de

del

Antonio Martínez
La Jornada Maya

Viernes 6 de septiembre, 2019

Aunque el habitante de la Villa Blanca tiene hartas razones para quejarse del Cabildo, en este caso es justo aceptar que no siempre son nuestras preclaras autoridades las responsables de erigir esculturas monumentales en nuestros destituidos espacios públicos. El monumento de la Cebra del Paseo es un inestimable ejemplo de la invaluable aportación de la iniciativa privada para mejorar nuestro entorno. Un hermoso caso de neoliberalismo artístico que nos recuerda que la cultura es de todos.

Reproduzco parcialmente la crónica de don Orondo Batallas, el día de la inauguración de tan significado monumento frente a los Almacenes El Éxito. “Digna e impasiblemente erguida sobre su pedestal de tipo sencillo, junto a la majestuosa escalinata que lleva a este Templo del Comercio, la serena Cebra de allende parajes embellecerá a partir de este virtuoso día nuestro ilustre Paseo, que con nuevo lustre de lucro y progreso le permite compararse con los Campos Elíseos. El Padre Narciso de la Iglesia Copta bendijo la ceremonia de inauguración y se sirvieron deliciosos arrolladitos de hoja de parra y sandwichón”.

En realidad, las cosas sucedieron más o menos así: una hermosa mañana de primavera en la Villa Blanca, el experto catalán en marketing, Dr. Próspero Mercadet, se presentó en la sede de Fantasías Simbad, por el rumbo de San Sebastián, donde le condujeron a la oficina del propietario, don Jorge Simbad.

- Pase, pase, doctor, siéntese, por favor.

- Muchas gracias don Jorge. Lamento mucho el fallecimiento de su padre.

- Gracias, muy amable, más lo lamenta él. Usted imaginará lo duro que es morirse siendo tan rico. Precisamente de ello quería hablarle. Necesito cambiarle el nombre a mi empresa.

- Ya veo… ¿Pretende Usted darle un giro a su negocio?

- No, no, ¡Jamás de los jamases! Dijo don Jorge agitándose en el sillón. No, solamente un cambio de nombre, seguiremos vendiendo productos chinos, plástico barato... Déjeme que le explique. Mi abuelo, don Jorge Simbad, un vendedor de alfombras de Islamabad, huyó de su patria por la guerra y se avecindó en esta villa, donde fundó con gran esfuerzo y visión comercial los Almacenes La Lámpara Maravillosa, siendo su símbolo la lámpara de Aladino. A su muerte, mi padre, don Jorge Simbad, le cambió el nombre al negocio, fundando Fantasías Simbad, cuyo símbolo es un alfanje. Ahora es mi turno.

- Ya veo, el cambio de nombre es una tradición familiar.

- No, no, es para evadir al fisco. Cerramos la empresa y adiós adeudos. Los Simbad jamás hemos pagado impuestos, sonrió orgullosamente don Jorge mostrando un canino de oro.

- Y ¿ha pensado ya Usted en algún nombre?

- En eso necesito su ayuda. Había pensado en Las Mil y Una Noches, pero suena como a hotel de paso.

- Sí, demasiado exótico, quizá deberíamos considerar algo más moderno, exuberante, triunfador…

- Ya lo tengo, Fantasías El Triunfo.

- No, no, demasiado exorbitante, necesitamos algo más capitalista, comercial, excitante, exitoso…

- Ya lo tengo, Almacenes El Éxito. Excelente. ¡Sí señor! Un gran nombre: Almacenes El Éxito. Ahora deberemos pensar en un símbolo de la empresa.

- Eso sí que es muy sencillo, don Jorge: una Cebra.

- ¿Una cebra?

-Una cebra. Piénselo bien don Jorge, nada simboliza mejor al neoliberalismo que este magnífico animal, que representa la adaptación, el camuflaje y el arte del engaño del capitalismo salvaje, pues ¿qué es el neoliberalismo sino la esclavitud disfrazada?

- En eso le asiste a Usted toda la razón. Una cebra, pues. Extraordinario. Es Usted un genio don Próspero. Permítame que le obsequie una lámpara, dijo don Jorge acompañándolo a la puerta.

Y es que, en suma, ¿cuál es la esencia de una cebra? se preguntó el escultor chino de nuestro Monumento a la Cebra, en un taller de fibra de vidrio en Beijing. - No es un caballo, ni un burro, ni un unicornio, le contestó Confucio desde una nube.

- Es un poco de todos ellos, pero camuflada. Las rayas le sirven a la cebra para confundir a los predadores entre las altas hierbas de la sabana africana, y para engañar a los tábanos. En cierto sentido todos somos cebras, reflexionó filosóficamente el artífice.

Corre la leyenda urbana entre los teporochitos del rumbo, que en las noches en que el polvo de las Hadas de la Ceiba duerme a toda la ciudad, la Cebra del Paseo vuelve a la vida, y lo primero que hace es abrir las puertas para que puedan salir las esculturas de los Almacenes El Éxito a tomar el aire. Baja por las escaleras el chef con mostacho sosteniendo el menú, seguido del Capitán Garfio, tres duendes navideños, el pirata Barbachano con pata de palo, la pirata Manuela con su parche en el ojo y calzas de espándex, el caballito de feria, la calaca pirata, y el dinosaurio. Siguiendo a la Cebra y aprovechando el sueño de la Villa, el pintoresco grupo se dedica toda la noche a robar los hoteles y las mansiones de los ricos que bordean el Paseo.

Dice don Celestino Chacpol, uno de los más ancianos borrachines, que la banda de la Cebra esconde las joyas robadas entre las ropas de los mendigos que duermen a la intemperie, quienes al encontrarlas en la mañana las llevan a la casa de empeños de don Simón Jafar, que también compra robado.

Es difícil de creer, y es que circulan muchas leyendas en la Villa Blanca, pero insiste don Celestino en que, cuando esto sucede, amanece la escalinata de los Almacenes llena de botellas de ron vacías, y el pasto de los arriates todo mordisqueado.

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