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Francisco J. Rosado May
Foto: Gabriel Graniel Herrera
La Jornada Maya

Martes 30 de abril, 2019

En Quintana Roo estamos en periodo electoral. Los diferentes candidatos han tratado de posicionar elementos de su plataforma política. Curiosamente ninguno ha abordado los grandes retos globales que deben ser atendidos localmente, de ahí la palabra glocal.

Ya no existe la separación entre lo global y lo local, cada vez están más y más interrelacionados. Pero para entender esa articulación y, especialmente, encontrar alternativas de solución local se requiere entender, primero la complejidad de los asuntos, así como la apertura e inteligencia para diseñar una alternativa de solución desde lo local.

A nivel global los grandes retos, que ya están impactando localmente, son 1) Cambio climático, alta dificultad para predecir lluvias afecta los sistemas de cultivo de temporal, por ejemplo. 2) Reducción acelerada de la biodiversidad en ecosistemas naturales. 3) Destrucción de los suelos, incluyendo erosión, pérdida de fertilidad y materia orgánica. 4) Crisis del agua por contaminación, fugas, costos, depredación de mantos freáticos, mala gestión, entre otros. 5) Problemas sanitarios por alta población de insectos transmisores de enfermedades, con alta resistencia a pesticidas. 6) Alta dependencia al monocultivo y sistema extensivo de producción de alimentos dependiente de insumos con potencial contaminante conduce a la pérdida de germoplasma y saberes tradicionales. 7) Crisis alimentaria, incluyendo hambruna, obesidad, diabetes, estrés y otros problemas asociados con la ausencia de alimentos o la falta de buena alimentación.

Los problemas mencionados han sido reconocidos por los grandes actores de la economía mundial y han presentado propuestas sobre cómo atenderlos de la mejor forma posible. En este análisis destaca el reconocimiento a los pueblos indígenas, a sus saberes y el papel que pueden desempeñar para atender adecuadamente esos grandes retos globales, desde lo local.

Por ejemplo, el Banco Mundial señala que hay aproximadamente 370 millones de indígenas en el mundo, reconocidos en 90 países (a partir de febrero de 2019, se suma Japón quien acaba de reconocer legalmente al pueblo Ainu como indígena). Según el Banco Mundial, los indígenas representan el 5 por ciento de la población mundial pero también representan el 15 por ciento de la población extremadamente pobre, con hasta 20 años menos de expectativa de vida que otros grupos sociales. Ese 5 por ciento de la población mundial indígena ocupa alrededor de un cuarto de la superficie del planeta, resguardando cerca del 80 por ciento de la biodiversidad y un porcentaje muy alto de recursos naturales como el agua.

Los datos anteriores permiten decir que los siete grandes problemas actuales, nuevos jinetes del apocalipsis, pudieran haber estado mucho peor sin el papel de los indígenas en la conservación, manejo, de sus recursos naturales. Y todo ello descansa en saberes ancestrales que ni son debidamente reconocidos ni, mucho menos, potencializados.

La política y políticos que no entienden la problemática anterior propician movimientos ciudadanos como el que vimos recientemente en Brasil. El 25 de abril una nota editorial en El País dio cuenta de la importancia y contexto mundial del movimiento indígena en Brasil al protestar por las políticas ambientales del nuevo gobierno. Políticas que favorecen esquemas desarrollistas se correlacionan con depredación de los recursos naturales, con violación de derechos de quienes ostentan el territorio, y, obviamente, agravan los grandes retos globales que ya afectan a comunidades locales. Por lo que la movilización ciudadana local en defensa de sus derechos y del medio ambiente, tiene un efecto global. Es un nuevo escenario ciudadano: la glocalidad.

Con la enorme riqueza biocultural que tienen México y Quintana Roo deberíamos ser una potencia glocal, pero ni siquiera hay unas cuantas líneas en el discurso y narrativa de los políticos en el proceso actual en Quintana Roo. La inseguridad sí es un problema, como lo es la falta de crecimiento económico; ahora imaginemos un escenario en el que no se resuelve ninguna de las anteriores y se acrecientan los siete nuevos jinetes del apocalipsis.

Nos urge pensar diferente, nos urge voltear la mirada hacia los saberes indígenas. No hay mejor alternativa, tal y como lo prevé incluso el Banco Mundial.

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