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del

Rodrigo González
Foto: Captura de pantalla serie Chernobyl
La Jornada Maya

Viernes 7 de junio, 2019

Hacia 1967, HR Giger, ese irrepetible artista suizo genio del horror, padre del alien mas famoso y terrorífico del cine y fundador del gore surrealista, realizó una serie de dibujos que tituló [i]Die Atom Kinder[/i] o, [i]Los Niños Atómicos[/i]. Estos dibujos son lo que Giger consideraba gráficamente como los hijos de la era atómica: sere deformes, desnutridos, con huecos enormes evidenciando su falta de cerebro o de corazón, dependientes, horrendos, únicos. Representaban -representan aún- sin duda, el absoluto horror que significa vivir constantemente al borde de la extinción.

Yo tenía 14 años cuando cayó el muro de Berlín. Lo vi por la televisión y recuerdo ese día como el final oficial de mi infancia. Lo recuerdo porque quizá por primera vez en muchos años iba a poder dormir pensando que no moriría bajo la radiación de un ataque nuclear ruso en el continente. El miedo, lo juro, era genuino y había durado casi toda mi infancia. Ese miedo por supuesto, había sido alimentado años atrás por el accidente en la central la nuclear de Prípiat, conocida simplemente como Chernobyl. En aquel momento habíamos conocido lo que pasó, pero es quizá hasta ahora que podemos entender la magnitud de tal accidente.

La cadena HBO, junto SKY Television y Sister Pictures, produjeron una serie de cinco episodios que narra de una manera absolutamente aterradora lo sucedido antes, durante y después del accidente nuclear en Chernobyl. La construcción dramática es simple pero tremendamente efectiva: la serie empieza a hablarnos sobre el accidente para ir poco a poco descubriendo las causas, acompañados siempre del horror de las víctimas y el alcance de la tragedia, las consecuencias de las decisiones muchas veces ridículas y carentes de toda lógica o evidencia científica, el absurdo y criminal manejo político y militar que sobre el accidente hizo la Unión Soviética, el doloroso descubrimiento de que estamos constantemente en las manos de ineptos y corruptos y sobre todo el grandísimo vacío que queda al saber que es muy probable que el escenario se repita en una escala mayor en cualquier momento.

Años después de la caída del muro, en plena efervescencia juvenil y ya un poco adicto a la tinta, me tatué en el pecho uno de los niños atómicos de Giger. Era mi forma de homenajear una época que creía se iba para siempre. Mi atolondrada y naive adolescencia creía que venía galopante hacia mí un futuro mejor con energías limpias, una revolución tecnológica que erradicaría el hambre y las enfermedades y nos llevaría a vivir a colonias espaciales, en las ciudades habría autos eléctricos, las personas conviviríamos bajo el maravilloso capitalismo humanista y la internet sería la herramienta que nos convertiría en una sola gran comunidad mundial.

Pero en lugar de eso tenemos, por ejemplo, que la capital del país fue declarada hace pocas semanas, por un par de días, como oficialmente inhabitable, Mérida padece una ola de calor récord, el sargazo nos está arrebatando las playas que convertimos en “paraísos” turísticos gracias al aumento en la temperatura de los océanos, la brecha de la desigualdad es cada vez más profunda en cualquier lugar del planeta y nuestros gobernantes -ignorantes, soberbios, ciegos- siguen apostando por energías fósiles en lugar de las renovables y, por si fuera poco, el reguetón es número uno en todas las listas de popularidad en el mundo. Con lo que hacemos por nuestra cuenta, no vamos a necesitar más accidentes nucleares.

Resulta irónico que como especie podamos pensar, planear y ejecutar una misión que marque el inicio de la colonización de Marte, pero no podamos cambiar el sistema político-económico que nos ha llevado -y al planeta junto con nosotros- a la mayor crisis climática, económica y política a nivel global de la que se tenga memoria.

Yo tengo ganas de que Giger se equivoque, que no sean nuestros hijos los niños atómicos, y que al paso que vamos, no seamos los padres de nuestra propia destrucción. Yo sí quiero ver autos voladores y colonias en Marte, quiero estar cuando se radique de forma definitiva la pobreza y el hambre en el mundo y también, ya que estoy dando rienda suelta a mis mejores deseos para la humanidad, quiero dejar de escuchar reguetón en todos lados.

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