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Carlos Meade
Foto: Carlos Ramos Mamahua
La Jornada Maya

Miércoles 27 de septiembre, 2017

La emergencia de la catástrofe sísmica hizo aflorar la fuerza de la solidaridad pero también nos mostró una de las catástrofes más persistentes que nos aquejan: la corrupción. Muy directamente incidiendo en el drama que hoy vivimos, se hizo presente la corrupción criminal engendradora de colapsos en infraestructura y vivienda.

La distribución caprichosa de edificios derrumbados nos remite a las zonas de mayor fragilidad sísmica como las colonias Roma y Condesa, pero también nos remite a construcciones que no cumplen las condiciones técnicas de acuerdo a los reglamentos vigentes.

Pero la corrupción incluso nos acosa en los intentos de manipulación de la ayuda. Políticos, gobernantes, partidos y grandes empresas quieren utilizar, a su favor, la ayuda otorgada por los ciudadanos de a pie. Estos oportunistas de la desgracia quieren que la ayuda lleve su nombre, que se administre y distribuya de acuerdo a criterios político-electorales.

Corrupción de las televisoras que aprovechan la desgracia ajena para intentar subir sus alicaídos ratings (con chantajistas dramas ficticios) y para acaparar la ayuda de otros a favor de una marca comercial en declive.

Y es la corrupción, en este caso la de las instituciones partidistas, el argumento que el INE ha esgrimido para tratar de impedir que el dinero de las campañas vaya a la reconstrucción.

La corrupción es también una amenaza a lo largo del proceso de reconstrucción. Insustituible por ello la participación ciudadana para vigilar que recursos, contratos y obras no sean víctimas de la corrupción. Indispensable que los propios afectados organicen la reconstrucción de sus vidas de acuerdo con sus propias expectativas, prácticas y saberes y no que sea una entidad federal o estatal la que tome las decisiones y emprenda soluciones al margen de la cultura local y las necesidades sentidas de las víctimas.

En todos los casos, las víctimas deberán identificar sus propias necesidades y solicitar y manejar, de forma autónoma, las ayudas que requieran.

Pero el verdadero trabajo para enfrentar la catástrofe de la corrupción es la vigilancia ciudadana sistemática, persistente, cotidiana. Tenemos que integrar colectivos de ayuda que puedan detectar y denunciar actos corruptos, vengan de donde vengan. Desde lo municipal hasta lo federal. Empresas, organizaciones civiles, gobierno, organismos autónomos, nadie está exento de estas prácticas criminales.

La emergencia que vive nuestro país en el tema de corrupción es tan letal como un terremoto. ¿Cuántas vidas se habrían salvado si los edificios que se cayeron estuvieran bien construidos? ¿Cuántos damnificados se hubieran evitado si esas viviendas y edificios en riesgo de derrumbarse se hubieran construido cumpliendo los lineamientos de ley? ¿Cuánta ayuda humanitaria no ha llegado a las manos de quienes la necesitan por los manejos políticos de que ha sido objeto esta ayuda?

¿Cómo hemos permitido que todo esto suceda cuando la obligación del gobierno es, primero que nada, ofrecernos seguridad? ¿Seguridad en zona sísmica con construcciones mal hechas? ¿Seguridad con poblados y barrios ubicados en zonas de riesgo? ¿Hemos sido cómplices de la corrupción al verla ante nuestros ojos y no denunciarla?

Ya no más. Ahora que la ciudadanía hemos acogido al país que se rompe en pedazos (no sólo por terremotos y huracanes), ahora que estamos en la calle organizados y respondiendo a los retos que el gobierno no puede afrontar, será necesario que fortalezcamos los vínculos que nos están articulando en estas jornadas de emergencia. Llevemos esa organización solidaria a donde sea necesario para evitar más corrupción, para que los infractores no queden impunes. Deberíamos llevar a la cárcel a los responsables (constructoras y funcionarios) de las malas construcciones que causaron centenares de muertos y heridos y un número aún no cuantificado de damnificados en el centro y el sur de nuestro país.

Vemos por todas partes manos que forman cadenas y cargan y descargan camiones con ayuda humanitaria, en centros de acopio donde el respeto, el orden, la mesura, la dignidad y la humildad son fuerza ciudadana. Nadie es más importante que el resto y nadie es menos importante que nadie. Allí igualados a pesar de las diferencias económicas, culturales y raciales, los mexicanos estamos tejiendo los verdaderos lazos de un país que hay que reconstruir en sus estructuras físicas, pero también en lo institucional y en lo cultural, para tomar las riendas de nuestro futuro común y desterrar una catástrofe que sí podemos evitar: la temible mancuerna de corrupción-impunidad que hoy, calladamente, nos asesina.

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