de

del

Hugo Martoccia
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 17 de junio, 2019

En 1972 se proyectó la película El Candidato. Un joven Robert Redford protagoniza a un abogado idealista y comprometido, que es tentado a presentarse como candidato a senador. Casi sin chances de ganar desde el inicio, el candidato hace propuestas de campaña arriesgadas, que rompen el molde de la vieja política, y así va conquistando votantes.

Poco a poco ese mundo absorbe al joven abogado, que se transforma en un político. Los minutos finales de la película muestran su sorprendente triunfo. Pero en ese mismo momento, algo sucede al interior del candidato. La escena final es antológica. Un Robert Redford atribulado, desorientado, encierra a su pragmático jefe de campaña en una habitación y le pregunta:

“Ya soy senador ¿Qué vamos a hacer ahora?”

El jefe de campaña lo mira desconcertado y no sabe qué responder. La gente ingresa a la habitación a la fuerza, porque quiere saludar a su candidato ganador.

La algarabía del entorno contrasta con un Robert Redford que se queda inmóvil, sentado en una cama, con la mirada perdida, lanzando al aire una última pregunta desesperada, que nadie va a contestar:

“¿Y ahora, qué?”

Esta larga introducción no es (ojalá no lo sea) innecesaria. Es la mejor forma de explicar lo que hoy sucede con Morena luego de la victoria electoral del pasado 2 de junio. El lopezobradorismo ganó la elección, tendrá mayoría en la próxima Legislatura, y comenzará el camino que, ellos esperan, los deposite en el poder estatal. Pero la realidad es que, en este momento, pocos saben cómo construir ese proyecto.

Hay un dato que lo dice todo: Morena no tiene hoy un nombre sólido para la coordinación de su bancada en la próxima Legislatura. Ninguno de sus diputados electos tiene experiencia legislativa, más de la mitad ni siquiera ha pasado por algún cargo público, y son contados los que pueden considerarse morenistas de la primera hora.

De ese breve universo, Morena debe decidir un nombre que será, ni más ni menos, que el presidente de la Junta Coordinación Política del Congreso durante un año.

[b]La confusión de la victoria [/b]

Uno de los hombres fuertes del morenismo local quedó perplejo en los días siguientes al triunfo electoral. En los tres chats de whatsapp que se habían armado para la candidatos, duró cuatro días la fiesta de felicitaciones cruzadas por la victoria.

Y eso no terminó allí. En las primeras reuniones con los diputados electos, se encontraron con lo que habían temido: algunos habían cambiado hasta las formas de dirigirse a los demás. Alguien que ya pasó por esa euforia en la elección de 2018 lo dijo sin ambages: “Todavía están en la etapa de creer que la elección la ganaron ellos”.

Pero el problema es mayor a esa fugaz vanidad. Lo que más preocupa tiene que ver con el fondo. Varios de los diputados electos ya reparten cargos en el Congreso para sus allegados. Todos esos allegados, al igual que ellos mismos, tienen nula experiencia legislativa y hasta política.

Los que entienden que el proyecto político de Morena debe dar un salto de calidad, se dan cuenta que muy pocos de los diputados electos tienen en claro lo que propone la Cuarta Transformación, y menos aún cómo llevarla a cabo desde el Congreso.

¿Cómo construir un Congreso lopezobradorista si los diputados quieren llegar con sus amigos, y ni siquiera hay cuadros técnicos para la titánica tarea que los espera?

[b]La lucha por la coordinación[/b]

En ese contexto, la lucha por la coordinación de la bancada comienza a ser feroz. Cada uno de los nombres fuertes del partido (Marybel, Mara, Chucho Pool, José Luis Pech, y Luis Alegre) quisiera imponer a su propio pupilo. El problema es que ninguno de los nombres que hay en danza garantiza nada.

Descartados los dos plurinominales (que no llegaron por votos ni por militancia) los otros seis diputados electos tienen poco que ofrecer. Veamos.

Ericka Castillo es una ex regidora vinculada al PRI y al Sindicato de taxistas, cuya única relación con Morena es la senadora Marybel Villegas. En las últimas horas, ha comenzado a emitir mensajes belicosos contra el oficialismo estatal, que no parecen acordes a la estrategia del partido, sino más bien a la de la senadora.

Ericka se ha mostrado en fotografías con Tepy Gutiérrez. Esta última aparece entre los nombres más apuntados para quedarse con la coordinación, por su experiencia en la administración pública. Pero tiene varios adversarios. Principalmente, quienes consideran que su relación con el oficialismo estatal es, cuando menos, sospechosa.

Linda Cobos fue la más votada del morenismo, pero en un sector del partido desconfían de ella: aún recuerdan que no hace mucho apoyó una campaña del ultraborgista Manuel Valencia Cardín.

A pocos votos de ella, dentro del morenismo, quedó Fernanda Trejo, que fue una grata sorpresa electoral. Es del partido, la apoya Mara Lezama, y es bien vista en general. Pero es muy joven y tiene nula experiencia política. Algo similar sucede con Alberto Batún.

El otro nombre que sonó en la semana para quedarse con la coordinación es el de Reyna Durán. La ex regidora es morenista y combativa, pero su papel durante la gestión de Remberto Estrada dejó bastante que desear. Preocupa, además, su falta de tacto político, que le haría muy difícil manejar a ese díscolo y heterogéneo grupo de legisladores.

En ese limitado grupo, Morena tiene que encontrar a su conductor, y al abanderado de la 4T en el Congreso.

[b]La estrategia [/b]

En el partido la estrategia está ligada al tiempo. Creen que con el correr de las semanas irán acordando las cosas de manera tal que el nombre del coordinador surja prácticamente sólo, por acuerdo o mayoría de los propios diputados electos.

Pero saben que los intereses de cada grupo interno no obedecen a esa misma regla: entre más tiempo pasa, más se cruzan unos contra otros. Hay quienes ya temen que esos enfrentamientos haga volar por el aire todo el proyecto.

Y el desafío incluye, también, hacer un trabajo de fondo para cohesionar las diferentes referencias políticas de esos diputados electos, para que representen a Morena y la Cuarta Transformación. La idea es que todos sientan el peso del lopezobradorismo en sus espaldas, para que no se desvíen del camino.

Sin embargo, es difícil explicar eso cuando uno de los supuestos referentes del morenismo, como el diputado federal Luis Alegre, se pasea en un evento de periodistas con el gobernador Carlos Joaquín.

Esa imagen no gustó nada en Morena, donde dicen que una cosa es mantener una relación cordial y respetuosa con el gobernador. Y otra muy distinta es mandar a la sociedad el mensaje de que todo es lo mismo.

Pero eso es el morenismo hoy en Quintana Roo. Gobierna los tres municipios más grandes del estado, y en unos meses tendrá, junto a sus aliados, el control del Congreso. Pero es un partido que aún no tiene claros sus límites ideológicos y políticos, y que construye poder día a día, pero parece que aún no sabe muy bien cómo gestionar semejante responsabilidad.

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