A veces pienso que el hombre inventó a Dios para aliviar el peso que supone la consciencia de sus propios defectos: si Dios es vengativo, ególatra y entrometido (a pesar de Su perfección y según se deduce de la manera en que es concebido por todas las religiones), entonces el ser humano tiene plenos poderes para el ejercicio de todo aquello que lo vuelve un ser plagado de vicios.
El asunto es exquisito y encierra una paradoja: si Dios existe como Perfección, entonces no tenemos ninguna oportunidad de entrar en contacto con Él; si no es así, entonces sólo podemos imaginar Su existencia a partir de nuestras propias imperfecciones.
En todo caso, sólo hay una certeza posible (escrita con letras de oro en un mingitorio cantinero de la Colonia Obrera, en los bajos fondos de la Ciudad de México): "Dios no se mete en pendejadas".
Lea la segunda parte: Brevísima teología para ateos indecisos II
Edición: Emilio Gómez
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