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Diagnóstico: enfermedad lingüística

Especial: Cómo perdurar: el dilema
Foto: Fernando Eloy

Cristina Calderón era la última hablante del yagán, idioma que se hablaba por canoeros de la Tierra del Fuego, en el sur de América. Fue considerada Tesoro Vivo de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y, el pasado 16 de febrero, murió a los 93 años. 

Pensar en el orden natural de la vida me confirma que, en efecto, el movimiento es cíclico. Y que, con la existencia de la vida hay siempre un punto final que se asienta en la muerte. Unos quizá con tiempos más tardados que otros pero, al fin y al cabo, giran esa misma espiral. 

Con los idiomas en el mundo probablemente sea algo similar. Y digo probablemente porque no tengo la certeza de que las condiciones de los mismos desemboquen en ese punto muerto por las mismas circunstancias. Creo más bien que sucede porque sus órganos, es decir, sus hablantes, padecen y palpitan a diferentes ritmos y en diferentes escenarios. No es lo mismo decir soy hablante nativo del inglés o del chino mandarín que del ñuu savi o el maayat’aan porque, desde lejos, existen diferencias que mucho tienen que ver con la situación geográfica, social, cultural, política y demás, aunque, al final, somos humanos, de carne y hueso, quienes conformamos el cuerpo de nuestros idiomas nativos, cualquiera que éste sea.

Bajo esa idea, imaginar el mundo lingüístico me resulta difícil pues, el cuerpo de muchos idiomas yace enfermo, con dolencias crónicas e incluso algunos en condición agonizante; aunque con el paso del tiempo, el cuerpo siente el remanente de los años -y podría aterrizar en eso que llamamos dinamismo lingüístico-, sin embargo, eso no incluye el daño causado por vivir en espacios no sanos, ni aptos, para él. 

Muchos idiomas en México, como el maya yucateco, se encuentran en condiciones crónicas y graves. Aparentemente, los médicos generales -instituciones- y sus padres -el Estado- han recetado una revitalización urgente, sin embargo, las farmacias sólo cuentan con remedios que los mantienen respirando nada más y no hay antibióticos que sanen realmente sus dolencias lingüísticas. También existen campañas de prevención para evitar la discriminación y para el reconocimiento de las lenguas y la diversidad aunque a la larga no han tenido seguimiento que impacte a profundidad, pues a cada cambio de turno en los hospitales los médicos deducen el estado en el que se encuentran. Como todo paciente, ha sido reconocida con diversos derechos aunque no le han hecho estudios de fondo y ni qué decir de vitaminas. 

El suero ha permitido que los idiomas hablen -en voz baja- en ciertos pasillos del territorio nacional; los estudios para determinar las condiciones lingüísticas no reflejan a fondo la realidad de sus órganos, la muestra está en los diseños de revitalización que llevan años funcionando y no han dado señal de mejoría, es más, en relación a los hablantes ni cuantitativamente hay aumento. Las políticas y derechos, son recetas de medicamentos agotados; están en la hoja pero no tienen efecto alguno. 

El organismo busca mecanismos naturales de sobrevivencia y por eso algunos han activado sus defensas en diversos aspectos; esto refuerza la idea de que la salud de un idioma no puede ser condicionado, ni estar basado, en la cantidad de sus  hablantes, sino en sus condiciones. 

Aunque muchas lenguas han seguido la medicación ancestral para conservar el territorio, la educación, la política, la organización, la alimentación, entre otras cosas, ha sido -casi- imposible mantenerla a flote, ya que no sólo llegaron las enfermedades sino también mecanismos que las generan, con la idea de que a la par ofrecerán medicamentos a las dolencias lingüísticas de los idiomas no hegemónicos.

La lista es larga y la enfermedad no termina de sumar síntomas. Las lenguas en el país, salvo el español, está padeciendo el Síndrome de Disfunción Multiorgánica, necesitan de especialistas que operen con sus conocimientos cada órgano de las lenguas y que den servicio puntual o que por lo menos, dejen a sus hablantes encontrar sus propios medicamentos. Esfuerzos como la reciente declaración de la lengua maya como Patrimonio Cultural Intangible en Yucatán o el establecimiento del Día Internacional de la Lengua Materna, conmemorado cada 21 de febrero, sólo tienen significado político y discursivo y no son suficientes para las condiciones de salud sus idiomas y pacientes, por lo que, a la larga, solo dejará idiomas muertos.

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Edición: Estefanía Cardeña


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