Texto y foto: Ap
La Jornada Maya

Espinal
Lunes 18 de julio, 2016

Expertos en explosivos con equipo protector encienden un detonador y se protegen tras una trinchera reforzada de concreto. ¡Fuego en el área!, grita un solado antes de que un estallido ensordecedor retumbe por las laderas andinas y envíe una nube de humo negro a 30 metros, en el cielo.

Dichos simulacros se han intensificado en el ejército de Colombia, uno de los más entrenados para el combate en el mundo, mientras intentan controlar la creciente producción de cocaína que ha financiado buena parte del medio siglo de guerra contra las guerrillas de izquierda.

Tras seis años consecutivos de una producción estable o decreciente, la cantidad de campos cultivados de coca en Colombia comenzó a extenderse en 2014 y dio un salto de 42 por ciento el año pasado a 159.000 hectáreas (393.000 acres), según el gobierno estadounidense.

Es una extensión que duplica el tamaño de la ciudad de Nueva York y, después de que gran parte de la producción se trasladara a Perú en la última década, Naciones Unidas dijo recientemente que Colombia es, una vez más, el proveedor más grande del mundo de droga.

Los ejercicios de entrenamiento del ejército simulan los contraataques que los soldados suelen usar para explotar minas que protegen el cultivo de coca en áreas dominadas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC. Una vez que las minas han sido destruidas, los civiles intervienen para desenterrar las plantas.

Soldados han exterminado plantíos de coca a mano desde el año pasado, cuando el presidente Juan Manuel Santos puso fin a un programa de erradicación aérea que llevaba dos décadas implementándose. Este cambio se dio ante preocupaciones de salud que surgieron al darse a conocer un reporte de la Organización Mundial de la Salud, que reclasificaba de cancerígeno al herbicida químico glifosato.

Pero ante un aumento en la producción de cocaína, Colombia se ha visto obligada a replantear, una vez más, su estrategia antidroga, al considerar la posibilidad de un futuro más estable ahora que el gobierno ha logrado un pacto de paz con los rebeldes que entrará en vigor una vez que se firme el acuerdo, algo que es probable que suceda en las próximas semanas.

Si y cuándo eso suceda, el ejército tiene la esperanza de poder enfocar su energía y recursos a la búsqueda de los narcotraficantes principales, en lugar de luchar contra rebeldes.

Mientras tanto, el ministro de defensa, Luis Carlos Villegas, insiste que el ejército colombiano no aminorará la erradicación, como se insinuó en junio en un testimonio ante el Senado del principal funcionario antinarcóticos del Departamento de Estado.

"Nosotros no hemos renunciado aquí a la lucha contra las drogas", dijo Villegas en entrevista. "No hay nadie en el mundo que ha puesto más muertos, más sangre, más presupuesto, recordemos, que Colombia".

Como prueba de esto, menciona el aumento de la erradicación manual del gobierno para reemplazar los ahora cancelados planes de fumigación aérea con pilotos estadounidenses. En los próximos meses, Colombia cuadruplicará a alrededor de 200 el número de equipos de erradicación, cada uno compuesto por unas dos docenas de civiles escoltados por equipos de seguridad más grandes, conformados por francotiradores de primera, paramédicos y expertos en quitar minas.

Es un trabajo peligroso. En los últimos 15 años, 153 personas de los equipos de erradicación a mano han muerto, la mayoría por trampas o minas que explotan, según la policía antinarcóticos. Más de 500 personas han perdido alguna extremidad o sufrido lesiones serias.

También es costoso y lento: en un día promedio, cada equipo sólo puede limpiar aproximadamente una hectárea, motivo por el cual el gobierno sólo ha logrado erradicar 9.000 hectáreas (22.000 acres) de campos de coca en este año comparadas con las 172.000 hectáreas (425.000 acres) anuales en la cúspide del programa de fumigación de hace una década.

Al advertir que Colombia pronto estará inundada de coca porque el proceso de erradicación manual es muy lento, Santos decidió hace unos meses volver a usar pesticidas aunque de forma más limitada y, según dice, segura.

Dentro de algunos meses, los equipos de erradicación vestirán trajes que los protejan de materiales peligrosos y rociadores a motor en sus espaldas, lo que les permitirá arrojar el sustituto de glifosato a distancias más largas.

Pero incluso aquellos comprometidos con el éxito del programa reconocen sus limitantes y anhelan un regreso a los días en que fumigaban.

"Indudablemente los rendimientos no van a ser suficientes", dijo el capitán Manuel Pérez, instructor de fuerzas especiales de la policía, entre fuertes estallidos en la base de entrenamiento Los Pijaos, a una horas en auto al sur de Bogotá.

En otras partes de la extensa base, en un campo experimental en donde se cosechan 23 variedades de coca, los procedimientos y equipo son probados para usarse contra las técnicas que cambian de forma constante de los agricultores. Últimamente, la mayor preocupación es una cepa llamada "boliviana negra", también conocida como "súper coca", que se encuentra en las selvas sureñas y cuya resistencia al herbicida es estudiada.

Por muy grande que sea el esfuerzo de erradicación del gobierno, el eje de la nueva estrategia son las FARC. Desde hace mucho, el grupo ha financiado su insurgencia al recaudar un "impuesto de guerra" de los envíos de cocaína que pasan por las áreas que controla. Sin embargo, como parte de las negociaciones de paz, ya ha acordado abandonar el comercio y unirse al gobierno en un programa de desarrollo alternativo para separar a unas 64.000 familias mayoritariamente pobres del comercio de la droga. Aunque hay pocos detalles, ambos bandos hicieron público en julio un proyecto piloto en Antioquia, al nororiente del país, cerca de donde ambos quitan minas.

Los críticos conservadores de Santos consideran que su plan está hecho para tranquilizar a los rebeldes, quienes desde hace mucho han comparado la fumigación con glifosato al uso del ejército estadounidense del defoliante Agente Naranja durante la guerra de Vietnam.

Los expertos dicen que miembros de las FARC toman ventaja de la seguridad relativa que llega con el fin de la fumigación, así como el largo recorrido al acuerdo de paz, para exhortar a los agricultores a aumentar la producción de coca para poder estar en buena posición para recibir ayuda gubernamental cuando cesen las hostilidades.

Mientras tanto, los agricultores de coca tienen poca fe en que el gobierno cumpla. En una visita de hace unos meses de The Associated Press a la zona controlada por las FARC en Antioquia, se vio a algunos productores de coca preparándose para la confrontación sin mostrar señales de reducción en el cultivo.

"Enfrentaremos a cualquiera que toque nuestras plantas", dijo Fernando Zapata, jefe del consejo comunitario en el pequeño pueblo de San Isidro, con sus manos hinchadas y verdes por tantos años de arrancar hojas de coca de su protuberante campo. "Estamos organizados y pelearemos hasta la muerte si es necesario. Quieren terminar con el alimento de nuestras familias y de toda la región".


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