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José Ramón Enríquez
Foto: Ap
La Jornada Maya

Miércoles 5 de junio, 2019

La confusión y el miedo en que la política exterior norteamericana, dirigida por los caprichos de ese bravucón descerebrado que se llama Donald Trump, está sumiendo al mundo, y que desafortunadamente conecta muy bien con una cultura de bravucones descerebrados presente y viva en la Norteamérica profunda, me ha hecho pensar en Assef, el personaje más detestable de [i]Cometas en el cielo[/i], la primera novela de Khaled Hosseini.

Se trata de un [i]best seller[/i] terminado de escribir en 2003 y editado en español por Salamandra. Ha sido llevado al cine por Marc Foster y, seguramente, será conocida en México al menos por su premiada versión cinematográfica.

Khaled Hosseini, su autor afgano-estadounidense, era médico de profesión, y se decidió a incursionar en la narrativa luego de la caída de las Torres Gemelas. Con seguridad sintió que esas explosiones en el corazón mismo de su país de adopción eran un eco en el tiempo de aquellas otras explosiones en su país natal que fueron el comienzo del fin no sólo de su propia infancia sino de una historia secular de Afganistán que ya no nunca volverá a ser igual. [i]Cometas en el cielo[/i] es una metáfora tanto del horror que una guerra trae consigo como de algunos de sus personajes emblemáticos, pero es también una especie de profecía temible de lo que puede pasar, o ya está pasando, no sólo en aquella región del planeta sino en el orbe entero.

No quiero parecer tremendista pero las bravuconadas de alguien como Donald Trump están, en estos momentos, poniendo a temblar al mundo entero y la falta de visión de estado de una inmensa mayoría de gobiernos, hoy, nos van empujando hacia el borde de algo como lo que un día, sin deberlas ni temerlas, convirtió Afganistán en solo escombros.

De muchos modos ese derrumbe espectacular en Nueva York que golpeó en lo profundo a todo un modo de vida, lleva a recordar el derrumbe, hasta la total destrucción de la región en la cual está asentado Afganistán, de su cultura milenaria y aun de sus rincones y paisajes hoy convertidos en páramos o basureros.

Si la novela ha sido un [i]best seller[/i] mundial, el objetivo de estas notas no puede ser recomendarla sino recuperarla en días de miedo y sombras como éstos.

Recordará el lector que toda la primera parte, con mucho la mejor desde mi punto de vista, narra en primera persona la historia de Amir, un niño de clase privilegiada, en el Afganistán anterior a las manipulaciones geopolíticas de las potencias extranjeras (la primera invasión que llegó a romper las tradiciones de una vida cuyas raíces se pierden en los tiempos fue la de la Unión Soviética en 1978). Amir crecía junto con su sirviente Hassan, de una casta inferior, y ambos sufrían lo que hoy se conoce como bullying por parte de Assef, un bravucón. Es este tercero el que me recuerda a Trump y por lo cual traigo a cuenta la novela, que entiendo como una premonición y una metáfora de la destrucción ímproba que dura hasta nuestros días. Y es Hassan, el sirviente, un cordero sin mácula sacrificado en el altar maldito de esa guerra interminable porque tras los soviéticos los talibanes tomaron el relevo y luego los invasores fueron los norteamericanos que no encuentra el modo de ser de ahí, porque las bravuconadas descerebradas llevan a callejones sin salida por igual a las víctimas y a los victimarios.

El sacrificio de los corderos sin mácula está en la tradición de esas tierras, desde el Génesis con Abel el justo, así como la presencia de Caín, su traición por la espalda y su sed de sangre.

Estamos lejos de Afganistán, pero cerca de los bárbaros del norte que, con Trump a la cabeza, nos acorralan.

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