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Texto y foto: Margarita Robleda Moguel
La Jornada Maya

Martes 4 de junio, 2019

¿Habrá algo más contrastante que un tren bala que transita a 300 kms por hora y la suavidad de una geisha? El viaje en tren fue como un bólido y en Kioto, al entrar a uno de sus barrios, me pareció que retrocedí en el tiempo.

Según nos explicó Mishiko, nuestra guía, las jóvenes interesadas eligen a cuál casa tocar la puerta. Ahí la maestra platica con ellas y se da cuenta si tienen la vocación. Cada vez hay menos interesadas. Entran a los 15 años y después de cinco de formación, que incluye danza, tocar algún instrumento, cultura general, preparación del té y demás, pasan de ser maikos a ser geishas. Ahí deciden si quieren continuar en la casa, que les prodiga kimonos, alojamiento y maquillaje, o se independizan.

Nos explicaron que la actividad de una geisha, o maiko, contrario a lo que se piensa, es la de entretener. Por lo pronto nosotros tuvimos una comida con una maiko. Ella bailó para nosotros, se tomó fotos y la entrevistamos. Nos dijo que entró a los 15 años, que tenía 17 y a la pregunta de por qué lo hizo, respondió que porque le gustaba bailar.

La comida fue en una cajita con platos pequeños y guisos variados exquisitamente adornados. Fue una invitación a disfrutar, con calma, la belleza, el sabor y el entorno. Más tarde, la maiko nos enseñó a preparar té. Mishiko nos dijo que cada vez tiene más adeptos esta tradición. Algo que a los occidentales nos parece tan simple, a ellos les puede tomar hasta cuatro horas hacerlo.

[b]Rescate de las tradiciones[/b]

Mientras nosotros escondemos a la chichí en el ropero, queremos borrar todo lo que nos asocie con la herencia cultural de nuestros abuelos mayas y nuestros parques están vacíos, pues elegimos dar vueltas en los centros comerciales, llenándonos de enojo de todo lo que no podemos comprar, con un helado en la mano para disimular, los japoneses recuperan el kimono, el pasear por sus jardines, aprender a hacerlos, casarse en la forma tradicional.

Los japoneses son sumamente cuidadosos de no molestar a los demás. De pronto me di cuenta de que los turistas atropellamos el entorno. Urge un código de respeto. Por ejemplo, en el barrio de las geishas hay letreros donde piden respeto: no tocarlas. Imagino a las hordas queriendo tomarse selfies con ellas; abrazarlas… eso en un país donde el contacto físico es todo un tema. Por eso, el poema de mi libro, Mujeres del mundo, para la japonesa estará representada con:

“NO ME TOQUES./ No me toques./ No me toques si no quiero./ No necesito un letrero que diga que no me toques./ No me toques si estoy vestida de geisha/ de maiko/ de jeans;/ ni siquiera si estoy desnuda. /No necesito un letrero que lo prohíba… / Porque ¿sabes?/ sólo me toca/ quien yo quiero”.

Tuve oportunidad de presentar el poema a mujeres japonesas que hablan español en un evento que organizó la Embajada de México y el Grupo de Mujeres Mexicanas Residentes en Japón. Estoy integrando el libro de fotografías y poemas de mujeres del mundo y quería que me dieran su opinión. Les encantó. A final de todo… ¡nos parecemos tanto! las mujeres del mundo somos tan distintas, tan iguales, tan hermanas.

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