“Huevonas, no tienen nada qué hacer, irresponsables, que se queden en su casa atendiendo a su familia, en qué ayuda eso, la mayoría de esas mujeres no saben ni porqué están ahí, las deberían arrestar a todas, a ver si siguen haciendo su desmadre.”
“¿Y saliendo a las calles qué consiguen? Las verdaderas mujeres son las que salen a trabajar, no las que están de huevonas, van a marchar y destruyen todo”
Son comentarios que se filtran en conversaciones en todos lados, en la mesa familiar un domingo, cuando saludas a tu vecino o en el trabajo. La discusión es la misma y podemos plantearlo desde muchas aristas, pero al final se reduce a la siguiente pregunta: ¿apoyas o no a las feministas que marchan?
Estos juicios son realizados, en su mayoría, por hombres, pero también hay mujeres opinando de esta forma, con el “no me representan” refiriéndose a las feministas que asisten a las manifestaciones.
Si hay algo que preocupa, no es la calificación negativa a las manifestaciones o al movimiento, pues todos tenemos derecho a emitir nuestra opinión; preocupa la calificación a las mujeres en la lucha contra el machismo.
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La tendencia social a la benevolencia hacia una empresaria que, desde su privilegio, puede implementar salarios justos a sus colaboradores, sin brecha salarial como es costumbre, y el linchamiento a las jóvenes que, cansadas de los abusos machistas, salen a la calle a manifestarse para ser un número más en el conteo final de asistentes a una mega marcha, para visibilizar la presencia de mujeres y exigir el cumplimiento de los derechos, son estigmas cada vez más presentes en nuestro entorno.
Ambos casos aportan a la lucha feminista, y decir que no necesitamos a una de ellas, sería una gran mentira. Es tan valiosa la aportación silenciosa a una asociación para mujeres en situación de violencia, como ser coordinadora de la marcha de la Ciudad de México, como hacer el esfuerzo individual de llevar tu historia a compartir a la marcha este 8M.
Necesitamos de todas las mujeres, de todas las acciones posibles, de las que tienen privilegios y de las que no, de las mamás que no se han rendido en la búsqueda del rostro de su hija, y de las que ya nadie las busca ni espera su retorno.
Acostumbradas ya estamos a ser juzgadas, por nuestro cuerpo y el espacio que ocupa, por nuestra vestimenta y si ésta incomoda, por nuestra edad y comportamiento, y ahora, por cómo decidimos abordar el feminismo en nuestra vida.
Soy una constancia reciente de que una chica que salió a la calle con una pancarta en las manos, hizo que me levantara de la silla del comedor en donde estaba con mi agresor y ya no regresara a mi “hogar”.
La chica que menciono traía en su pancarta unas cifras divulgadas por una asociación de mujeres sobre feminicidios en el estado, y esa escena fue retratada por una fotógrafa feminista, para que llegara a mi computadora y se divulgara el material. Todas aportaron esa tarde.
¿Por qué estoy tan segura del efecto de las marchas? Porque lo anterior sucedió el pasado 25 de noviembre, Día de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.
Edición: Laura Espejo
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