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Hugo Castillo
Foto: Reuters
La Jornada Maya

Miércoles 12 de junio, 2019

Existen dos tipos de países en el mundo: los que se alinean a las políticas de Estados Unidos (o a los caprichos de su actual presidente, Donald Trump) y aquellos que se oponen a las mismas.

De los primeros hay muchos y vienen en una diversidad de formas y tamaños. China, por ejemplo, a pesar de ser “la otra potencia mundial” y el único país que podría hacerle frente económica y militarmente a Estados Unidos, reveló en días pasados que, a pesar de las amenazas de la administración Trump, no empezará una guerra económica porque no les conviene. Reino Unido le tendió la alfombra roja al mandatario estadunidense en su reciente visita de Estado, y la semana pasada nuestro país vivió un drama arancelario que dejó en claro cuánto necesitamos al vecino del norte.

De los segundos la lista es más corta y mucho más “sombría”. Irán es el enemigo número uno de Trump, quien no ha dudado en atacar económicamente al país persa ante su negativa de someterse a su administración. Kim Jong-un y su “reino ermitaño” siguen sufriendo por no acatar las órdenes de Estados Unidos y destruir por completo su programa militar, y en nuestro continente, Venezuela y Cuba, con sus líderes opuestos al “máximo poder imperialista”, sufren de un rezago económico terrible.

Menciono lo anterior porque, como un adulto joven que nació tras la caída de muro de Berlín, sólo he tenido la experiencia de vivir en un mundo unipolar dominado por Estados Unidos y el modelo capitalista. También he experimentado el fenómeno de la globalización desde que tengo memoria, lo que se ha traducido en un mayor acceso a la información y un menor número de fronteras culturales, pero todo esto siempre ha estado regulado por las imposiciones de Estados Unidos.

También, desde que tengo memoria, he escuchado y leído que propuestas como el paradigma posmoderno, el empoderamiento del tercer mundo, la digitalización y otras quimeras aunadas a la globalización, crearían una sociedad mundial más democrática, con mayor igualdad social y económica.

Pero hasta el día de hoy nada de eso ha pasado. Sigo viviendo en un mundo dominado por Estados Unidos, en el que los ricos siguen siendo ricos y los pobres, pobres; rodeado de un concierto de naciones que recientemente se han volcado sobre sí mismas y han abrazado al nacionalismo y la xenofobia, contrario a lo que sucedía hace 50 años.

En el mundo, la reaparición de la discriminación y el miedo al otro, al estilo del America first, son un indicador de que nuestra sociedad vaga sin rumbo, reutilizando viejos ideales para darle sentido a su existencia mientras abraza al capitalismo desmedido. Y los países de “izquierda”, con sus despotismos igualitarios, tampoco representan una alternativa viable para la sociedad. Parece que no existen propuestas nuevas, ninguna ideología por la cual luchar. Nos enfrentamos a una forma diferente del “fin de la historia”.

[b]¿Qué sigue para el mundo?[/b]

Pienso que, contrario al escepticismo y la decepción que impera en nuestras sociedades, la situación que vivimos abre una oportunidad inimaginable para todos los teóricos del mundo: la posibilidad de crear algo nuevo.

El desprecio que las generaciones más jóvenes sienten hacia la filosofía y otras ciencias teóricas, patente en las salvajes discusiones que mantienen en Facebook y Twitter, se debe a que los promotores de los paradigmas previos han intentado aplicar los modelos sociales como si éstos fuesen un molde rígido. Las ideologías no pueden adaptarse a las culturas en las que se impusieron, ni toman en cuenta los matices de la humanidad.

Pero la posmodernidad, la única propuesta teórica formal de las últimas décadas, permite mirar al otro, al extraño, al diferente y aprender de él.

Las generaciones más jóvenes, nacidas en el marco de este nuevo paradigma, abrazan la diferencia, se oponen a la rigidez y buscan crear un universo en el que todos y todo tengan cabida.

Aquí está la gallina de los huevos de oro, en este nuevo universo de posibilidades sin límites, de fronteras difusas. A los jóvenes de hoy sólo les falta mirar de nuevo a la filosofía y a la teoría social de una manera más formal, ordenada y utilizando un discurso emanado del atemporal método científico para empezar a crear, proponer nuevas ideologías y hacer frente al mundo unipolar en el que vivimos.

Las redes sociales deben pasar de ser un lugar de catarsis, de debates sin ley, a un semillero de propuestas formales. Un lugar en el que un nuevo Marx pueda empezar la próxima revolución global.

Las puertas del futuro están abiertas. Para acabar con el reinado unipolar de Trump sólo falta que las nuevas generaciones se decidan a seguir el camino de los renacentistas, de los ilustrados y de los revolucionarios, y se animen a crear un nuevo universo.


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