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del

Nalliely Hernández C.*
Foto: Tomada de web
La Jornada Maya

Jueves 24 de octubre, 2019

La mecánica cuántica, encargada de describir los fenómenos atómicos, o a muy pequeña escala de la realidad física, es una de las ramas de la ciencia más exitosa, pero también más polémica. Desde su origen, al inicio del siglo pasado, el formalismo con el que se formuló suscitó los más álgidos debates entre los físicos más destacados del campo entre los que se encuentran Niels Bohr, Albert Einstein, Werner Heisenberg o Erwin Schrödinger.

Sin embargo, la discusión sobre la teoría ha estado ligada principalmente a sus aspectos interpretativos y filosóficos. Si bien la corrección de esta fue reconocida casi inmediatamente por la comunidad científica, las cuestiones sobre qué es lo que nos decía esta extraña estructura matemática sobre el mundo no eran nada claras.

A finales de la década de 1920 fue configurada una base interpretativa para la teoría conocida comúnmente como la Interpretación de Copenhague o interpretación ortodoxa de la mecánica cuántica. Aunque no es una interpretación detallada y homogénea sobre los fenómenos atómicos, sí constituye un marco lógico y conceptual general para describir cualitativamente a los electrones, fotones y demás entidades subatómicas.

Dos elementos centrales de dicha interpretación son el famoso Principio de Indeterminación de Heisenberg y el Principio de Complementariedad de Bohr.

En particular, este último establece el comportamiento dual de la luz y la materia como onda o como partícula, en función del dispositivo experimental que se elige para medir variables físicas en los sistemas cuánticos.

Es decir, de acuerdo con Bohr, tanto la luz como la materia pueden actuar como una onda o como una partícula, dependiendo del instrumento de medida que se utilice.

Esta interpretación, a pesar de considerarse históricamente como la forma canónica de describir los procesos atómicos, nunca ha sido aceptada de forma homogénea en la comunidad científica. Por un lado, existen intentos de restituir una descripción clásica de los fenómenos a partir de una interpretación o de una teoría alternativa.

Por otro lado, muchos físicos en un tono más bien pragmático, han optado por desarrollar y aplicar la teoría sin meterse en las cuestiones cualitativas y filosóficas, se limitan a hablar de sistemas físicos y predicciones estadísticas, sin comprometerse en la discusión sobre la identidad de los electrones (como ondas o como partículas), o sobre la relación entre estos y los instrumentos con los que se miden las variables.

Lo cierto es que la mayoría de los debates que surgieron ya hace casi un siglo permanecen sin una solución definitiva, y que dicha teoría ha desafiado nuestras nociones más básicas sobre la realidad y nuestro conocimiento de ella; como son la idea de identidad, la noción de sujeto y objeto, entre muchas otras.

[b]'Wishful thinking'[/b]

Al mismo tiempo, como proceso cultural, los conceptos y teorías científicas son apropiados paulatinamente en nuestros lenguajes cotidianos y son usados como instrumentos para reconfigurar nuestra forma general de ver el mundo. Como resultado, en los últimos años hemos visto una proliferación de literatura en la que se muestra un conjunto de tesis sobre supuestas implicaciones de esta teoría física en otros dominios de realidad, como en la sicología.

Este proceso no ha sido exclusivo de legos, pues el propio Bohr intentó ampliar su principio de complementariedad a otros campos como la biología y la sicología. En definitiva, intentó articularlo como un principio epistémico general que condiciona nuestro conocimiento del mundo.

No obstante, este proceso ha resultado particularmente popular en ámbitos poco rigurosos y comerciales, como los de autoayuda, o lo que a menudo se conoce como [i]wishful thinking[/i].

En la actualidad, encontramos libros, artículos o películas que difunden la tesis de que, como resultado de la mecánica cuántica, nosotros determinamos la realidad y, como consecuencia, que la consecución de nuestras metas en la vida depende, exclusivamente, de nuestra voluntad.

El argumento que subyace en dicha tesis se puede resumir como sigue: dado que es el instrumento el que determina el comportamiento del electrón como onda o como partícula, entonces es la observación de éste la que determina su comportamiento ondulatorio o corpuscular y, por tanto, es el sujeto (el que realiza la observación) el que determina dicha realidad física.

Como el sujeto determina la realidad física, ésta se convierte en una cuestión de voluntad. De lo que se sigue que el éxito o fracaso con el que nos movamos en nuestra vida es consecuencia exclusiva de nuestra fuerza volitiva (la realidad es subjetiva).

Sin embargo, es fácil ver que la inferencia anterior es incorrecta, ya que no tiene nada que ver con la teoría física, ni siquiera con el intento de establecer la complementariedad como principio epistémico. Lo que la interpretación física apunta es que las variables que medimos en el electrón dependen de la relación entre dispositivo experimental y éste, pero se trata de una relación física, objetiva, que nada tiene que ver con nuestra voluntad ni es caprichosa o subjetiva. Menos aún que pueda ampliarse a “la realidad” en general.

Esta interpretación desafía las nociones clásicas de objetividad, basadas en la independencia de la realidad física respecto de nuestras mediciones, que han obligado en la teoría del conocimiento y en la filosofía de la ciencia a una reflexión y reconfiguración de estas nociones (quizá por eso Bohr pretendía establecerla como principio epistémico), pero ello no implica que este comportamiento cuántico tenga dicha implicación sicológica ni terapéutica.

En tal tesis hay una extrapolación injustificada entre la determinación del instrumento sobre la medida y la identificación de tal instrumento con el sujeto y, en particular, con un concepto como la voluntad o un estado síquico. Sin embargo, se trata de dos dominios de la realidad diferentes que no responden a los mismos principios o procesos. No resulta plausible identificar una relación física entre instrumento y electrón con un estado síquico o mental, y menos aún un estado síquico respecto de cualquier objeto o intención del sujeto.

De esta forma, el uso que se hace desde esta literatura sobre la mecánica cuántica no resulta solamente injustificado e incorrecto, sino que sugiere un uso ideológico de la teoría física para darle una aparente legitimidad a una tesis new age que anuncia una manipulación política en la que el éxito o fracaso en nuestras vidas no es atribuible a un sistema social y una realidad material que nos condiciona, sino a un estado sicológico que depende exclusivamente de nosotros. Dicho esquemáticamente, la tesis sugiere que fracasamos porque no tenemos suficiente voluntad, dado que está en nuestras manos determinar una realidad “exitosa”.

Si bien, la apropiación de la ciencia y sus conceptos es un proceso cultural inevitable y enriquecedor, debemos ser cuidadosos con algunos de esos usos que resultan caricaturescos, ilegítimos y políticamente perversos. Quizá esta es una función social que tanto la filosofía como la divulgación de la ciencia tienen, y que aunque es complicada, no debe olvidarse.

*Profesora e Investigadora de la Universidad de Guadalajara.

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