Alberto Aceves
Si algo distingue al América es su solidez competitiva, esa demostración de un futbol que se antoja insuperable. Miles de aficionados acudieron al estadio Azteca, en la semifinal de vuelta ante el Atlético de San Luis, en espera de ver otro gran espectáculo. El 5-0 en el partido de ida era casi una promesa con garantía, pero las Águilas mostraron su lado más opuesto, demasiada dejadez y relajación, lo que les costó caer 2-0 en la vuelta (5-2 global) a pesar de una hegemonía notoria para ser finalista.
Beneficiado o no por un inicio de calendario con siete partidos consecutivos en la capital del país, la relación del equipo de André Jardine con los resultados funciona con ciertas interrogantes. Su repertorio de figuras es tan amplio que resulta imposible para rivales más modestos competir en las mismas condiciones bajo la obligación de una épica. Y, sin embargo, sufre complicaciones.
Con el capitán Henry Martín, Diego Valdés y Jonathan Rodríguez, no parecía haber una zona mejor cubierta que el ataque, pero ninguno se tomó en serio la idea de ampliar el marcador. Si el San Luis estuvo lejos de mostrar seguridad en la ida, la obligación de remontar y correr más riesgos convirtió sus problemas en oportunidades. Su mayor arrepentimiento fue mostrar una piel tan fina cuando restaban todavía 90 minutos en la serie.
Más allá de la lluvia y las fuertes corrientes de aire, el Azteca no tuvo la altura de un gigante que se prepara para una nueva final. Por sus rincones resonaron cánticos que invitaban a pensar no sólo en el campeonato, sino también en que el América tendrá que sudar sangre ante su siguiente y último rival.
“¡Mi cooorazón/ pintadooo bicolor/ te quieeere ver campeón…”. El sonido en las tribunas llegó a su clímax tan pronto como el árbitro César Arturo Ramos puso a correr el reloj después del descanso. “¡Vaaamos, vaaamos Amééérica/ que esta noooche/ tenemos que ganaaar!”. Pero entonces Ángel Zaldívar, un elemento formado en las fuerzas básicas del Guadalajara, silenció al gigante con el 1-0 en un contraataque (48).
El técnico Gustavo Leal, ex auxiliar de Jardine, escuchó diferentes voces que criticaron su sistema en el estadio Alfonso Lastras y generó su mejor respuesta con el ingreso de Zaldívar, quien cargó sobre los hombros la necesidad de hacer goles.
Lejos de llevar el partido a un grado de desgaste físico que suele destrozar a sus rivales, el América caminó al ritmo de silbidos y cánticos de apoyo. Era como ver la luz y la oscuridad en un mismo escenario. “¡Pongan hueeevos, los cremas pongan hueeevos!”, aquel grito pareció despertar por momentos a Henry y compañía, en especial cuando el cuerpo técnico decidió darle minutos a Julián Quiñones y Álvaro Fidalgo, ausentes en el 11 titular.
Frente a ese arsenal ofensivo, Zaldívar consiguió con el 2-0 el escenario menos pensado para un finalista (87): golpeado con una sonora rechifla a pesar de llegar a su primera final desde 2019.
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