verdadero emporio”, sostiene.
Estima que toda esa producción que llega desde Progreso cubre además las necesidades alimentarias en actividades como la apícola y porcicultura, las cuales también se han consolidado en el estado gracias a que se ha cuidado el estatus sanitario de la península.
La soya GM
Sobre la suspensión de sembrar soya transgénica, “no hay un sustento científico”, aseguró Azar García, para quien la medida se basa en la opinión de ambientalistas, conservacionistas y grupos indígenas mayas, pero la actividad no está reñida con la apicultura, la devastación de selva y mucho menos con el hecho de que el glifosfato sea causal de cáncer. “Lo cierto es que la irresponsabilidad de los productores ha acarreado consecuencias legales que llegaron hasta donde están, creando una disyuntiva entre las mismas comunidades indígenas mayas”.
Azar García es tajante: la prohibición de sembrar soya transgénica sólo impidió una opción más para que el campo campechano siga contribuyendo al déficit nacional alimentario.
El empresario no se opone a la suspensión, pero sí cuestiona las consecuencias que ésta ha acarreado cuando existen desorganización, desorden e irresponsabilidad para el buen aprovechamiento de la tierra.
A su juicio, fraccionar al ejido trajo consecuencias desastrosas que hoy se están pagando con creces. “Se perdió la organización entre los productores y cada quien hizo lo que quiso con su pedazo de tierra”, sostiene.
Asegura que apicultura y agricultura siempre han dependido una de otra. Por eso el apiario, por lo regular, está muy cerca al campo de cultivo; sin embargo, en la medida que la superficie de aprovechamiento se expandió, surgieron otros cultivos y muchos campesinos alquilaron o decidieron vender sus tierras, con lo que comenzó el gran conflicto y desorden.
Por ejemplo los horarios de fumigación- que se hacía manualmente -era muy temprano o cayendo el sol, pero con el surgimiento de grandes extensiones, como requiere la soya, fue necesario realizar esta faena empleando avionetas y no precisamente en horarios adecuados, situación que inevitablemente vino a afectar el trabajo que realizan las abejas durante el día”.
En la construcción de pozos, infraestructura de riego y equipo de bombeo, pocos asumieron el rol que les correspondía, lo que ocasionó que toda esa inversión se perdiera por falta de mantenimiento y no en pocas ocasiones por robo.
Y así ha sucedido con el empleo de agroquímicos, herbicidas y plaguicidas. Pese a que existe una regulación que establece las bases y formas para evitar daños a la salud humana por su uso sin el equipo adecuado, así como el porcentaje que se debe emplear por cada hectárea, esto nunca se cumple y por ello el argumento de que el glifosfato es dañino para la salud o para el subsuelo porque lo contamina, indica.
Pero en medio de todo esto, asegura Azar García, no todo está perdido si todos y cada uno de los productores hacen lo que les corresponde de manera responsable, para lo cual las instituciones involucradas con el campo deben de ser más vigilantes y aplicar las leyes cuando sea necesario, sin distingos.


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