de

del

Hugo Castillo
Foto: Afp
La Jornada Maya

Martes 12 de febrero, 2019

El levantamiento popular que el Imperio Persa, ahora Irán, vivió en 1979, vino a crear un nuevo paradigma en la historia de las revoluciones en el mundo. Los teóricos del orbe comprendieron que no todas las revueltas tienen por finalidad instaurar valores libertarios; más bien, la gente se levanta en lucha cuando siente que sus fundamentos culturales, sus bases ideológicas, se ven amenazadas por programas políticos instaurados por las autoridades en turno, sean estos progresistas o conservadores.

Durante la segunda mitad del siglo XX, el shah Mohammad Reza Pahleví trató de imponer en su entonces imperio un programa de desarrollo económico y social que se supone convertiría a la nación en una potencia “moderna”. El monarca, influído por las potencias occidentales, no tomó en cuenta la tradición cultural, cimentada en siglos de historia, que imperaba en la sociedad persa de entonces.

Una iniciativa tan agresiva no tardó en generar roces con los sectores más conservadores de la sociedad, quienes se volcaron en la religión para estructurar su descontento con el nuevo programa del régimen. En este contexto el ayatolá Ruhollah Khomeini, un clérigo musulmán que supo unir el malestar social con la tradición islámica persa en un programa político de protesta, se autonombró líder de un movimiento que en teoría buscaba defender los intereses de una población en transición.

El error del sha fue su incapacidad de cimentar el programa de modernización, que no logró traducirse en una mejor calidad de vida para todos los sectores de la población, en la ideología imperante en el imperio. Al contrario, la gente común vio en la iniciativa económica un ataque a los valores sagrados del Islam y por lo tanto a su estilo tradicional de vida.

Khomeini, vislumbrando el conflicto social que las reformas generaban, no tardó en convertir el descontento popular en un movimiento revolucionario que promovía un cambio de régimen para que el Islam y su legislación, la sharia, se convirtieran en la base del sistema político del imperio.

Si bien, en un principio, muy pocos ciudadanos persas creyentes hubieran promovido un sistema tan radical como el que promovía Ruhollah Khomeini, la amenaza que las reformas de Reza Pahleví representaron para la cultura local logró que una gran mayoría se uniera a la revuelta social del ayatolá. Este aparente peligro se aunó a la falsa dicotomía de oriente contra occidente que los medios internacionales promovieron durante sus coberturas del levantamiento. El shah pasó a ser el heraldo de la modernidad occidental, mientras el ayatolá fue calificado de retrógrado y fundamentalista, cabeza de un movimiento que quería sumir al imperio en una época de oscurantismo. Los ciudadanos, viéndose obligados a optar solamente por una de estas dos opciones, prefirieron apoyar a la propuesta que creían defendería sus tradiciones.

Al final el descontento original de los ciudadanos comunes, quienes sólo querían defender un sistema de valores desconocido para los países occidentales, fue opacado por la sombra de una lucha entre dos propuestas diametralmente opuestas que proponían respectivamente modernidad y atraso, tradición y globalización.

Si bien la creación de la República Islámica de Irán sobre los restos del Imperio Persa marcó la aparición de una nueva propuesta de sistema político en Medio Oriente y en el mundo, muchos de los ciudadanos que se levantaron contra el shah quedaron descontentos. Con la llegada al poder de los ayatolas y de un gobierno basado en el islamismo, la mayor parte de la población, religiosa pero moderada en sus creencias, se vio sobrepasada por la ideología fundamentalista de Khomeini.

La Revolución Islámica Iraní, que fue planteada como respuesta a la amenaza que la propuesta “modernizadora” de Reza Pahleví planteaba a las sociedades tradicionales, terminaría degenerandose en un sistema político cargado de excesos represivos promovidos en el nombre del Islam.

Y a 40 años de la revolución, la población iraní continúa sin definirse claramente a nivel ideológico. Por un lado muchas personas definen a Khomeini como el único que se atrevió a defender una tradición cultural amenazada por un sistema político extraño. Por el otro, muchos se sienten traicionados por una régimen que consideran en extremo opresor en el nombre del Corán.

Fracasado o no, el ejemplo iraní nos permite recordar que el pueblo está dispuesto a levantarse y pelear cuando se siente en peligro, sea en nombre de causas modernizadoras, progresistas, conservadoras o tradicionales.

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