La conquista de los derechos de las mujeres ha tenido que enfrentar resistencias y menosprecios, pero también se liga con hechos históricos que, aun en medio de conflictos, señalan nuevas formas de relación con los varones. Así, en el campo de discusión de las ideas y en el análisis de los procesos sociales se han registrado estudios que toman como base el acopio de datos y la reflexión acerca de lo que hoy se conoce como atribuciones de género, es un sentido que desborda la mera constitución biológica de las personas. El siglo XIX dio frutos significativos en este terreno.
Una de las características más relevantes de la producción intelectual de esa centuria fue el desarrollo del enfoque evolucionista tanto en las ciencias naturales como en las sociales. Entre estas últimas, la antropología mostró una vocación interdisciplinaria cuando admitió el uso de datos históricos en sus obras más significativas, al igual que nociones jurídicas y referencias mitológicas, sobre todo haciendo explícita la supervivencia de elementos culturales de épocas lejanas, o por lo menos exploró la posibilidad de hallar indicios que contribuyeran a explicar el advenimiento de instituciones específicas.
El etnólogo estadunidense Lewis Henry Morgan (1818-1881) imprimió a sus investigaciones ese enfoque diacrónico, alcanzando un punto culminante en su obra La sociedad antigua (1877), que Marx y Engels leyeron atentamente por manifestar similitud con su concepción materialista de la historia, sólo que la muerte del primero en 1883 le impidió efectuar un examen sistemático del texto referido; sin embargo, los apuntes que esbozó al respecto le permitieron a su compatriota y amigo nutrir sus propias observaciones para dar cuerpo a su libro El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado (1884), en que destacó los méritos de Morgan; también reconoció las aportaciones de algunos de sus predecesores, como Bachofen y MacLennan, con todo y sus defectos conceptuales.
Las circunstancias en que se gestó la familia, los sistemas de consanguinidad y de afinidad e incluso la nomenclatura aplicada a las formas de parentesco expresan la posición de hombres y mujeres en las sucesivas fases de la sociedad desde el punto de vista de sus condiciones materiales de existencia. Las antiguas unidades de población en que la economía doméstica se basaba en el predominio de la mujer y la descendencia se marcaba por línea femenina, de tal modo que los hijos heredaban directamente de la madre, perdieron su eficacia cuando los varones modificaron en provecho suyo el orden de sucesión de bienes. La familia patriarcal atrajo para sí el poder exclusivo de los hombres, al tiempo que confinaba a las mujeres a cumplir nada más funciones reproductivas.
Engels no se limitó a glosar el estudio de Morgan porque tuvo a su disposición datos de los que el otro carecía, por ejemplo a propósito de las instituciones gentilicias entre los germanos y los celtas. Hizo más amplio el sentido de sus argumentaciones económicas y sacó provecho de fuentes literarias para ilustrar varios pasajes de su obra. En un punto en que compara los antagonismos de clase en las sociedades de su tiempo con los vínculos opresivos entre los sexos, afirma: “Y, de igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer una igualdad efectiva de ambos, no se manifestarán con toda nitidez sino cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales.”
Hay otros aspectos sobresalientes en este libro de Engels, como el hecho de que en él obró no sólo la afinidad en los principios interpretativos con que Morgan concibe el desarrollo histórico de las sociedades, sino también la semejanza con que los descubrimientos del antropólogo americano, como los de Marx y los suyos propios fueron recibidos. Hace ver que quienes se ostentaban entonces como las figuras más autorizadas en el conocimiento de la prehistoria tomaron con reserva los estudios de Morgan, incluso apropiándose parte de su contenido sin concederle el debido crédito y sometiéndolo a una “conspiración del silencio”, tal como ocurrió con el conjunto del pensamiento marxista.
El acento crítico de profundo alcance, puesto para exhibir las contradicciones que pesan en las relaciones sociales, entre ellas las que rigen el papel usualmente asignado a la mujer en la familia y en el ámbito productivo, sigue siendo un recurso necesario para enaltecer los horizontes de la humanidad.
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