En Rumania temen que la laudería se extinga por falta de relevos

Migración masiva y competencia china ponen en peligro la producción de violines
Foto: Afp

Rodeado por miles de violines colgados del techo o alineados en las estanterías, Vasile Gliga es laudero desde hace más de 30 años en Reghin, la “Cremona rumana”, cuyo saber hacer es reconocido en todo el mundo.

Pero como sus viejos colegas, teme que su oficio se extinga por falta de relevo, en un país afectado por la emigración masiva mientras mira preocupado a la competencia china.

El artesano fabricó sus primeros violines en un trastero de su apartamento en 1988, cuando tenía 29 años. Desde entonces centenares de miles de instrumentos de cuerda han tomado vida en su taller, el más grande de la ciudad.

En un local oscuro adyacente, planchas de madera apiladas hacen pensar en materiales de la construcción. Pero entre las manos de estos virtuosos de la madera, los pedazos se animan para convertirse en gráciles violines, violonchelos o contrabajos.

“Nadie después de nosotros”

“Un violín maestro acumula 300 horas de trabajo escalonado al año, y esto después de haber dejado secar la madera de tres a cinco años”, cuenta Gliga.

Sólo el año pasado, vendió 50 mil piezas; de ellas, 2 por ciento en el mercado rumano. La inmensa mayoría la exportó principalmente a Estados Unidos.

¿El secreto de un buen instrumento? “Poner en él un poco de tu alma”, dice el artesano.

En esta ciudad de 30 mil habitantes del centro de Rumania, “prácticamente en cada calle hay uno o dos talleres”, señala Virgil Bandila.

Tiene una pequeña empresa de ocho artesanos, que fabricaron 25 violines en 2020, vendidos a China y Japón.

Aunque la pandemia apenas ha tenido impacto en las ventas, está preocupado porque no encuentra aprendices.

“Hemos nacido todos en los años 1970 y después de nosotros no hay nadie”, indica, mientras lamenta ver a los “jóvenes volverse hacia la informática. Es cierto que no es un trabajo fácil, sobre todo cuando se puede encontrar un empleo menos difícil en el extranjero.”

4 millones de rumanos han emigrado en los años recientes en busca de una vida mejor.

Reghin debe su fama a los arces centenarios que pueblan los bosques vecinos y que le ha valido al valle el nombre “del italiano”. Según la leyenda, los mejores lauderos de la península venían aquí para aprovisionarse de madera.

“Los árboles más preciados son los arces ondeados que crecen libremente, sacudidos por el viento”, refiere uno de los empleados de Gliga, Cristian Pop.

Esta esencia es apreciada por los artesanos chinos, que compran a intermediarios locales y hacen aumentar el valor de sus instrumentos al colocar la etiqueta de “madera europea”.

Esto no hace más que aumentar la animadversión de los lauderos rumanos contra los del país asiático, primer exportador mundial de instrumentos musicales, entre ellos violines que se venden hasta por 30 euros, frente a los de Reghin, que cuestan varios centenares o miles de euros.

No obstante, Rumania parece haber sobrevivido a la competencia: es el país de la Unión Europea que vende más violines fuera del Viejo Continente, según datos de Eurostat correspondientes a 2018.

Clavicordios, liras y ukeleles

La historia de los fabricantes de instrumentos en este país empezó en 1951, cuando el régimen comunista decidió montar una fábrica en Reghin para aprovechar la tradición local de la artesanía de la madera.

Este lugar histórico, que todavía existe y puede vanagloriarse de producir los únicos clavicordios, liras o ukeleles del país, “ha conocido altos y bajos”, recuerda Nicolae Bâzgan, su director desde hace 54 años e ingeniero de formación.

Toda su vida está en un pequeño cuaderno donde meticulosamente ha ido anotando el número de instrumentos que ha fabricado: 37 mil en 1951, 99 mil en 1980, 60 mil en 2019. Y sólo 37 mil el año pasado, debido a los tres meses de cierre por la crisis sanitaria.

A lo largo de los años, ha transmitido el conocimiento a miles de artesanos. Los mejores abrieron sus propios talleres, como Vasile Gliga o Virgil Bandila... o emigraron.

En su taller estrecho, Bandila no se desanima: “Mi esperanza es que mi hijo, que estudia fabricación de instrumentos en Newark, Reino Unido, vuelva un día a Reghin para tomar el relevo”.

Edición: Emilio Gómez


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