Víctimas infantiles del feminicidio: dolor sinfín y justicia que no llega

Desde 2015 hasta junio de este año, 35 mil 419 mujeres, niñas y adolescentes fueron asesinadas en México
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Regina Solórzano Alderete

Los feminicidios detonan un sinfín de tragedias. Los hijos de las víctimas no son contemplados por legislación alguna o política pública que proteja su integridad y desarrollo físico y emocional. Quedan a merced de sus familiares, incluso cuando sus padres están en la cárcel, acusados o sentenciados como responsables del crimen.

De acuerdo con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, desde 2015 hasta el 30 de junio de este año, 35 mil 419 mujeres, niñas y adolescentes fueron asesinadas en el país. De esas muertes, 8 mil 754 se investigaron como feminicidio, es decir, sólo 24.7 por ciento.

Sin embargo, el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio en México (OCNF) estima que en el país ocurren 10 feminicidios al día y que en 45 por ciento de los casos los asesinos fueron pareja de las víctimas.




Los pequeños de Nadia Muciño

Si dicen algo los voy a quemar, amenazó Bernardo N a sus hijos C.L., de cinco años; U.L., de cuatro, y F.L., de dos, después de asesinar frente a ellos a su madre de 24, Nadia Alejandra Muciño Márquez, el 12 de febrero de 2004, en el poblado Santa María Tianguistengo, del municipio de Cuautitlán Izcalli, estado de México.

Luego de la advertencia, Bernardo N y su hermano Isidro N, presunto coautor del crimen, huyeron del lugar y los niños se quedaron solos más de 20 horas junto al cuerpo de Nadia. El cadáver estaba hincado en el baño de su casa, con una agujeta, un cable y una cuerda alrededor del cuello, para simular un suicidio.

Presos del pánico, los niños se escondieron bajo la cama y más tarde fueron con una vecina a pedirle un cerillo para encender una vela. Ella, extrañada, les preguntó por su madre. Está muerta, respondieron.

Antonia Márquez, mamá de Nadia, cuenta a La Jornada que así transcurrieron las primeras horas de sus nietos tras el feminicidio de su madre, hasta que ella recibió la noticia y se encargó de ellos. Ninguna autoridad intervino.

En medio del dolor, Antonia reparó en que su nieta F.L. se aferraba a una cobija y al mismo tiempo se cubría la cara, mientras repetía golpeándose la cabeza: ¡mamá, papá, pum, pum! Entonces dudó del suicidio y preguntó al mayor de sus nietos por lo ocurrido. El niño le contó que mientras Nadia lavaba y ellos veían la televisión, su papá y su tío llegaron y le pegaron entre los dos, y entre los dos la amarraron en el baño, recuerda su abuela.

Después de recibir apoyo sicológico durante dos semanas en el DIF de Cuautitlán Izcalli, los niños confirmaron su versión ante las autoridades. Sin embargo, durante el proceso judicial de Isidro los testimonios de los menores fueron brutalmente descalificados durante la apelación por parte del juzgado segundo de distrito de Tlalnepantla, según refiere Antonia. Hubo total indiferencia por parte de las autoridades con los niños, agrega en entrevista; e incluso, contó, los hicieron carearse con su propio padre, Bernardo N, y con su tío.

Después de la declaración, las autoridades se desentendieron de los menores. Fue hasta que Antonia tramitó la guardia y custodia de sus nietos, casi un año después, cuando recibió por primera vez un par de visitas del DIF. Nadie volvió.

Vivir aquella escena provocó que los niños sufrieran consecuencias con el paso del tiempo. C.L. empezó a hacerse del baño. Se iba a un rincón, empezaba a temblar y se orinaba, motivo por el cual sufrió bullying en la escuela, relata Antonia.

U.L. tenía pesadillas y en la noche se aventaba de la litera en la que dormía. Se metía debajo de la cama y gritaba, daba puñetazos en la pared, se pegaba a sí mismo en la cabeza, en el piso y contra la pared. Era horrible, de verdad. Es que soñaba y soñaba lo que había pasado.

Ante el desinterés del Estado y la ansiedad tremenda que C.L. y U.L. padecían, los niños recibieron durante dos años apoyo de una sicóloga y un siquiatra que conducían un programa en una radiodifusora. Sin embargo, en sus fotos posteriores se nota el sufrimiento en sus caras; en sus ojos hay mucho dolor, refiere su abuela.

La pérdida de su madre derivó en que la menor de los niños, F.L., se escapara a los 13 años con un hombre de 30 que la prostituyó y la indujo a las drogas. Los esfuerzos de su abuela por rescatarla fueron inútiles. Su nieta la retaba con coraje: a mí no me va a pasar lo que a mi mamá. F.L. se embarazó a los 17 años y huyó de nuevo; dejó a su hijo de seis meses con Antonia, quien aún cuida de él. A la fecha, no la ha vuelto a ver.

“Ella se portaba tranquila y ese fue mi más grande error. En mi ignorancia pensé que, porque estaba chiquita, se le iba a olvidar y no le di apoyo sicológico. No hice nada por ella… F.L. lleva muy dentro de sus emociones la muerte de su madre”, lamenta Antonia.

María de la Luz Estrada, directora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio en México (OCNF), explica que en los menores víctimas de feminicidio el impacto es tan grande que la ansiedad no tratada los expone a drogas, alcohol, abusos, enfermedades e ideas suicidas. Por eso debe haber todo un apoyo integral de salud física, mental y educativa, refiriere la activista.

Sin embargo, lamenta que todavía no hay un cómo y las comisiones de atención a víctimas no están preparadas para trabajar los impactos emocionales que viven los niños. Además, explica que, en muchas ocasiones, las madres de las víctimas dejan de trabajar para buscar justicia, al tiempo que, sin apoyo, se hacen cargo de sus nietos. También, es usual que su salud se deteriore y padezcan enfermedades como cáncer o derrames cerebrales.


Les llevo dulces

Antonia recuerda que Nadia vivía violencia familiar grave, e incluso un año antes de su feminicidio, Bernardo N la golpeó y la secuestró durante un par de semanas, pero ella lo perdonó. Nadia era la mayor de cinco hermanos y junto a su familia se organizó para sacar adelante a sus hijos. Ella trabajó en una boutique en el centro y todos los días, alrededor de las 6 de la tarde, les llamaba a sus hijos para decirles tiernamente: Ahí voy, les llevo dulces.

En el juicio de amparo que interpuso, el padre de los niños sostuvo que es inocente y solicitó la impugnación de su sentencia de 42 años y seis meses por homicidio calificado. Argumentó, entre otras cosas, inconsistencias y contradicciones en los testimonios de sus hijos, así como incapacidad para estructurar relatos coherentes y libres de influencia externa. También señaló su falta de madurez para distinguir entre realidad y fantasía. El recurso se encuentra en revisión. Por su parte, Isidro N, su hermano, fue absuelto y continúa en libertad.

Bernardo N nunca buscó a sus hijos tras el crimen, tampoco sus familiares paternos. Y aunque para C.L. su papá está muerto, no le importa, comenta Antonia. U.L., en cambio, le ha dicho que quiere perdonarlo, quiere verlo.

Por las negligencias judiciales y violaciones a los derechos humanos, el caso de Nadia fue llevado ante la Corte Interamericana y aún se espera su informe de fondo. Además, en febrero de 2023, la Fiscalía General de Justicia del Estado de México ofreció una disculpa pública a sus familiares y la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) les brindó a C.L. y U.L. una beca para estudiar la preparatoria y la universidad.

Durante el proceso judicial, en un careo entre Bernardo N y Antonia, ella le reprochó: "A Nadia la liberaste de tu violencia, a los que les diste en toda la madre fue a tus propios hijos. Escupiste para arriba".




Edición: Estefanía Cardeña



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