José Ramón Enríquez
Foto: Afp
La Jornada Maya
Miércoles 28 de agosto, 2019
La idea de trasladar al pícaro medieval Till Eulenspiegel a la Guerra de Treinta Años y volver una de sus muchas vidas paralela a la del sabio jesuita Atanasius Kircher (cuya influencia llegó hasta México en el [i]Primero sueño[/i] de Sor Juana) es, por decir lo menos, estimulante. Pero hacerlo en una novela extraordinaria como [i]Tyll[/i] (Penguin Random House, 2019) de Daniel Kehlmann, resulta una experiencia que, estoy cierto, habrá de marcar a todos sus lectores y por causas diversas. A mí, por lo menos, me ha marcado.
Este libro tiene las múltiples posibilidades de lectura que dan las facetas de un diamante y cada quien sacará sus personales conclusiones. Yo destaco aquí tres entre las certezas con las que he salido tras devorar el relato, siempre a reserva de próximas lecturas: primero, los dragones están vivos, pero no pueden verse; segundo, el padre Atanasius Kircher, de la Compañía de Jesús, recordó al fin el conjuro para encontrarse con uno de ellos; y, tercero, Till Eulenspiegel sigue siendo el dragón que continúa entre nosotros, como bien demuestra Daniel Kehlmann.
Comparado por muchos críticos con Umberto Eco (así como [i]Tyll[/i] con [i]El nombre de la rosa[/i]), Daniel Kehlmann es, desde luego, un erudito a la manera renacentista como lo fuera Eco. Dedicó su tesis de doctorado en filosofía a la idea de lo sublime en el pensamiento de Kant y, como el filólogo italiano, viaja con soltura de las alturas teóricas a la creación literaria, pero, a diferencia de Eco, ha incursionado en la narrativa mucho más joven y, antes de [i]Tyll[/i], ya ha publicado varias novelas que han sido éxitos tanto de venta como de crítica y tiene apenas 44 años, mientras que Eco dio el paso a la novela ya con 48 años cuando publicó [i]El nombre de la Rosa[/i]. Sin embargo, en cuanto a erudición, inteligencia, sentido del humor y profundo conocimiento del corazón humano comparten mundos.
En algún momento de [i]Tyll[/i], Kehlmann revela alguna de sus fuentes: "Soltaba lo que había leído en el [i]Simplicissimus de Grimmelshausen[/i]". Se trata de un personaje de la picaresca barroca alemana situado precisamente en la Guerra de los Treinta Años, justo el periodo histórico en el cual Daniel Kehlmann coloca a su medieval pícaro Till Eulenspiegel. Un juego de tiempos enormemente emocionante para quien, como el que esto escribe, gusta de cruzar fantasmagorías y atender voces de todo tipo que llegan de todos los mundos y que es, además, un enamorado de la picaresca española, siempre considerada como la otra cara de la mística.
La presencia paralela de Atanasius Kircher y sus experimentos con fuerzas desconocidas e inefables desde la misma infancia del [i]Tyll[/i] de Kehlmann corresponde perfectamente a esta duplicidad barroca de picaresca y mística sobre todo en los tiempos de una muy sanguinaria guerra de religiones.
Pese a la indudable simpatía del narrador por Kircher, jesuitas y catolicismo pertenecen, en su tradición, al bando de los inquisidores, los más crueles dentro de una guerra cruel, y hace irrumpir en la vida de Till como verdugo a ese sabio que llegó a la misma puerta de la invención del cinematógrafo en sus tratados sobre las lentes, las luces y las sombras.
En el bando contrario, la ternura y la ingenuidad rayana en estupidez de Federico de Baviera y de su consorte Isabel Estuardo, causantes de la Guerra, resultan entrañables al narrador y como tales presenta a los “reyes de un solo invierno”, previamente santificados por las bendiciones de ese pícaro eterno que es Till puesto a su servicio.
Ahora mismo, dragón y vencedor del tiempo, Till me clava sus ojillos burlescos mientras termino y fecho esta columna.
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