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El fuego es más imponente en la oscuridad

Con doblete literario, McCarthy nos recuerda que hay vida más allá de Twitter
Foto: Ap

En días en los que hombres tan pobres que sólo tienen dinero trazan el presente y futuro de Estados Unidos, una pequeña luciérnaga lucha en esa negra noche. La jornada electoral de ese país coincidirá con el doblete literario de Cormac McCarthy, quien después de dieciséis años de no publicar presenta El pasajero y Stella Maris. Es tal el acontecimiento que ambas novelas aparecerán igual traducidas a nuestro idioma pasado mañana, en un estreno casi simultáneo.

El cometa McCarthy irrumpe en esta crispación luego de un silencio que taladraba tímpanos, dejando a sus lectores con escalofríos luego de La carretera. La importancia de la llegada de las novelas gemelas de uno de los mejores escritores estadunidenses de esta época pone fin a una aridez de la que ha brotado sólo malahierba; personajes como Donald Trump o Elon Musk, mendigos millonarios que han reducido a gárgaras el debate de Estados Unidos y el mundo. McCarthy nos recuerda que hay vida más allá de Twitter. 

De la misma estirpe de otros escritores que optaron por exiliarse de los reflectores, como sus compatriotas J.D. Sallinger y Thomas Pynchon y la italiana Elena Ferrante, McCarthy no sucumbe a la tentación evangelizadora de otras figuras de la literatura: sus libros no buscan ser tratados de ética, faros morales. Es más, sus mejores personajes, que incluso transmiten el empeño que puso el escritor en su forja, tienen tufo a infierno. Anton Chigurh provoca pesadillas aún años después de verlo deambular por primera vez en las praderas de No es país para viejos.

Las historias narradas por McCarthy nos recuerdan la belleza de la inteligencia, arrebatada en estos días fértiles de idiotas y de idioteces. Son obras de alguien en estado de gracia. Mientras los líderes de hoy escupen sinsentidos que impactan como metralla en la vida de miles de personas, emperadores de lo efímero y la ocurrencia, McCarthy se parapeta en su soledad y edifica un mundo con el murmullo cariado de su Olivetti Lettera 32 color azul que lo acompaña en los rincones de su reclusión. Lo tiene claro: La posteridad no se alcanza azuzando odios en las redes sociales. 

En medio siglo McCarthy —cumplió este año 89— sólo ha dado cuatro entrevistas, mostrando igual la vacuidad del culto a la popularidad que tanto seguidor tiene hoy día. Su obra habla por él, y lo hace de maravilla. No requiere campañas de mercadeo o escándalos para dar de qué hablar: su omnipresencia es tal que hay personas que esperaron pacientemente estos tres lustros para perderse de nuevo en la violencia de sus frases. Esperan, como yo, encontrarse de nuevo con el juez Holden, ese monstruo albino de dos metros capaz de amalgamar una magnífica pólvora con el amoníaco de su orín.

Y, aún así, hay en estos tiempos oscuros, huérfanos de fuego, personajes reales más tenebrosos que el que escalpa a apaches en Meridiano de sangre: Trump, por citar alguno, quien en los días del regreso del hijo pródigo de las letras estadunidenses estará preparando su camino para volver a la Casa Blanca, con muchísimas oportunidades. La irrupción de El pasajero y Stella Maris en la tormenta política norteamericana demuestra que, al fin y al cabo, ese imperio moribundo y fútil tiene esperanza, que no todo es espectáculo y ridículo. 

Y eso que estamos, quizás, ante las últimas obras del casi nonagenario McCarthy, quien ya no dispondrá de otros dieciséis años para alimentar a esa legión de ávidos lectores que cuentan las horas para escapar del brillo de sus pantallas y excavar de nuevo en las almas humanas. Saramago decía que la vida es como una vela que va ardiendo, y que cuando llega al final lanza una llama más fuerte antes de extinguirse. Estamos en la víspera de una bomba atómica… Literal.

Según la reseña de Eduardo Lago publicada en El País, lo que hace McCarthy en sus dos nuevas novelas es admirable: En realidad, se trata de una sola obra que cuenta en dos fases la historia de dos hermanos, Bobby y Alicia Western. Aunque el centro de gravedad de El pasajero es el personaje de Bobby, el motor de la trama es la relación con su hermana. Alicia padece esquizofrenia paranoide, y Stella Maris es el nombre del manicomio en que decide ingresar. Según el crítico, la prosa en general y los diálogos en particular son adictivos. El padre de Bobby y Alicia fue uno de los físicos que trabajaron en el Proyecto Manhattan, cuyo fin fue crear las bombas atómicas que Estados Unidos dejó caer en Hiroshima y Nagasaki. 

“Es difícil explicarlo, pero la doble novela con la que McCarthy parece querer despedirse de la vida y de la literatura es una obra a la vez exasperante y genial”, concluye Lago. Y le creo. 

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Lee, de este mismo autor: Un pib de carne humana

 

Edición: Mirna Abreu


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