Nací en una ciudad enorme, que lo era ya desde entonces y ha seguido creciendo, pero la nostalgia de un pueblo, tan original como el paraíso, me ha llegado constantemente por boca de mi padre. Y no de un pueblo cualquiera, sino un pueblo de La Mancha, como el de Ana Iris Simón en Feria (Círculo de tiza, 2020), sólo que más al sur, hacia el confín manchego como escribiría mi padre.
Salió de ese pueblo hacia Madrid un siglo antes de que lo hiciera la autora de Feria y, de entonces ahora, hubo una República, una guerra, tíos y primos fusilados, hermanos y sobrinos muertos, y un largo exilio en el cual moriría y en el cual reconstruiría con la memoria ese espacio que legar a mis hermanos y a mí, nacidos con un océano por medio, para vivirlo nada más y nada menos que en los sueños.
Aunque me evoque giros del lenguaje, nombres propios que, ahora veo, han sido usados secularmente en la región (con los artículos y el posesivo que los antecedían: la, el, mi), platillos que cocinaba a la menor provocación, para mí se trata de un territorio completamente imaginario (no por ello menos real) ese que para una escritora tan joven como Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) es un espacio de visitas constantes e, inclusive, un sitio al cual volver para retomarlo.
Sin embargo, para ambos, son lugares que ya no existen y, para ambos, también, esa nostalgia más que del pueblo es nostalgia del padre. Con todo y que bien podría ser su abuelo, puedo hacer mías, perfectamente, estas palabras suyas: “Fue aquel día cuando me di cuenta de que mi padre vivía en los relatos, en las historias que me contaba, pero sobre todo en las que se contaba a sí mismo, y eso que me estaba contando ese día era verdad porque aquello era La Mancha. (…) Creo que aprendí a escribir de él, que aprendí a escribir por él.”
De él también heredé "ese espíritu tan burlón y tan dado a la autoparodia de nuestro pueblo, de las gentes de la llanura," tiene que viene del Quijote. Pero hay diferencias radicales.
Nosotros, me refiero al tercer mundo, somos países que expulsan a sus nacionales y en buena medida viven de sus remesas. Ellos, me refiero al mundo desarrollado al que pertenecen los Simones, son países que se están vaciando y ven en la inmigración inclusive una posibilidad de sobrevivencia.
Así se entiende el escándalo que ha levantado el discurso de Ana Iris cuando dijo, ante las autoridades socialdemócratas que el atraer migrantes era robar nuevamente a sus países de origen porque les impedían que cotizaran al fisco allá para hacerlo en el país de acogida.
Pero se necesita tener el bajísimo IQ de las derechas para querer acercarla al discurso antiinmigrante siendo ella de una izquierda que busca la regularización de los inmigrantes. Ella respondió de inmediato con un tuit: “Mi padre dejó de trabajar para cuidar a mi hermano y su actual mujer es negra e inmigrante. Mi madre también tiene novio. Y tanto mi hermano, que por cierto es homosexual, como yo, hemos vivido indistintamente con ambos. De ellos y de todo ello hablo en Feria.”
Aparte de evocaciones, similitudes y oceánicas diferencias personales, Feria pone el dedo en un problema que afecta a la humanidad entera: el crecimiento de macrourbes a costa del abandono del mundo rural. Ni siquiera sociedades tan centralizadas y autoritarias como la china han podido resolver un fenómeno que crece exponencialmente al ritmo del capitalismo salvaje que todos sufrimos.
Uno de los problemas más graves que afrontamos, aumentará su gravedad debido a la aceleración de la modernidad. Pronto habrá mundos que sólo subsistirán en la nostalgia.
Edición: Laura Espejo
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