Y dice, con un orgullo que incluso pesa y luego se volatiliza en el aire, como un suspiro de éter, que ya no lee los periódicos, que no necesita “mancharse las manos”. Usa textualmente ese término; creo que se refiere a la tinta, la sangre de la efímera actualidad. Sostiene que lo sabe todo, o casi todo. Aunque después matiza y dice que sabe sólo lo que le interesa. Y qué es lo que te interesa, le pregunto, escondiendo los signos como haría Saramago. Quiero mirarlo a los ojos pero no puedo, ya que durante nuestra conversación sólo observa a su celular: parece una polilla, suspirando por la luz que derrama la pantalla; hipnotizado, en otro mundo. ¿Y qué es lo que te interesa? Pues esto: Un tipo se acerca a otro, que sonríe como testigo del fin de los tiempos. Y, en efecto, cuando ya son sólo centímetros los que lo separan, cuando el episodio puede concluir en un abrazo o en un cállate, uno abre la mano, inmensa, blanquísima, y le da al otro una cachetada, que cimbra y sorprende no sólo a quien la recibe: Hasta a mí me dolió. Es, explica, por burlarse de la calvicie de su mujer. Ella sufre alopecia, y ha sido algo muy doloroso para toda su familia, justifica. Pocas horas después, el agresor recibe un premio y llora de emoción ante las mismas cámaras que captaron su rabia; un hombre adulto en una montaña rusa de sentimientos húmedos: de espumarajos en la boca a lágrimas en los ojos. La mujer a la que supuestamente defiende de las burlas del otro lo critica después, deslindándose del arrebato de ese neandertal. Y no sólo eso, asegura que la obligaron a casarse con él. Otra mujer, ante la corte, defiende su versión frente al juez, el jurado y millones de retorcidos devoradores de farándula. Ella sostiene que su esposo abusaba de ella, mientras que él, lo contrario. En el tribunal se desahogan varias pruebas, como videos y mensajes. En tanto, la horda disfruta de la función comiendo popcorn. Al mismo tiempo, dos grupos se insultan, se llaman traidores, vendepatrias, cínicos y mentirosos. Se dan ánimos entre sí y compiten por quién formula la maldición más florida para lanzarla al contrario, al otro, el que no piensa igual que él. Federica, la de Kabah, no se llama en realidad Federica, y vota a favor de una reforma eléctrica que, para sus desencantados fans, poco tiene de ecologista, que es el partido que dice representar; sirena que deambula por una calle desconocida. Los diputados de oposición, para evitar un madruguete, madrugan en la cámara, presumiendo una pijamada como algo épico; ni está ahí Leónidas ni son trescientos troyanos, pero aseguran que defienden las Termópilas. Aunque no estuvieron en el debate, quienes promueven la reforma se encargan de meterlos, incluso con cuña, a los expresidentes, de los cuales todos nos queremos olvidar. Irónicamente, el menos salpicado es Peña Nieto, cuya reforma quieren reformar; la música de viento no logra despeinarlo. Las acrobacias dialécticas cobran nuevos significados, se superan a sí mismas, cuando después del revés salen a decir los oficialistas que todo era parte del plan, un ajedrez maquiavélico, ya que, capaces de vaticinar el futuro, metieron a los contrarios en una ratonera. El objetivo principal, argumentan, era la nacionalización de un mineral que sólo los de almas con claroscuros conocen. No se puede nacionalizar lo que ya está nacionalizado, contestan desde el otro lado, en ese bucle ridículo que lo único que está ocasionando es que nos asquee —aún más— la política y los políticos. Un multimillonario quiere comprar una red social y lanza una oferta hostil, que es así como la llaman los que saben. La compañía, para defenderse de esa oferta, desempolva píldoras envenenadas, que en el caló del callejón de los milagros significa acciones para evitar que los actuales dueños le hagan caso al canto de las sirenas. Ese multimillonario, por cierto, omnipresente, también figura en el juicio de la pareja que se desgreña en público, ya que lo acusan de ser uno de los amores clandestinos de una de las partes. La luna rosada, videos de pasiones en las que un cristo le responde con patadas a un centurión demasiado entusiasmado con el látigo; memes y el estreno en streaming de Batman. Y, eso, todo eso, es lo que le interesa, muestra que está informado y que no necesita leer periódicos y “mancharse las manos”. En efecto: tiene las manos inmaculadas, como, me imagino, su imaginación. Ya no cuestiona, ya no investiga; se limita a leer los encabezados y a ver fotografías. Se alimenta de lo interesante, relegando para nunca lo importante. Se ha convertido en un estornino de los miles de la parvada, arrullado por las corrientes de aire; lo pastorea la esquizofrenia del algoritmo. No sabe lo que le interesa a él, sino únicamente lo que quiere que sepa míster Facebook y doctor Twitter.
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