La democracia es nuestra, de los ciudadanos, no es de los partidos ni de los candidatos. Lo que realmente importa, en la perspectiva histórica, es el tamaño de nuestra participación para dar vitalidad a las elecciones, antes que la victoria de individuos o grupos políticos.
La victoria ciudadana es la cuantía de nuestros votos, la presencia robusta del común de los vecinos en mesas directivas de casillas, los voluntarios espontáneos dispuestos a levantar la mano en la fila para cumplir con tareas en el proceso.
La elección de este domingo fue una clara y rotunda victoria ciudadana: los electores fueron a votar en cantidades nunca vistas para una elección intermedia. A nivel nacional votó un nivel récord de ciudadanos y hubo casos, como el emblemático Yucatán, en donde sufragaron niveles estratosféricos de los ciudadanos.
Esos niveles de participación después de campañas desangeladas y semi-paralizadas por la pandemia, demuestran que los ciudadanos se enteran, empapan y deciden actuar en política sin necesidad de propaganda, actos carnavalescos y candidatos narcisistas.
La participación mayoritaria de los mexicanos en edad de votar demuestra que la democracia puede funcionar muy bien sin mítines suntuosos, tanta propaganda, derroche en grupos musicales, batucadas y botargas. La democracia en las urnas puede ser vibrante sin maquinarias de movilización a eventos sin fin para escuchar discursos eternos que, al final, lo único que logran es desquiciar vialidades o secuestrar plazas. Claro que la contienda democrática puede ser de mejor calidad y menor estridencia, esa esperanza nos deja la elección del 6 de junio.
Las campañas necesitan evolucionar, porque la ciudadanía es distinta y dispone de más canales para informarse y definir su opinión, desde las redes sociales hasta la claridad de que el país está en una coyuntura histórica. Las campañas pre-pandemia ya son cosa, literal, de otro siglo; es tiempo que evolucionen, que sean de este siglo y esta década. Menos jolgorio y más sustancia, menos besar niños y más proponer cosas a cada segmento de la ciudadanía.
No hicieron falta campañas avasalladoras para que los ciudadanos fueran a votar, eso demuestra quién manda de verdad: el elector y no el partido. A los ciudadanos les interesa tomar decisiones y participar en el rumbo del país, sin necesidad de campañas rupestres que se lo digan. Los ciudadanos estuvieron muy por encima de los partidos, todos.
Candidatos y partidos se está declarando ganadores, con o sin datos, con o sin razón; es su estilo pre-diluviano. Sin embargo, la noticia es que ganamos nosotros, tú y yo lector, porque les dijimos que sus campañas deben cambiar para ser relevantes, que nosotros podemos decidir sin que nos saturen, que nos importa el rumbo del país y no sus eventos; que nos interesa qué proponen y no lo bien que bailan.
Ojalá los partidos tomen nota y se den cuenta de lo obvio: los ciudadanos ya merecemos mejores campañas que estén a la altura de la vigorosa democracia de mexicanos que sí salen a votar. O los partidos le ponen más sustancia y propuesta a las contiendas del futuro, o arriesgan salir sobrando para las decisiones más importantes. Que inviertan más en proponer y menos en divertir primitivamente, es una llamada de atención a tiempo para dichas organizaciones políticas.
La ciudadanía está convencida de participar en las decisiones y confía en el árbitro de la contienda, en nuestro Instituto Nacional Electoral, esa es la puerta para una mejor democracia que los partidos políticos deben abrir más o volverse irrelevantes. Ese es un gran saldo, que no tiene etiqueta, ni ideología, que sí le sirve a nuestro municipio, estado, región y país. Una mejor democracia toca a la puerta.
Edición: Ana Ordaz
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