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Giovana Jaspersen
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 23 de febrero, 2018

Cuando los conquistadores llegaron a suelo peninsular, en Maní, se encontraron con una caja de madera, unos cuentan que debajo de una ceiba y otros que en una cueva. Dentro, había una soga y cuando la extrajeron vieron que tenía movimiento, estaba viva. En el asombro buscaron devolverla a su sitio pero fue imposible, había crecido y ya no cabía; la cortaron en siete fragmentos que, al instante, comenzaron a sangrar. La soga con vida no sólo era y será la identidad nativa del pueblo maya, su discurso y palabra; sino también su unión de éste con la madre y tierra, el cordón umbilical. Cuenta el mito, que el día que los fragmentos se vuelvan a unir, la cultura maya habrá de resurgir con su fuerza originaria.

Sin duda, este es uno de los mitos de conquista más contundentes en torno a las implicaciones de la colonización. Se habla de 400 europeos en la primera llegada; de las batallas, epidemias y decesos, pero menos de la violencia sin sangre. La simbólica, que hizo a los pueblos no hablar más sus lenguas y que se extendió en casi 500 años de normalizar el daño a nuestro mayor capital nacional: la cultura y su diversidad.

Esta semana, en la península, los fragmentos de la soga viviente en la palabra maya se acercaron entre ellos con la fuerza de los ancestros y desde el honor. El 21 y 22 de febrero, en el marco del Día Internacional de la Lengua Materna, Yucatán fue sede del Congreso Peninsular para la Institucionalización de la Lengua Maya a iniciativa del Inali en coordinación con los gobiernos de Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Buscando una política pública bilingüe, el evento se nutrió de convenios, conversatorios y conferencias acerca del uso de la lengua maya en las instancias de gobierno; las normas de escritura, su historia; y los derechos lingüísticos.

En la inauguración se pidió entonar el himno nacional y un unísono: “Mexicanos al gr(…)” se cortó de tajo por un silencio que dejó nacer una veintena de voces infantiles que, en maya, entonaron lo diverso de lo mexicano. Los hispanohablantes callaron, escucharon; como una metáfora de lo que hoy corresponde hacer: que la maya suene.

Sería un error pensar en la institucionalización de la maya como un hecho inmediato de transformación, no lo es. Debe ser el comienzo de un tránsito, no hacia el bilingüismo, sino hacia un justo biculturalismo. Un camino hacia la igualdad de derechos y equidad de oportunidades; en un escenario de reciprocidad cultural, que se nutra y construya nuestra península.

Los resultados hay que proyectarlos a 50 o 100 años, cuando los que nacen hoy crezcan identificando ambas lenguas en el espacio público y en igualdad, cuando se naturalice tanto como lo maya del español peninsular. Pensemos en futuro, en uno en el que no se hable en castellano de institucionalizar la maya y se sepa que los derechos humanos no están a discusión. Callemos, para que suene la maya en las voces de los niños y nos enseñe cómo unir los fragmentos históricos para desandar 500 años de brecha.

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