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Romeo Valentín Maldonado
Foto: Afp
La Jornada Maya

Lunes 8 de abril, 2019

La crisis migratoria no es nueva. Se ha gestado durante los últimos años como un problema global, con flujos de destino en Europa y Estados Unidos, polos desarrollados del mundo occidental.

Para México, con sus tres mil kilómetros de frontera con Estados Unidos, la migración de compatriotas en busca de oportunidades en el país vecino, se acompaña del paso de migrantes de otros países, principalmente del llamado triángulo norte de Centro América, Guatemala, Honduras y El Salvador.

Las causas del fenómeno están en la pobreza y desigualdades profundas que reclaman acciones inmediatas, pero cuyos resultados no pueden esperarse en el corto plazo. Requieren esfuerzo nacionales, en un marco de cooperación internacional. No es un asunto retórico.

Desde su campaña electoral, Andrés Manuel López Obrador planteó como dos de sus principales ofertas de gobierno el establecimiento de una zona franca en el norte y el desarrollo del sur-sureste del país, mediante los megaproyectos del Tren Maya y el corredor del Itsmo de Tehuantepec, entre otras programas.

Instalado en la Presidencia los ha reiterado como prioridades y ha puesto en marcha su ejecución, contra viento y marea, sobre todo con cuestionamientos por costos fiscales e inequidad –en el caso de la frontera norte– y por la oposición de algunas comunidades y organizaciones indígenas en el sureste y en el Itsmo de Tehuantepec.

Más allá de las críticas e inconvenientes que se señalan, esos proyecto pueden tener un impacto estratégico en el contexto de la compleja relación con Estados Unidos, y también con Centroamérica, si se logra el crecimiento económico esperado: Zona de absorción en el norte y corrimiento de una frontera de desarrollo hacia el sur, podrían sintetizar la fórmula, si se pone en el centro el interés nacional.

Es un tema de la mayor relevancia pero no único en la compleja relación bilateral que México tiene con Estados Unidos: relaciones comerciales, inversiones, combate a las drogas, seguridad y toda clase de intercambios en una frontera de más de 3 mil kilómetros.

Hoy adquiere gran resonancia por la estridencia de Donald Trump, después de salir indemne y fortalecido de la trama de conspiración rusa, en busca de su reelección con su discurso xenófobo y antimexicano.

Lo que no puede perderse de vista es que la crisis humanitaria en la frontera norte es real y emplaza a ambos gobiernos.

Es claro que el gobierno mexicano no puede reaccionar al margen del sentido humanitario que rige su política migratoria, ni con obsecuencia con Estados Unidos, sino conforme a su propio interés y marco jurídico. Mal haría el presidente mexicano en engancharse en una confrontación verbal con Trump, como algunos sugieren.

Cerrar la brecha de desigualdad entre el norte y el sur del país es una responsabilidad propia, que desde la perspectiva migratoria sólo puede fructificar si la frontera de desarrollo se corre hacia Centroamérica, con la cooperación de Estados Unidos.

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