Margarita Robleda Moguel
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Martes 16 de abril, 2019
A veces dos mil 500 golpes no alcanzan para verter toda el agua que se tiene y, ni modo, va de nuez. Y es que son siglos de silencio y mucho que aclararnos.
Leí en un cartel: “Un hombre no viola… viola un violador”; “Un hombre no mata… mata un asesino”; “Un hombre no humilla… humilla un cobarde”.
El texto me dejó pensando en la infinidad de estereotipos que manejamos. Ser gay… no es ser pedófilo. El color de la piel no te hace bueno o malo, como tampoco la bondad tiene que ver con el código postal.
Aunque sorprende ver que los que menos tienen parecen ser más generosos. Una mujer que demanda justicia y expresa su dolor, no es una feminazi.
En #MeToo publicado por [i]La Jornada Maya[/i], veíamos cómo desde el inicio de los tiempos la mujer fue “entrenada” para estar al servicio del hombre. Esto, por supuesto, ha tenido como resultado un dolor ancestral que va pasando hasta llegar a nosotras donde estamos comenzando a decir: ¡Basta! Si quieres algo conmigo, tiene que ser en términos de complicidad, de igualdad, de respeto.
Ha sido muy cómodo para los hombres tener alguien que lee el pensamiento y le “adivina” lo que ni siquiera él sabe que quiere; que está a su servicio, aunque eso que parece tan idílico, a la larga, resulta en su contra: el hombre termina siendo débil y tienen que gritar y golpear para manifestar fuerza, porque el sistema no le permite expresar miedos, entender sus sentimientos, adueñarse de sus vacíos, y también, hay que decirlo, están las mujeres que aguantan pianos con tal de tener un buen proveedor.
Hace 30 años DEMAC, un instituto que estudia a la mujer, publicó mi primera novela: [i]¿Quién es Irene Torres?[/i] En ella, la protagonista escribe un diario donde intenta investigar quién es esa extraña que vive debajo de su piel, qué piensa, qué sueña, quién es. El tiraje de tres mil ejemplares se agotó. La promoción fue de boca en boca y muchas dijeron: “Yo soy Irene Torres, te voy a demandar, escribiste mi vida”.
Entonces las mujeres nos juntábamos a intercambiar: ¿Tú también sientes eso? 25 años después lo volví a editar y el punto de comparación ha sido que ahora hay hombres que me dicen: “¡Yo soy Ireno Torres! Quiero saber quién es ese extraño que vive debajo de mi piel”.
Vivimos en un tiempo de privilegio donde aún podemos detener la loca carrera a ninguna parte para ver dónde nos encontramos, quiénes somos, a dónde queremos llegar. Toca hablar mucho, mucho.
Entender que ambos somos producto de una formación y que sólo si nos fortalecemos unos a los otros podremos salir adelante.
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