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Jonathan Molina
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 18 de abril, 2019

Hace mucho tiempo, en un lugar muy, muy lejano conocido como El Olvido, vivía un joven de poco más de veinte años. Ese día, pasadas las seis de la tarde, un mensaje de WhatsApp le despertó: “Cazi yegamos wey”.

Se espabiló. Vistió con sudadera y pantalón negros, gorra de color caqui. Colgó en su espalda una vieja y sucia mochila y respondió con monotonía e igual falta ortográfica a quien le mensajeó: “aya boi ijaz”.

Caminó por una calle descuidada. Su silueta, regordeta, se reflejaba en el pavimento cubierto de basura; el sol se dirigía hacia el ocaso. Los perros callejeros acompañaban al vendedor de tamales que eludía los baches montado en su triciclo y reproducía, en una bocina sin calidad auditiva, “Bella”, uno de tantos éxitos del reguetón.

Dobló hacia la derecha y se incorporó en una avenida. Los puestos ambulantes donde se vende mercancía de dudosa procedencia, cigarros chinos, películas pirata, tacos, tortas y más alimentos ricos en grasas saturadas, impedían el paso peatonal.

Bajó de la banqueta y continuó entre los vehículos particulares y el transporte público que, a exceso de velocidad, se orillaba para subir y bajar al pasaje. “Ez ezta zuve wey”.

Abordó una combi con dirección al oriente. Se sentó en la fila que da la espalda al chofer. El vehículo avanzó. Observó a los demás pasajeros con indiferencia. Se ajustó la gorra, abrió su mochila y sujetó con firmeza lo que guardaba dentro: “¡Cámara gente, ya chingó a su madre!”, soltó dos disparos al aire.

En ese instante, dos mujeres que se encontraban en los asientos laterales despojaron de sus pertenencias a los demás.

“¡Cámara! Celulares y carteras”, les ordena. “¡Muévanse! Celulares y carteras, perros”, les apresura y amaga con el arma. Las víctimas, con el temor de ser baleadas, lo obedecen sin chistar.

“Vete relajado; ahí en la Nissan bajamos, papito; tú vete relajado”, le dice al chofer. Mientras espera a que se cumpla su petición, le exige a otro joven que le entregue el chaleco y la mochila. Con el arma, lo golpea en la frente: “¡No se espante, güey!”.

El final lo conocemos todos: la policía retuvo a los delincuentes, dos mujeres y un hombre, y el video se volvió viral.

Cuando manifestaron sus datos generales en la Agencia del Ministerio Público a la que fueron remitidos, además de su corta edad, todos dijeron no haber concluido la educación media superior. Vaya, vaya.

“Me tocó, tuve la mala suerte de estar allí”, dijo una de las víctimas en entrevista con un medio de comunicación nacional. Es cierto, pero también lo es que esos tres jóvenes tampoco debieron estar allí, porque antes, mucho antes de ese día que sucedió en un lugar lejano, su futuro debió construirse en sentido contrario.

[b]Ahora explico porqué[/b]

Es aventurado establecer una relación causal uno a uno, pero estas tres personas, en algún momento, formaron parte de los cerca de 700 mil jóvenes que interrumpen su educación obligatoria en nuestro país y, tal vez, también son parte del 61 por ciento que lo hace en el primer año de la educación media superior pasando, como lo señalé en una columna anterior (La Jornada Maya, 13/03/19), de la escolarización al olvido, o mejor escrito: a El Olvido.

Si observamos, además, que el 86 por ciento de los jóvenes que se encuentran en prisión no concluyeron la educación media superior, y si consideramos que entre los factores que inciden para la comisión de delitos se encuentra, precisamente, el abandono escolar, estamos ante una terrible situación con tintes de seguridad nacional.

Parte del problema está, desde mi punto de vista, en que hasta ahora las acciones gubernamentales que se han implementado para resolver y/o mitigar el abandono escolar han dado resultados de política, pero no han producido impactos de política.

¿Qué quiero decir? Que es una práctica recurrente de las administraciones federales establecer como acción prioritaria la entrega de becas para fomentar la permanencia en la educación (medida que sólo atiende la causa económica del problema, pero no las demás).

De esta acción, que el Presidente de la República y el secretario de Educación Pública en turno anuncian en cada oportunidad con bombo y platillo, sus resultados de política serán el número de apoyos entregados a lo largo del sexenio. Dirán que no les fue mal y que han logrado lo que no alcanzaron sus antecesores y han hecho lo que nunca en toda la historia de México.

Sin embargo, al igual que administraciones pasadas, no han cambiado positivamente la vida de los jóvenes: con los datos disponibles se aprecia que el número de alumnos becados presenta una tendencia creciente a lo largo de los ciclos escolares, pero el total de los que abandonan su educación sigue intacto: ¡cerca de 700 mil!

Además, nadie ha colocado su esfuerzo e intervención en los que se encuentran en El Olvido, pues no hay políticas públicas de segunda oportunidad para ayudarles a retornar y concluir su trayecto educativo; por ello, es la acción judicial, con sus políticas y redes de justica, la que los capta. Y otros más, mientras tanto, se suman a las estadísticas mortales y de desapariciones.

La interrupción del trayecto educativo es un problema complejo que implica enormes costos. Mencionaré tres: afecta el futuro de los jóvenes y de sus familias; ocasiona daños colaterales al lesionar los derechos fundamentales de otras personas; y tiene un impacto negativo en el crecimiento económico y en la productividad del país.

¿Valdría la pena pensar en menos becarios y en más retornos educativos?

[b]Twitter: @jon316[/b]


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