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Hugo Castillo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 22 de febrero, 2018

Existe una comunidad que ha sido relegada a segundo plano en su país. A pesar de que sus miembros estuvieron ahí desde épocas inmemoriales, con la llegada de colonizadores extranjeros al territorio se implantaron costumbres y usos externos, entre ellos la lengua. Las expresiones locales pasaron a ser consideradas como remanentes de lo antiguo y fueron discriminadas activamente. Mucho tiempo después, y ante el muy visible estado de rezago en que se encontraban, diversas agrupaciones comenzaron a pugnar por la re valorización de estos grupos originarios, lo que llevaría a que el gobierno implementara una serie de medidas para su inclusión en el esquema político nacional. Entre estas propuestas estaba la de reconocer su lengua original como uno de los idiomas oficiales del país. En la actualidad, y a pesar de todas las acciones para integrarlos, los miembros de esta etnia siguen siendo tratados como ciudadanos de segunda clase.

Para cualquier persona en México, esta historia bien podría describir la experiencia de alguno de los grupos indígenas que habitan el territorio nacional, pero no lo es. El texto narra el devenir de la comunidad bereber que habita la región del norte de África. Así como en nuestro país, ese grupo originario ha sido víctima constante de la discriminación perpetrada por el aparato estatal. Lo curioso es que así como la historia de los pueblos indígenas de México y los del Argelia o Marruecos son similares, también la son las de los bereberes con las de los swahili, o la de los coras nayarita con las de los maorí de Nueva Zelanda.

El mayor problema en la actualidad que enfrentan los indígenas alrededor del mundo no es la discriminación sistemática, sino que en todas partes existen políticas para evitar esta disparidad que no funcionan. La diferenciación entre indígenas y no indígenas se ha hecho más evidente debido a que, a pesar de los mecanismos internacionales para su reconocimiento y respeto, al día de hoy no se ha logrado su plena inserción en el tejido social de los países en los que habitan.

En estos días se celebra en la ciudad de Mérida un congreso peninsular que busca institucionalizar la lengua maya en la región. El concepto podría sonar un poco complejo pero, en palabras de sus participantes, lo único que busca la reunión es hacer visible la lengua maya en los espacios públicos, lo que se podría traducir como, hacer que el maya forme parte del entorno regular de cualquier ciudadano.

El objetivo de esta reunión debería también ser la meta de cualquier política que busque la integración de los pueblos originarios a la sociedad, en cualquier punto del orbe, pues la razón por la que fallan este tipo de programas es porque, en su esencia, consideran a los indígenas como un segmento aparte de la sociedad que, con su folclor y sus bonitos rituales, no pertenecen al tipo de vida “normal” del resto de los ciudadanos.

Si bien la lengua es sólo una parte de la compleja red de elementos que conforman la identidad étnica, promover el uso de los idiomas originales en el espacio público es el inicio de este proceso de integración, que llevaría a su “normalización” en el panorama social moderno.

Para que las poblaciones indígenas en todo el mundo dejen de ser discriminadas, hace falta que la gente en general acepte el suyo como otra forma de vivir, y lo integre como parte de lo que, para ellos, conforma la sociedad. Ningún programa ni mentalidad que considere que hay espacios para lo indígena y para lo “normal”,logrará acortar la brecha entre uno y otro.

Las tradiciones y costumbres originarias forman parte de una forma compleja de entender la existencia que experimentan día a día miles de personas, así como miles más viven el mal llamado “estilo de vida occidental”. No hace falta promoverlos, sólo se necesita respetarlo, y respetar a quienes estructuran su identidad sobre esto.

Para acabar con la discriminación, el racismo y la violencia que imperan en el mundo no hay que crear más políticas públicas que nos obliguen a darle un lugar específico al “otro”, hay que hacer que cada uno de nosotros entienda que no hay “otro”, sino que todos vivimos experiencias diversas en este mundo complejo.

Al final, maya o español, bereber o mexicano, todas las expresiones culturales son reflejo de la misma complejidad humana. Aceptar y promover esta diversidad es la vía para hacer más fácil la vida en cualquier parte del mundo.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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